En una de las muchas jugosas escenas
que nos han regalado Diane Keaton y Woody Allen, ella se muestra inquieta por
lo extraño de algunos acontecimientos que ocurren en Manhattan; para intentar
calmarla, su marido le responde: “Ya sabes, Manhattan es un cajón de sastre” (Manhattan murder mistery, 1993). Es
verdad. La primera y última impresión que una tiene en la Isla es que allí hay
un sitio para todo el mundo: vengas de donde vengas, seas como seas, pienses lo
que pienses y sientas lo que sientas, hay un sitio para ti en Manhattan. Allí
llegaron los irlandeses, los italianos, los libaneses, allí encontraron su
sitio los judíos supervivientes del nazismo, los exiliados españoles del 39…
Allí, en Manhattan, hay un
dromedario. Fue creado en el siglo XI por uno de los pintores que decoraron San
Baudelio de Berlanga, una ermita mozárabe pequeña, misteriosa y sensual que
toma el sol desde hace diez siglos recostada sobre una ladera verde en la
esquina fronteriza de Soria con Guadalajara.
Las luminosas pinturas de San
Baudelio estuvieron protegidas durante cientos de años por la hermosa palmera
que sirve de fuste y techo a la arquitectura de la ermita. En 1922, León Levi,
actuando como intermediario del coleccionista norteamericano Gabriel Dereppe,
compró la ermita a la familia propietaria. Como cuenta el profesor Escolano
Benito en su conmovedor libro sobre San Baudelio, “el gobierno de la nación
tomó cartas en el asunto para evitar el expolio. Un pleito que duró cuatro años
y que, tras varias vicisitudes, llegó hasta el mismo Tribunal Supremo, que
sentenció al fin en 1925 que los propietarios de aquella iglesia, sin culto
desde hacía muchos años, tenían potestad para disponer libremente de las
pinturas. Lo demás vino después. Expertos italianos en las técnicas de
arrancado y entelado de frescos murales hicieron el delicado trabajo de
extracción y preparación de los 23 lienzos que salieron para América en 1926”.
El dromedario –símbolo de la humildad
porque se arrodilla para recibir su carga y del alma meditabunda por su
condición de rumiante- abandonó la pared de la ermita y fue a dar con sus
huesos al Museo de los Claustros de Nueva York, en donde permanece acompañado
de otros frescos de San Baudelio: los que representan las escenas de los perros
rampantes, la curación del ciego, la resurrección de Lázaro y las tentaciones
de Jesús. El expolio, sin embargo, no consiguió dejar en blanco los muros de la
iglesia: la impregnación de las pinturas era tan profunda que actualmente se
puede apreciar la huella imprecisa de las figuras, la de ese dromedario entre
ellas, cuyo autor –a juzgar por las proporciones con que lo retrata- no tomó su
modelo del natural, sino de una ilustración de alguno de los Beatos conocidos en la época.
La amarga crónica del expolio
cultural en España ni ha terminado ni tiene como principal protagonista a Mr.
Marshall. El amigo norteamericano sigue, hoy por hoy, comprando, por ejemplo,
archivos y fonotecas cuyos propietarios no encuentran apoyo alguno por parte de
la Administración Pública para conservar y proteger ese patrimonio. Sin ir más
lejos, hace cinco años la entonces Consejera de Cultura de la Junta de
Andalucía, Rosa Aguilar, explicó que el gobierno andaluz “no podía hacer nada”
por la salvaguarda de la sevillana Venta de los Gatos, escenario de una de las
más emblemáticas leyendas de Bécquer y patrimonio por cuya protección claman
miles de sevillanos. Aludía la consejera a la condición de propiedad particular
de la casa, exactamente los mismos argumentos esgrimidos por el Tribunal
Supremo en 1925 en relación al expolio de San Baudelio.
Igual llegan un día los americanos y
se llevan la Venta de los Gatos piedra a piedra, y a cambio nos devuelven el
dromedario, como nos devolvieron en 1957 un par de lienzos de San Baudelio (de
tema cinegético) a cambio, eso sí, de desmontar piedra a piedra, para
llevársela al exilio, la iglesia románica de San Martín de Fuentidueña
(Segovia), hoy también en Nueva York.
En el Museo de los Claustros, al
norte de Manhattan, a seis mil kilómetros de su sombra y del paisaje que lo vio
crearse, hay un dromedario exiliado. No canta, no baila, no se lo pierdan.
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Agustín Escolano Benito: San Baudelio de Berlanga. Guía y complementarios. Soria,
Necodisne Ediciones, 2005.
The Met Closters Museum: https://www.metmuseum.org/
“Rosa Aguilar, sobre la
Venta de los gatos de Bécquer”. elDiario.es,
28 de octubre de 2005: https://www.eldiario.es/andalucia/sevilla/cultura-venta-gatos_1_2410967.html |
María Jesús Ruiz.
Me gusta. La autora del texto es muy buena. Y sí, estoy de acuerdo con ella: Manhattan no parece Norteamérica. Pero si tú, profesor de historia, vas por allí, no te pierdas el brunch de Bubby's, en Tribeca. Merece la pena.
ResponderEliminarMost Popular Membranophone Musical Instruments in Indonesia
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