Si te ofenden,
decepcionan o abusan, mi amor, haz lo que decía mi Maestro y aplica
el antídoto. Medita en la benevolencia de todos los seres que
sienten, no sólo los que te alimentaron, te protegieron y te
educaron, sino todos los que con su virtud visible o invisible hacen
tu vida más ligera, y verás sus muchas bondades produciendo
nuestro deleite en cada momento y lugar; los que pusieron uno a uno,
con mano cansada, un día que fue demasiado frío o demasiado
caliente, los adoquines que pisas, los que con esfuerzo plantaron,
cosecharon, transportaron, elaboraron o sacrificaron y te sirvieron
todo lo que comes y bebes, medita, mi amor, sin descanso, en la paz,
en la ausencia de temor en la que vives, en todos los que te cuidaron
en la enfermedad y te socorrieron en la pena o en la escasez, medita,
medita, continua e intensamente, hasta que generes un ascua pequeña
en el pecho, y entonces no dejes que se apague o se salga de ahí,
avívala con el aire de todas las mercedes, afectos y caricias que
has recibido desde que naciste dentro y fuera de tu sangre, y verás
que amas más sabiendo, y sabes más amando, y todo arderá en una
gratitud inmensa que libera del dolor y derrite las zarandajas, en un
cálido y gustoso afecto que no deja escapar ninguna forma de vida.
Daniel Macías. Niño Eden. Ed. Amargord, 2014
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