TODO ES DE COLOR
Gonzalo García Pelayo (2016)
Uno de mis deseos de este 2016 se
ha cumplido. Desde que vi el tráiler de la película TODO ES DE COLOR soñaba con
poder verla, lo que no podía ni imaginar es que sería el propio Gonzalo
García-Pelayo el que me iba a abrir las puertas de su cine particular para que
mi sueño se hiciera realidad.
Conozco la obra de Gonzalo desde
hace muchos años pero la persona se me había demorado hasta este fin de semana
que hemos compartido mesa en la Feria del Libro de Mérida y, por una vez,
persona y obra me han parecido que coincidían en grandeza intelectual, humildad
personal y fecunda creatividad, algo que viene demostrando desde hace muchos
años, y que repite en este film, TODO ES DE COLOR, donde se rinde un homenaje a
una manera de ser y estar en el mundo que Gonzalo encarna en el mítico grupo de
rock andaluz Triana, cuya presencia y cuyas canciones van dando forma,
dialogando con la filmación, estructurando una narración que, a pesar de ello,
se escapa y expande por los múltiples recovecos de la película, como expresión
lograda de lo que ha sido siempre su cine: libertad, cercanía, frescura, pasión
e irracionalidad al servicio de belleza.
Gonzalo, que vivió y dio vida a
la cultura y la música del sur, podría haber hecho un documental al uso, medios
y conocimiento tiene para ello y, sin embargo, nos sorprende a todos con esta
propuesta vitalista que nos zarandea y nos invita a los simples mirones a
emprender nuestro particular viaje del héroe, un viaje que llene nuestras
vacías vidas de sentido y experiencia, de gozo y de pasión, del amor y la
belleza que está a raudales en TODO ES DE COLOR.
Para ser una película llena de
vida, la cinta arranca, paradójicamente, en el cementerio, rindiendo homenaje a
los dos componentes ya desaparecidos de Triana, mi primo Tele, Juan José
Palacios Orihuela, y Jesús de la Rosa; y pasará por los cuatro elementos hasta
llegar al mar, desde las escenas telúricas de los campos de molinos de viento
en La Mancha, al fuego y el agua del atlántico, punto final de este road movie,
esta película iniciática donde todos los personajes se mueven al ritmo de las
canciones de Triana, con moto, con música, con corazón, con sexo, con enteógenos,
pues la película es un viaje dimensional que consigue, gracias a la magia del
cine, plegar todos los tiempos y atravesarlos para que el espectador los
contemple todos juntos, superpuestos, porque la vida no cesa, continúa y se
renueva por encima de los lugares hecha pasión, música, baile y fuego.
TODO ES DE COLOR impacta, sobre
todo, porque en un mundo donde nos hemos acostumbrado a tratar a los demás como
objetos, los personajes que retrata son todos de una calidez que estremece. No
es solo esa frase pronunciada en el cementerio, ante la tumba del vocalista de
Triana, “Jesús, te queremos”, es que toda la cinta es una demostración de
cariño sin igual entre todas las personas que salen en ella, y que tienen algo
de banda, de colectivo difuso, de iguales imantados por una forma muy especial
de entender la vida, pues son, como dice Natalia Rodríguez en ella, gente que
va huyendo del frío, personas que buscan una verdad y la realidad de su
experiencia los coloca una y otra vez ante la Belleza como sentido completo de
nuestro estar en el mundo. No otro era el mensaje de Triana, ni el de esta película
colectiva, donde tampoco importa mucho no saber quién es Triana y pasar de
largo sobre el fenómeno Triana y quedarse al margen, en esa interpretación
absoluta del extrañado, del ajeno, que hace Jorge Cadaval, en esa profunda
enseñanza que nos brinda la película al querernos decir que no hay búsquedas
mejores que otras, más transcendentes, que lo importante es la voluntad de
existir, de gozar de la vida, del sexo, de la unión y los fluidos, porque el
amor es el motor del universo y la música de las esferas no termina ni empieza
en Triana, aunque haya mucho de ella en ese canto colectivo que todavía resuena
en la Alameda de Hércules.
No creo que se haya hecho jamás una
película coral y colectiva como ésta marcada por el amor, las muestras de
afecto, la música armonizada de los que aún saben dónde está el lago
(Gualberto, Raimundo, tantos otros) y, sobre todo, marcada por la luz que
irradian todos y cada uno de las personas que salen en ella a hacer de sí
mismos, acaso el papel más difícil que hay en el cine, esa luz de la que
hablaba Jesús de la Rosa, la luz que todos llevamos dentro y que en TODO ES DE
COLOR desborda los cuerpos, más allá del tiempo, en ese instante fijo de la
gloria del ser, del vivir en el ahora, sin nostalgia del pasado, porque como
dice Javier, el pasado ya no lo comimos, lo mejor siempre viene al final, hay
que tener nostalgia del futuro.
TODO ES DE COLOR habíamos dicho
al principio que es un homenaje a una manera de ser y de estar en el mundo, y
cualquiera que se haya movido por los lugares del alma que Gonzalo retrata sabe
que es así, algo habrá en el faro de Trafalgar que alumbre los corazones con
esa calidez, con ese latido, con ese ritmo de la sangre que con tanta claridad
supieron fijar los Triana en sus canciones.
Antonio Orihuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario