Cuando nací
crecieron alas en mi espalda
que fueron amputadas.
Más tarde, como Ícaro,
otras, de barro
obraron mi caída.
Ya no hay dolor,
sólo una abandonada
y demoledora belleza
en inmortales cicatrices.
Ansia de libertad.
Con el vuelo desnudo mi sosiego.
***
Se apoderó de la luz,
seducido por el latido
inalcanzable de la aurora,
exento de contradicciones,
penetró más allá del horizonte.
Vivimos en tinieblas desde entonces,
sólo de vez en cuando
gimen espectros en el prisma,
destellos en la miel de la ternura.
***
I
Clavado en las almenas
de un muro de cloacas,
un farol solitario
ilumina los pasos desgastados,
lánguidas cordilleras de nostalgia.
La caricia nocturna
fue marcando la vida,
el dolor de los días imprecisos
cinceló arcilla en tu figura.
II
A través de los surcos de la piel
vencíamos
los vaivenes inciertos,
con un beso certero y cómplice
que siempre nos logró resucitar.
***
He visto boquear arenques
en la superficie del fango,
ánades cubiertos de brea
en el clamor de los escombros.
Voces ondean en la penumbra
de los días contados en la arena,
árboles podados de raíz,
la sinrazón de los exilios.
Hemos callado tanto tiempo,
que los ecos aúllan solos;
brasas inundan calles,
la piel de la ceniza.
***
Visto desde lo alto,
parece ser el mundo
un puzle con sus piezas encajadas,
un prisma con teselas de cristal.
No hay muros, ni fronteras,
las personas, hormigas
que acuden a su campo cotidiano
sin más afán que la costumbre.
Pero cuando te acercas,
descubres los contrastes:
un mendigo harapiento
cubierto de periódicos;
pulcros ejecutivos trajeados
consultan su portátil,
y el tranvía conquista las aceras,
cuajado de viajeros.
A poco que caminas,
adviertes adoquines levantados
o miradas perdidas en la calle.
Nadie parece amar a nadie,
y la vida trascurre
con su monotonía:
lluvia tras los cristales.
Ricardo Fernández Moyano. El filo del NO. Imperium Ediciones, 2020
Muchas gracias Antonio, nos vemos en Moguer. Un abrazo.
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