Fuimos niños y eso es inevitable.
Llevamos los huesos a su longitud,
dimos forma a las proteínas,
hicimos el milagro de la bipedestación,
dijimos la palabra y empuñamos la herramienta,
trazamos las lindes del cuerpo y otras
pirámides
y absortos del mundo, iniciamos.
Lo que nunca acabará se puso en marcha,
vientos y magma repetidos en cada cual, Adán
gregario.
Fuimos niños y eso es inevitable, para poder
evocar.
¿Quién soy? es algo que busco en quien fui.
Más aún, en quién creo ahora que fui,
pues quien realmente fui es imposible saberlo
como es imposible conocer el campo sin paisaje,
como es imposible conocer momento y posición
al mismo tiempo
como es imposible una niñez sin artefacto.
YO FUI
TESTIGO
Visconti
Yo me hice niño en las calles de Santa Cruz,
el Arenal, San Vicente o la Judería. Yo jugué en sus adarves, corrí por sus
aceras. Me resguardé en los patios de sus grandes casas.
Yo fumé en sus bibliotecas. Vi los lienzos de
sus antepasados y tapices. Yo estuve en el salón de visitantes y en el estar de
los niños. Arriba en invierno y abajo en verano. Las camas con dosel, las bañeras con patas, los pasadizos, las magnas
escaleras.
Yo hurgué en sus trasteros. Sus baúles, las
ropas antiguas, objetos inservibles, los uniformes y las armas. Y en la humedad
del garaje la Cota 174, la Enduro. También el Reanult 5 y el Mehari de los
hermanos mayores.
Bergman
Yo pronuncié sus largos apellidos como un abracadabra.
Yo soñé con ellos, con sus veranos en Puigcerdá o en Sotogrande, con sus pistas
de tenis, con sus casetas de Feria, donde sus madres en flor llamaban
incesantemente a mi deseo.
Yo fui testigo de la lentitud del tiempo
entre manteles de hilo y bizcochos recién hechos. Yo evoqué el deseo y dibujé
falsos futuros ante las fascinantes chimeneas. Yo vi la complicidad de
mayordomos, amas y porteras.
Yo vi como las adolescentes de Virgen de la
Antigua abrían sus piernas dulcemente si se trataba de ellos. Como follarse o
no a aquellas vestales en uniforme de colegio era una cuestión de apellido y
patrimonio.
Yo vi el placer en sus ojos y oí los susurros
y gemidos. Yo vi sus bellos cuerpos, su seducción, su elegante manera de
correrse.
Bertoluci
Pero yo vi también su displicencia, su
vanidad, su impunidad. Yo vi la suciedad que afloraban en las pequeñas vírgenes
de usar y tirar. Yo vi la carne desgarrada.
Yo lo vi. Yo vi como el hijo del conde pegaba
con la fusta a su gañán en un cortijo. Yo vi a la cocinera morir de vieja en
casa ajena y vi como medraban en esos colegios privados en los que nuestros
padres quisieron que medráramos.
Yo vi el horror en la primera fila. Yo vi como
aprendimos a mentir, a sostener la doble cara, la doblez del alma, a endurecer
el ojo, a descartar la ternura, a ignorar la sangre derramada. Yo vi cómo nos
enseñaron a que lo blanco es negro y que lo negro es flaco, si interesa a ello,
si el riesgo es alto.
Yo vi como la sordidez habita los palacios,
como apestan los terciopelos y las sedas, como habita la crueldad en cuerpos
bellos, como mata la estirpe, como el tiempo no arregla nada, como es fácil
engañar al ojo una vez, pero es difícil envolver el hedor en los salones.
Bernardo Santos. En Voces del Extremo: poesía y raíces. Ed. Amargord, 2016
Magníficos versos. Enhorabuena. Gracias Antonio por pulbicarlos. Son sugerentes y directos al mismo tiempo. Un saludo desde Badajoz.
ResponderEliminar