con las que me convierto en quiromante
cuando te acercas con las tuyas abiertas
y sin mediar palabra
comprendo que son el territorio por explorar
camino del paraíso.
que me permitía escupir al otro
como si fuera culpable de mi ceguera,
hasta que alguien me quitó
con su saliva el barro de mis ojos
y comprendí.
de la que quise salir llenándome de adornos
de cosas que me señalaran, me titularan, me validaran
como merecedora de ser tenida en cuenta
por los tasadores de mercancía a la venta
en los atrios y en las plazas de poder,
hasta que comprendí que ya llevaba conmigo el aval
y me puse en la fila de los humanos
que intentan ser merecedores de ese nombre.
que asoma primero con engaño infantil,
y recién nacido se alza ignorante
en un peldaño superior a los otros,
hasta que comprende que no hay compasión
auténtica si no
comienza por uno mismo
y desde ahí alarga su sombra a lo que le rodea
y aún más allá.
que divide la vida en dos,
estar entre tus brazos o salir de ellos.
que comienza al abrir los ojos cada mañana
y percibir que hemos respirado durante el sueño
mantenidos así por la Vida como niños a su cuidado.
que me habita como te habita a ti;
da igual en qué forma te disfraces,
te hará valioso y sólo te pedirá
que te vivas como tal y que recuerdes
que el otro forma parte del mismo prodigio
que nos es dado al nacer.
como
aguijón envenenado
que
hay que reconocer con amorosa mirada
para
descubrir agazapados
los
miedos a nuestra insignificancia,
a
nuestra necesidad insaciable de consuelo y de amor
y
a esa finitud que nos atenaza y nos llena de ansiedad
por conseguirlo.
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