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jueves, 18 de septiembre de 2014

EL LENGUAJE SECUESTRADO (VII)





El pequeño accionista de BP, Chrevron, ConocoPhillips, Exxon-Mobil, Shell, JP Morgan Chase o Monsanto puede sentir, al retirar sus beneficios anuales, la misma dicha que aquellos israelitas que en el desierto veían caer el Maná divino o puede preguntarse, como en la canción, ¿de dónde sale tanto parné? Enrique Bocardo, en su libro La política del negocio: como la administración Bush vendió la guerra de Irak, nos lo aclara: De la muerte de 122.000 niños menores de cinco años, de la extensión del hambre a 4 millones de personas, de reducir a la pobreza absoluta al 69% de la población campesina, de dejar a las tres cuartas partes de la población de Iraq sin agua ni sanidad, de reducir a chabolas las viviendas de once millones de personas, de mandar a Siria para prostituirse a cincuenta mil mujeres iraquíes, de detener a tres mil personas y de dejar 620.000 viudas sin ningún tipo de ayuda estatal. El resultado de estas medidas sobre la población se tradujo en beneficios para las citadas corporaciones que sumaron más de un billón de dólares en el periodo 2002/08. A este billón habría que sumarle otro que fue arrancado al erario público norteamericano y entregado a las corporaciones del complejo militar industrial para sufragar los gastos de una guerra en la que se había empleado fósforo blanco, bombas incendiarias y uranio empobrecido que, como todos sabemos y el mismo presidente Bush nos recordaba en su Addresses the Nation: Operation Iraqi Freedom, se había hecho para liberar al pueblo iraquí, llevarle la democracia, la libertad, el progreso y la esperanza. ¿A qué nos recuerda esto de que la lucha contra el terror sea dirigida por la nación que da cobijo al mayor número de terroristas, torturadores y violadores de los derechos humanos?
Sin embargo, otro pequeño accionista, ahora de la empresa química Bayer puede verse afectado por la psicosis, convenientemente alimentada por los medios de comunicación, que despertó el hallazgo de varios sobres con ántrax enviado a través del servicio postal norteamericano en 2001 como actos del terrorismo islamista. El hecho de que se descubriera un año después que el ántrax fuera enviado desde las instalaciones militares de Fort Detric, en Maryland, poco importaba. A esas alturas, Bayer había ganado, para tranquilidad de sus accionistas, más de cien millones de dólares con su supuesta vacuna, salvando a la compañía de la quiebra técnica en la que se encontraba antes del suceso. Menos parece importar aún que frente a los cinco muertos por los envíos de ántrax, la vacuna de Bayer matara más de mil personas a consecuencia de sus efectos secundarios. ¿Estaría nuestro pequeño accionista entre ellos, le habría dado tiempo de recoger beneficios?

Antonio Orihuela. Palabras raptadas. Ed. Amargord, 2014 
Fotografía de Juan Sánchez Amorós.

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