Ayer murieron los de siempre
los acostumbrados a perder en las listas del PNUD
los amansados por la pornografía bursátil de los telediarios
sí, también tres gobiernos de la llamada europa
y algún feligrés
o algunos
cientos
vieron deshauciada su dignidad hogareña.
Ay, no esperen esparcimiento de cenizas
(son caros
los rituales ¿y quién debería pagarlos?)
buscad ruinas pero aún así no habrá cortinas
que confirmen el humo
tan sólo telas viejas de renovados colores
las máscaras (¿le informaron ya?)
han dado paso al gesto fiero y arrugado.
Alguien abajo estará piedra en mano
otros esgrimirán sus papeletas entre los escombros
los hay que se robarán un pan y un litro de cerveza
yo les
conozco, sé de su buena fe
pues fíjense, para todos caerá su propia cruz
el castigo de encomendarse a dios
se rezarán latigazos y misas por los mercados
y habrá
purgatorios a cambio de nuevos créditos.
Abandono esta guerra
recuerdo que
pagan mal y nunca
soy un
mal-soldado de batallas-generales
y cavilo mis soluciones inmediatas.
Al dentista le he dicho que me pegue de nuevo
la muela postiza, que el otoño no es bueno
para la caída de los bolsillos.
Tengo ya dos plantas puestas en el mismo tiesto.
Saco una magdalena al quicio de la ventana
para que los gorriones no dejen de saludarme.
Mi amiga Ana se mudará de casa
para alquilar la suya
se meterá con los chiquillos
en casa de sus padres
En la plaza la gente teje
cazuelas de barro
y voces en almíbar.
Soy compañero anónimo de cualquier transeúnte y aliento
ausente del albañil en paro. Soy también el que cruza los pasos de cebra en
dirección opuesta y desconoce el sabor a cristales rotos de los hogares puestos
en venta.
Aun así, mi siesta sigue siendo mi gesto animal, con el que
invoco el placer adulto y la necesidad de niño frágil. Detengo coches,
conversaciones, encuentros para seguir el abismo del sopor. Paréntesis
inaplazable, sólo excitable.
En todos estoy como amigo, como vencido y como deseante. La
jaula es la conciencia, el vuelo es mi siguiente paso. El mundo es en ocasiones
frío, pero la tristeza y el desapego también son mis mantas.
No he venido a salvar al mundo, ni a salvarme de mí. Hay
paradoja en cada bocado que se da con la
vida. Lo importante es no pedir prestados los dientes.
No encuentras trabajo:
es que no
eres suficientemente empleable
Se acaba la gasolina
joder! Es
que hay muchos chinos queriéndose
comprar un
coche
Te suicidas o dejas que te suiciden
definitivamente
quieres boicotearles sus estadísticas
de paz
social y bienestar
Te preguntas, sólo te preguntas:
¿es que
acaso dudas de sus respuestas?
Les criticas:
¿te volviste
estúpido?
Callas, silbas con otros y te pones a hacer:
Entonces es
cuando dejas de existir en sus formas publicitarias y empiezan
las palabras
de goma
y las
represiones “antiterroristas”
Pilotos cargados de explosivos. Conductores borrachos de
civilización petrolera. Más alto, más
lejos, más mercantilizable. Más asfalto, detrás más tierra
quemada, nadie en el retrovisor, ni siquiera
los muertos. Más nuevo, para que el cansancio y el hastío no
construyan sus rebeldes arrugas.
El kamikaze afirma que va por su carril. Como un pelotón que
se ajusticiase a sí mismo. Como un
broker que aguardase la cotización al alza de su
suicidio.
El teatro admite sus apuestas. La locura consiste en afirmar
que éste es el único papel cuerdo. Decir
paz y ponerse a distribuir ataúdes y gatillos.
El kamikaze ya no sólo es el que se mata, son todos los que
arman nuestros pelotones de fusilamiento.
El hedor está por todas partes, no tenemos fuerzas para tirar
de la cadena y ellos andan ocultando la mierda en los cajones de nuestra
despensa. Regalarán ambipur y nos harán accionistas de un banco malo,
entendiendo que hay bancos malos y otros perversísimos que no quieren oler a
humanidad ni por asomo.
Entonces regalarán pinzas para la nariz y guantes de boxeo
para mirar el mundo.
Lo terrible no es el olor que anuncian sus malas digestiones
en el boletín oficial de los mercados.
Lo peor es que el alma se nos pudra y queramos subir a pelear
en el ring de los insomniados.
Pasea el sol por Córdoba con su aliento de secador de pelo.
El mismo sol que ayer acaloró Groenlandia y dejó un 3% de hielo. Es importante
esta cifra. Coincide con lo que los economistas consideran necesario que crezca
el PIB para que la gente encuentre trabajo más fácilmente, no toda la gente,
pero sí bastante gente. 3% también como cantidad de hielo mínima para poder
empezar a hablar de un auténtico whisky on the rocks por parte del 3% de
habitantes que alfombran su casa con el 60% de la riqueza del mundo.
Asola el 3%. Miro una tele financiada al 3%, que son 300 puntos
básicos si hablamos de deudas externas, que siempre hielan a los mismos, a los
de abajo, a los que están ensombrecidos y con escasez de calorías que llevarse
a sus bocas.
Me gustaría hablarles del Sol. Impresionante círculo de
cualquier intrahistoria, carro solar de todas las culturas y de todas las
fotosíntesis, hierba para la vaca, carne a mansalva para los chalets adosados del planeta,
pubertad explosiva como mancha de juventud, vejez paciente que chamusca las
alas de los mitos vencidos y de los románticos acabados tras la fiesta de
cualquier pueblo.
Sí, también es el sol caducado por los caraduras fascistas y
los amaestradores del conocimiento. Hoy es 26 de julio de 2012, y aquí ando,
viendo el sol de reojo entre las persianas, abducido por sus juegos olímpicos
hechos de sol infértil en ventitrés pulgadas.
No seremos ni el 3% de vida del sol, todos los humanos
juntos, en este preciso instante.
Lo peor es que
no nos dejarán verlo ni vivirlo más allá de algún 3% que se nos caiga encima,
como una prima de riesgo o un meteorito nuclear en forma de reactor 3, por
cierto, de Fukushima.
Los cielos nublados son profecía de lluvia, pero la ciudad
mandó callar la tierra sedienta y ahora no sabemos para qué queremos la
primavera. La sangre también fue silenciada por los humanos. La modernidad
inventó las sotanas industriosas y los paraísos recostados en los hombros y en
las ubres de mujeres generosas como africanas, desagües pintados miel para que
no fuésemos parte de nuestra podredumbre. Y el horror se hizo hábito, y su luz
sombría nos habita.
Hay mañanas que me levanto con dolor de cabeza y no dejo de
seguir amaestrando martillos para golpearme. El ciclo del orden es el
precipicio de los cielos sobre nuestras cabezas y nuestros espermatozoides. Los
aparcamientos están llenos, pero aún quedan pastillas por inventar y ropa que
disimule el mal olor, la comodidad inservible. Soy un zombie que come alpiste.
La manada impone los tiempos corrientes, de seres corriendo hacia corredores de
la muerte.
Corro yo también hacia mis martillos, mientras suenan mis
himnos mortuorios. Amo la derrota que me reconoce. Acumulo sed, nublo la tierra
y asalto farmacias. La lluvia volverá para desvestirme.
Éste es mi pacto sagrado, la
audacia de mi espera, la quietud de mi huida: el enfrentamiento vital contra el cadáver que llevo dentro.
Ángel Calle. Dignivivirse. Ed. Corona del Sur. Málaga, 2014
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