Saben
el precio de una vida,
el
precio de una nube,
el
precio del amor.
Sólo
conocen bosques maderables,
y
en sus planes se agrandan
los
dominios de su crueldad.
Avanzan:
sepulcros
a merced de la corriente.
Avanzan:
como
avanza el silencio,
como
se pudre un cadáver.
Mientras,
la
belleza de los desertores
se
ríe de los cálculos.
Mientras,
respiramos
en el tiempo de la asfixia.
Mientras,
intentamos
mirar
no
con la mirada del amo.
(De
Miedo
de ser escarcha;
2012)
APARICIONES
FUGACES DE PRODIGIOSA DURACIÓN
Súbditos
de regiones clausuradas,
lejos
de la verdad
de
cada cosa,
malgastamos
el tiempo en este exilio
en
el vano país
de
lo evidente:
esta
enorme prisión,
este
baile deshabitado.
Pero
un niño secreto vive
bajo
todas las máscaras.
A
veces asoma su sed
yugular,
descubre sus ojos primordiales,
y
nos reconocemos:
vislumbramos
en su inocencia libertaria
qué
somos, quiénes.
La
vida ocurre entonces:
hallazgo,
sentido, reunión,
certeza
de ser, la justicia
de
una respiración tan verdadera
en
los resucitados.
Ese
niño secreto
se
asfixia en la maleza de ilusiones,
se
araña en signos huecos, mentirosos,
es
por eso que nos implora
y
susurra al oído su plegaria
como
si nos dictase
la
letra de canciones imposibles:
Habría
que esquivar la muerte,
sus
fauces tan abiertas,
vivir
las horas
en
crudo, de asombro en asombro.
Habría
que nacer, darse a nacer,
tener
la audacia
de
aquiestar en el mundo,
probar
a lo que sabe algo sin nombre,
apoyar
las dos manos en su vértigo.
Sólo
somos si somos aventura.
Sólo
lo fugitivo permanece.
Pero
no escuchamos bien qué dice
–hay
quizás demasiado ruido
y
no entendemos nada, nada.
¿Lograremos
hoy el milagro
de
la revelación de la materia?
¿Arribaremos
absolutos,
íntegros,
a los otros?
¿Podremos
hoy vencer los miedos
y
ver más claro, hacer verdad?
Casi
todo nos pasa inadvertido.
Un
niño prisionero se hace sangre.
(De
Asombros;
2006)
LABOR
Yo
traje a este sitio mi cuerpo
y
aquí lo desgasto en jornadas,
aquí
me esfuerzo de luna a luna
hasta
que la palabra descanso
florece
hermosísima en la boca.
El
techo bajo el que nos guarecemos
es
provisional e inestable; en ocasiones
confundimos
todo esto con un hogar.
Conformamos
una familia extraña:
hermanos
bajo las luces permanentemente encendidas
de
la videovigilancia, sacándole punta al tiempo
en
una labor enhebrada por obediencias
y
desobediencias, sutiles percepciones,
soledades
y compañías, diálogos callados.
Vistos
desde lejos parecemos granos de arena
arrastrados
por un viento inútil. “¿Y qué importa?”,
nos
decimos los unos a los otros.
Pero
en los sueños murmuran sombras
que
nos interrogan y nos turban, que musitan:
“¿Cómo
se puede ser arena
sin
ser desierto, sin sufrir la sed?”
El
jornal no paga la sangre de mis horas, su alto sacrificio.
En
el trabajo está prohibido hablar.
Pero
yo hablo. Todos hablan.
(De
Para
nombrar una ciudad;
2010)
UNA
HABITACIÓN CERRADA
La
noche en que vimos los peces muertos
aún
no sabíamos nada.
Aún
creíamos en la luz, el aire,
el
agua, una tierra posible
bajo
los pies.
Había
palabras entonces,
y
esas palabras decían lo que señalaban,
eran
usadas en alguna dirección,
no
eran todavía bocas
devorándose
a sí mismas.
Aún
no sabíamos nada.
Y
aún hoy, ¿qué es lo que sabemos?
Cuerpos
consumidos por la cobardía,
por
alistamientos y humillaciones,
aprenden
a vivir donde la vida no es posible.
Detenidos
y golpeados en las comisarías del miedo,
nos
esforzamos en amar agónicamente
cada
instante que huye
mientras
en los sueños se aparece, pertinaz,
una
luna negra que se asfixia
en
el fondo de los pozos.
No
se oye nada.
Nadie
abre la puerta.
Imaginamos
el olor a otoño de la calle,
olor
a carne quemada y pasadizo,
más
allá de este cuarto atestado
y
vacío, de este hueco.
Algo
sucede:
alguien
se arrodilla y dice
una
lenta oración en la noche.
De
pronto otra vez silencio,
nada.
Aunque
pudiéramos ver,
nadie
se atrevería a mirar.
(De
Desórdenes;
2014)
David Eloy Rodríguez en DISIDENTES: antología de poetas críticos españoles (1994-2014). Ed. La oveja roja. Madrid, 2015
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