CREO
QUE SI ME DEJARA
las mariposas
brotarían
de mis ojos
como peces renacidos
mudos.
Nos ha tocado
animar a nuestros padres
mientras los castillos
se deshacen en la orilla.
Me pregunto
si algún niño
conseguirá vivir
con tres metáforas y un
yo-yo.
SUEÑO DE SILENCIO.
Un compás pensando en
tregua.
Cuéntame que el mundo
es
solo nieve. Cuéntame
si mi alma a ciegas
sabe rimar el agua
de los ríos
las olas de tus ojos.
Ten la “o”
ten el
rinoceronte azul
ten mis manos.
Voy a caer al zurdo charco
de praderas sin rastro.
Qué angosta la nada sin ti.
Cuánto me
quema.
RECOPILAR
las hojas con hijitos
y en la maceta de mi alma
dejar que echen raíces.
La selva invadirá mi iris
teñirá mis
dientes, filtrará
mi sangre fotosintética
solo con tu luz
y la que pellizco a esta
ciudad para tirarla al río
y recuperar
de nuevo, después de la
crecida
tres acordes, el viento
del verano, sus manos regordetas
y recopilar
después del pozo
el cubo y la escalera.
Se pasó la vida.
***
COMO UN IMÁN
LA MUERTE sé dónde
vive en mi
cuerpo.
Su casa es de
cloro su aliento
de pupila su
cuerpo son
girones,
piruetas de imágenes, una
frase reducida
a la esencia,
el nombre de
un bebé, los
colores de la
matrícula extranjera
que va a
embestirte. Su rostro
es silencio.
Después, el
alboroto y la
nausea del torbellino
de su
corriente.
Siempre deja
las ventanas abiertas
la muerte.
NEVABA mientras moríamos de
amor. Tumbados en el mismo sofá
en donde llegó Gaël a mi vientre.
Los copos caían como besos
desordenados y perfectos en un baile
orquestado por el norte
en una flor de pasión.
Gestas
de aquel adiós.
LA BOMBILLA CUELGA desnuda
testigo directo de noches en morse
de
otro papel
pintado el recuerdo
con nombres de
paso.
Aquí dejaron la huella
perdida
perdida para siempre.
Trazas de su identidad
enganchadas
al sopor.
No duermo sola.
Ahorcada la bombilla
vigila.
COBARDÍA la mejor
gabardina en el desamor.
A quién le tienta el despiece
del alma a quién no le
escuece despellejar
la
verdad de ayer y constatar
ruinas
un
reguero de ojos de muñecas
la felicidad del cliché
la ceguera de la
apariencia.
Je
t’aime… Moi non plus.
Que el espejo bromea
dime que sonará el despertador
que el alba borrará
el
mar de mis ojos y sus senderos.
¿Besarte y
despertar?
Cobardía dice la lluvia.
Llueve dentro.
SE TIRA AL RÍO y adopta
un canto
y nada más.
Milagros del invierno
sobrevive.
La época de soles
le da paz que no cordura.
Se tira al mar. Sueña con
muros de agua. Abate
todos
utilizando el conjuro
del
sobresalto. Sobrevive
y llega el crepitar de la sal en el pelo
tendida sobre la playa.
Y se tira de un coche
ya
muerta. Sin vuelta
atrás para decir amor para
vivir la
vida en pentagrama
para abrazar cantar canciones
cuidar de un hijo.
El miedo le brota tarde.
SI TE ACERCAS A SU PECHO verás
que tiene un nido
rojo.
Siente sus garras pequeñas y afiladas
enredándose
en las hebras del
ahora, tirando de ellas
como los gatos,
como las aves
carroñeras.
Palpita de vísceras su nido, palpita
de galaxias y
fugaces regresos,
de desiertos fríos
y lunas ciegas.
Verás que tiene un
nido,
vive con él: mismo
rellano,
misma edad, misma sombra.
Escondido en su cuerpo
moreno está, rojo,
el pasaje
de ida a su
corazón.
No tiene el de vuelta.
Aurora Vélez García. De exilio y de verdín. Ed. Torremozas, 2016
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