El
pequeño accionista de BP, Chrevron, ConocoPhillips, Exxon-Mobil,
Shell, JP Morgan Chase o Monsanto puede sentir, al retirar sus
beneficios anuales, la misma dicha que aquellos israelitas que en el
desierto veían caer el Maná divino o puede preguntarse, como en la
canción, ¿de dónde sale tanto parné? Enrique Bocardo, en su libro
La
política del negocio: como la administración Bush vendió la guerra
de Irak,
nos lo aclara: De la muerte de 122.000 niños menores de cinco años,
de la extensión del hambre a 4 millones de personas, de reducir a la
pobreza absoluta al 69% de la población campesina, de dejar a las
tres cuartas partes de la población de Iraq sin agua ni sanidad, de
reducir a chabolas las viviendas de once millones de personas, de
mandar a Siria para prostituirse a cincuenta mil mujeres iraquíes,
de detener a tres mil personas y de dejar 620.000 viudas sin ningún
tipo de ayuda estatal. El resultado de estas medidas sobre la
población se tradujo en beneficios para las citadas corporaciones
que sumaron más de un billón de dólares en el periodo 2002/08. A
este billón habría que sumarle otro que fue arrancado al erario
público norteamericano y entregado a las corporaciones del complejo
militar industrial para sufragar los gastos de una guerra en la que
se había empleado fósforo blanco, bombas incendiarias y uranio
empobrecido que, como todos sabemos y el mismo presidente Bush nos
recordaba en su
Addresses the Nation: Operation Iraqi Freedom,
se había hecho para liberar al pueblo iraquí, llevarle la
democracia, la libertad, el progreso y la esperanza. ¿A qué nos
recuerda esto de que la lucha contra el terror sea dirigida por la
nación que da cobijo al mayor número de terroristas, torturadores y
violadores de los derechos humanos?
Sin
embargo, otro pequeño accionista, ahora de la empresa química Bayer
puede verse afectado por la psicosis, convenientemente alimentada por
los medios de comunicación, que despertó el hallazgo de varios
sobres con ántrax enviado a través del servicio postal
norteamericano en 2001 como actos del terrorismo islamista. El hecho
de que se descubriera un año después que el ántrax fuera enviado
desde las instalaciones militares de Fort Detric, en Maryland, poco
importaba. A esas alturas, Bayer había ganado, para tranquilidad de
sus accionistas, más de cien millones de dólares con su supuesta
vacuna, salvando a la compañía de la quiebra técnica en la que se
encontraba antes del suceso. Menos parece importar aún que frente a
los cinco muertos por los envíos de ántrax, la vacuna de Bayer
matara más de mil personas a consecuencia de sus efectos
secundarios. ¿Estaría nuestro pequeño accionista entre ellos, le
habría dado tiempo de recoger beneficios?
Antonio Orihuela. Palabras raptadas. Ed. Amargord, 2014
Fotografía de Juan Sánchez Amorós.
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