Sin ser yo mismo o la
lejana sombra
La duna va avanzando por el centro del parque.
Los
pájaros acercan a la infancia. Los restos de sus cuerpos en el césped se
observan desde lejos. Hay dos tórtolas turcas jugando con sus alas. Hoy recojo
las partes que quedan de ese todo y acaricio las plumas con los dedos, de
manera suave. Al cerrar los ojos retrocedo unos años.
Tantos
matices, tantos desvíos. Una forma de ser sin ser yo mismo. Ahora veo a mi
abuela, mi padre está con ella riñendo como siempre. La vida es un portal donde
todos los seres disponen de sus dobles, son seres semejantes, idénticos en
forma. Un mismo rostro apenas parecido, una expresión exactamente igual, un
físico correspondiente. En la lejana sombra hay hombres que se cruzan.
Han
sido varias veces. La primera ocurrió montado en autobús donde vi a mi tía.
Ella había fallecido unos diez años antes. Me acerqué para hablar y era el tono
de voz que apenas recordaba. Pensé que iba a decir, que tenía que decir, que me
enseñaba, pero fueron palabras muy discretas. Ella no era mi tía aunque lo
pareciera.
Desde
entonces busqué por todas partes el yo
que me faltaba, el ser que siendo igual fuera tan diferente. He recibido pistas
en países, intenciones, a veces son las sombras las que hacen compañía.
He
viajado, he llegado a encontrar algunos restos, aunque nunca conseguí ver al
ser semejante.
La
segunda persona que confundió la esencia fue una joven mujer que conocí hace
mucho. Sabía por los amigos que vivía muy lejos. Y allá donde España se enfrenta
con África la encontré de asistente en una conferencia. Movía igual sus labios,
tenía el tono de voz como lo recordaba. Confuso laberinto de seres y
personas que ahogan mi cabeza.
No
pude conjugar algunos verbos. Los gerundios eran siempre pretérito pluscuamperfecto.
Descubrí de esas tristes palabras que nada tenían ver con mi recuerdo. Era una
sombra digna, idéntica pero imperfecta.
Otra
impresión ocurrió en casa. Mi padre se acercó una noche de enero a conversar
conmigo. Al amanecer preparó un desayuno abundante. Falleció hace años. Pude
tocarle, hablarle, sentirle, hasta le recité tres poemas. Unos días más tarde
lo monté en el barco y le di un paseo por la ría de Isla Cristina. Regresé a
puerto solo. Con las luces de estribor y de babor encendidas.
He
puesto anuncios en la prensa, se alimenta de una foto. Busco el doble, la otra
persona idéntica y semejante. Paseo a estas horas por el campo. Todo queda
perfecto, es nuestra imperfección. Confuso laberinto de verdad sobre el
río. Tantos matices y tantos desvíos nos alejan, libre de la tormenta.
El primer matiz
Lanzo una moneda
al aire.
La
superficie donde cae debe ser rígida, es más fácil permanecer de canto en una
extensión severa. En cambio, lo complicado es impaciente. Nada permanece
erguido en ella.
La
dureza, la rigidez, lo severo, es nuestra cultura, nuestras lecturas. Cuanto
más leemos más probabilidades tendremos que una moneda caiga de canto. Tendrás
el primer matiz.
Javier
Sánchez Menéndez
De Confuso laberinto,
Renacimiento, Sevilla, 2016
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