Dudas
Me
preguntaba si tendrían pelo debajo de las tocas,
si
sus manos podían ensuciarse,
si
alguna vez dirían palabrotas,
si
pensarían en hombres,
si
mascarían chicle cuando nadie las viera
o
darían volteretas en sus camas, a solas.
Me
preguntaba si tendrían pelo debajo de las tocas
si
habría algún latido, algo vivo y real, debajo de sus hábitos.
(De Divina; 2014)
El patio
Emparejadas
como bueyes
salíamos
al patio.
Al
principio había yerbas, amapolas,
algunas briznas insólitas de trigo,
semillas
que brotaban sin deber.
Luego,
todo se hizo cemento
de
aquel que lastima las rodillas.
El
campo despertaba
demasiados
instintos.
(De Divina; 2014)
La tormenta
Truena
se
ha ido la luz
nos
hacen rezar
a
oscuras
nos
van inoculando el miedo.
(De Divina; 2014)
Álbum de Nicaragua
¡Enséñela,
enséñela!
Niños
de Nicaragua que se quieren mirar
detrás
del objetivo,
en
la pantalla azul del revés de mi cámara.
Quieren
saber si ahí se vuelven más reales
y
se mueren de risa saltando entre las zanjas,
jugando
a que la tierra no les muerda los andares descalzos.
Cuando
se hace de noche muy temprano
la
lluvia lava la consideración de los gobiernos
y
se cuela por el tejado de la escuelita pobre,
de
la escuelita oscura,
y
chorrea en los dibujos infantiles,
emborrona
cartillas.
Las
letras del día se deshacen, se embarran,
se
las traga la calle sin asfalto que lleva hasta la Panamericana,
las
letras de los niños se las come una gallina triste.
¡Enséñela,
enséñela!
El
chavalo ya no se está riendo,
me
desafía desde sus quince años.
Vive
entre los desechos de una casita escuálida
con
un televisor enorme
al
que llegan las pelis de los yanquis
y
le enseñan un mundo que no es para él:
ves
esto?,
te
gusta?
Pues
no lo tendrás.
¡Enséñela,
enséñela!
Estos
hijueputas no van a poder conmigo,
les rajo, me oye?, les rajo.
Los
chavalos se miran y no se reconocen
porque
quieren ser otros más altos y más guapos
y
nadie les ha dicho cómo se llega allí desde su barrio.
¡Enséñela,
enséñela!
Una
mujer estrena una casa con techo,
tiene
una habitación con una cama
que
se rompe de roña
y
tiene una cocina en el corral donde guisa un puñado de frijoles molidos.
No
tiene 30 años y no tiene marido
pero
sí tiene hijos no se sabe de quién,
no
se sabe de cuándo,
rebañando
las cáscaras de un plátano marchito.
¡Enséñela,
enséñela!
La
mujer quiere ver su hermosa casa
retratada
en formato digital
porque
hasta ayer dormía con sus hijos
debajo
de unos plásticos sobre el suelo encharcado.
¡Enséñela,
enséñela!
Yo
no me acuerdo, hija, yo no me acuerdo
de
cuántos años tengo.
Las
manos de la vieja de la edad olvidada
engalanan
coronas de flores de papel para los muertos
y
me mira, y sonríe, y quiere ver su foto
pero
no le dan ya los ojos para eso,
se
le llenan del agua de su vida y me la cuenta.
Se
llama María Santiaga,
(¡que
me digan María!)
y
compone poemas y canciones
y
se acuerda de todo menos de lo que no se acuerda
pero
eso no importa.
Y
me canta bajito
palmeando
con sus manos artríticas
y
me regala un beso
además
de una flor de papel que le ha sobrado.
Los
zopilotes lo saben todo,
lo
saben todo las flores amarillas que crecen en los cables de la luz
y
lo recuerda el sorgo, el tamal y el buey famélico
y
la caña de azúcar, el café y el tabaco
Y
lo sabe Managua, León y Chinandega.
Y
lo sabe Somoto. Y lo que es peor,
nosotros
lo sabemos:
Nicaragua
es aún una tierra cautiva
que
necesita muchos retoques en sus fotos.
(De No estoy limpia;
2011)
Inma Luna en DISIDENTES: antología de poetas críticos españoles (1994-2014). Ed. La oveja roja, 2015.
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