Las palabras y las
cosas, sí; ante el centrifugado de lo real y el vacío de sentido que promueve
el poder acaso sea la revolución devolver el significado a las palabras,
provocar un desplazamiento de los significados para el que no hallaríamos
genealogía alguna. Qué sería de nuestro pasado y, sobre todo, cómo sería
nuestro presente si las insurrecciones ludditas o el sabotaje a las fábricas,
hoy descritas como actos de primitivismo obrero sólo comprensibles en países
subdesarrollados, fueran vistas como resistencias a la industrialización y a
los modelos de intensificación productiva propios del capitalismo. ¿Volveríamos
a seguir a aquella desenvuelta cigarrera del barrio de Lavapies llamada
Encarnación Sierra que, al grito de: “¡ARRIBA NIÑAS! VAMOS A DESTROZAR LAS
MÁQUINAS”, puso en pie de guerra a cinco mil mujeres que desguazaron todas las
máquinas de liar tabaco que acababan de instalar en la fábrica porque iban a
quitar muchos puestos de trabajo?
Qué sería de nuestro
pasado y, sobre todo, cómo sería nuestro presente si el cambio a la propiedad
colectivizada, a las relaciones horizontales y asamblearias, hoy descritas como
asaltos a la propiedad y quiebra del orden político, fueran vistas como
destellos de un comunismo libertario que tantas veces se ha ensayado por las masas
como pisoteado por los detentadores también del lenguaje. Qué sería de nuestro
presente si se argumentara la quema y destrucción del patrimonio eclesiástico
no como el efecto de la iconoclastia revolucionaria de las izquierdas sino como
la eliminación violenta de los instrumentos de alienación, sumisión y control
social que sigue ejerciendo la Iglesia... ¿Haríamos caso a Fermín Salvochea
cuando escribió allá por 1874: “¡NO TRABAJAD MÁS!”, nos reconoceríamos en
nuestros abuelos colectivistas, ocuparíamos las fábricas y los bancos, haríamos
la gran hoguera en la plaza, no ya de santos, sino de TDT’s y televisión por
cable..?
El empleo se puede ver
como la forma aislada y exclusiva que da derecho al acceso a bienes y servicios
o bien considerar, por el contrario, que lo que hace factible que exista algo
llamado mercado laboral es una tupida red de relaciones, intercambios y
trabajos no mercantiles, es decir, que están más acá de ese mercado que da
derecho a bienes y servicios. Es esa red invisible que queda fuera del mercado
laboral, regenerada de forma cotidiana, conciliada intergeneracionalmente, la
que sostiene la vida en su conjunto, la que permite la existencia de lo que el
capitalismo llama mercado laboral y la que absorbe sus conflictos. Si esa red es
atacada y degradada, si se vuelve insegura su reproducción, si se quiebran las
expectativas materiales y emocionales de la gente en la creencia que el mercado
laboral podrá sustituirla con éxito, lo que encontraremos será
hipersegmentación social, más desigualdad, más precariedad, más exclusión, más
degradación y descontrol social.
De entre todas las
luchas legítimas, hay una que se resiste a ser aceptada y puesta en práctica
común. La lucha que nos llevaría hacia la felicidad colectiva es siempre un
asunto aplazado por la izquierda y criminalizado por la derecha. Todas las
imágenes que giran en torno a la felicidad nos recuerdan que la felicidad es
algo que sucede individualmente, en el ámbito de lo privado.
En el siglo XIX la
fábrica fue reemplazada por la ciudad como motor del cambio y la revuelta, en
los años setenta del siglo pasado la ciudad fue reemplazada por la vida
cotidiana y a principios del siglo XXI la vida cotidiana ha sido reemplazada
por internet. ¿Habrá proyecto totalitario más radical que este al que cada día
contribuimos con nuestro trabajo vivo para producir gratis todavía más
excedente para el hermético monopolio de las corporaciones que lo controlan, lo
dominan, lo desarrollan y lo poseen?
¿Será que es imposible
ocupar la metrópolis y ocuparnos de nosotros mismos? ¿Tendremos que ser, desde
la cuna hasta la tumba, niños tutelados por el Capital y sus sistemas
políticos? ¿No cabrá, en este reino de la muerte, otra posibilidad que rendir
sumisión al Capital y al Estado?
¿De qué se trataba
cuando empezó todo, de compartir códigos binarios o de compartir la tierra, las
casas, los medios de producción, los orgasmos y la libertad?
Internet se puede ver
como la puerta de acceso a la democracia y la información, al conocimiento y a
los amigos o como la herramienta que nos aleja de la democracia, del
conocimiento y de los amigos. Depende si uno apuesta por el trato personal o el
trato relacional, pero el problema es que recluidos en la red, el único trato
posible es el relacional, el despliegue de lo intrincado, lo virtual y lo
distante se impondrá así como sucedáneo de lo personal. Lo presencial no solo
vive actualmente una crisis severa sino que los afectos se desplazan hacia lo
fantasmático, donde son derrochados y entregados sin tasa, y lo que empieza a
dar miedo son los cuerpos reales.
Antonio Orihuela. Palabras raptadas. Ed. Amargord, 2014
Fotografía de Cristina García Rodero
Cuánta razón. Coincido plenamente con lo que dices. Donde se quede el tú a tú lo cibernético no nos llega ni a la camisa.
ResponderEliminarUn saludo sevillano