De aquella madrugada del 20 de julio
de 1969 tengo tres certezas que –si no me equivoco- son, todas, mentira.
La primera es que presencié cómo
Armstrong pisaba la superficie lunar acurrucada en el regazo de mi madre, que
se abrigaba con una bata de franela a cuadros blancos y negros, los mismos
colores en los que la televisión retransmitía en aquellos instantes el momento
histórico. Eso tiene que ser mentira porque en el verano del Sur interior,
donde yo vivía, era imposible vestirse con una bata de franela en las
sofocantes noches de julio.
La segunda es que el hombre llegó a
la luna, a pesar de que mi abuela (nacida en 1892) nos llamara, por aquellos
días, tontos y locos a toda la familia por creer semejante disparate. Eso
parece ser mentira también a juzgar por las leyendas que sobre las habilidades
para la ficción de Kubrick han ido divulgándose en las últimas décadas. ¿Por
qué no haremos caso a las abuelas?
La tercera es que hubo personas
autorizadas que se atrevieron a decir aquella noche que llegar a la luna no era
cumplir un sueño, sino rubricar una destrucción. Recuerdo perfectamente que un
presentador de televisión dicharachero pasaba el micrófono de un famoso a otro
y todos soltaban frases de entusiasmo y fascinación por lo que acababa de
ocurrir… Hasta que llegó a Massiel. María de los Ángeles Santamaría -que había
triunfado Eurovisión un año antes con un “La, la, la” bilingüe, no lo
olvidemos- agarró el micrófono y soltó que aquello de pisar la luna no era
ninguna buena noticia porque los millones de dólares que costaba la carrera
espacial estarían muchísimo mejor y más decentemente empleados en acabar con el
hambre del mundo.
Me quedé perpleja. Por mi fecha de
nacimiento (1962, bajo el signo de Cáncer, bajo la influencia de la luna por
tanto) yo tendría que haber despertado a la inquietud política con el resto de
mi generación, esto es, por ejemplo en 1981, al presenciar –otra vez en la
televisión- el “¡todos al suelo!” de aquel mentecato. Pero no. Mi primera
conciencia política viene de aquella declaración de Massiel la madrugada
veraniega en la que yo acababa de cumplir siete años. Massiel me acababa de
explicar que los fuegos artificiales del Apolo XI no eran más que la postal
turística que ocultaba una carrera militar desenfrenada y una guerra eterna y
cruenta –la del siglo XX- en la que cada niño muerto por desnutrición aportaba
así su dólar a la conquista del espacio.
En los años posteriores –desde
aquella noche seguí su vida con verdadero interés- Massiel me siguió explicando
ciertos asuntos muy importantes para mi conciencia política. Descubrí también
con ella, por ejemplo, que las mujeres podían tener un hijo fuera del sagrado
matrimonio pero que en la España de 1977, para hacer eso, había que irse a
Londres. Y descubrí que una puede casarse con quien quiera, cuando quiera y
como quiera el día que Massiel se casó en México con Pablo Lizcano y tuvo como
testigo de su boda nada menos que a Gabriel García Márquez, al que recuerdo, en
las fotos del evento, ataviado con una guayabera idéntica a la que usó para
recoger el premio nobel (aunque quizás esto también sea mentira y fuera mi
padre al que recuerdo vestido con guayabera de color de nata). Massiel me
seguía dejando perpleja.
Pero, a lo que vamos: por más que he
buscado y rebuscado en los archivos de Televisión Española aquellas
revolucionarias declaraciones de Massiel la madrugada en la que creímos que el
hombre había pisado la luna, no las encuentro. Y a estas alturas, cuando
quienes se atrevieron a desacreditar la conquista del espacio, a ser madres
solteras o a casarse con quien les diera la gana ya no tienen nada que decir,
cuando esa generación ya no puede decir nada porque una pandilla de políticos
macarras de entre 30 y 50 años hace como que corta el bacalao cuando en
realidad lo que hace es desangrar la última esperanza de este país, cuando los
niños que presenciamos desde el regazo de nuestras madres la llegada del hombre
a la luna hemos olvidado el deber de recordar las declaraciones de Massiel la
madrugada del 20 de julio de 1969; a estas alturas, como digo, no tengo más
remedio que pensar que aquella tercera certeza también es mentira y que lo que
en realidad oí en televisión fue lo que nos han dicho que se dijo: que aquello
era un pequeño paso para el hombre y un paso gigantesco para la humanidad.
María Jesús Ruiz.
Debe ser cierto eso de que con los años mucha gente se escora a la derecha. Massiel no me resulta interesante, pero María Jesús sí. Y como creo que ella tiene vinculaciones con Cádiz, le mando esta chirigota con la esperanza de que, en justa reciprocidad, los chirigoteros ¿se dice así? canten alguna vez a Lisístrata, Lucrecia Borgia o Mata Hari, y las conviertan en estrellas.
ResponderEliminarEnrique VIII y sus esposas (Romance):
https://m.youtube.com/watch?v=ulq2d35V7ng
Para comprender el engaño que hizo creer a la humanidad que el hombre llegó a la luna hay que conocer los cinturones de Van Allen, y la necesidad de repetidores para enviar una señal de compuesta de vídeo/audio.
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