(Álbum blanco)
A solas con la casa y el invierno
fui guardando mi vida
en unas viejas cajas de cartón.
Me tuve que llevar
mi ropa, mi paraguas, mis discos de los Beatles,
mi colección de miedos,
mis libros y carpetas, mis recuerdos, el mundo
que mi padre me había regalado
y en el que tantas veces han viajado mis dedos
una vuelta tras otra.
Allí dejé mis llaves, mi ausencia y un vacío
de mediana estatura,
las cartas que jamás encontrarán mi nombre,
el olor del café que no me tomo,
las vistas sobre el río, los abrazos a medias,
mi colección de sueños,
tantas fotografías que no supe
partir por la mitad...,
y el paso de los días a través de mis hijas,
y a Celia con tres años pidiéndome de pronto,
aquella misma noche al despedirme,
que jugara con ella una vez más.
***
(A María)
FUE justo en ese instante de la tarde
que entristece los días.
En un charco del campo (aquel invierno
lo recuerdo lluvioso)
te asombraba romper mi gesto ausente
en círculos concéntricos.
Cuando, en vez de tirarla, me miraste
y pusiste en mi mano aquella piedra,
regresé del olvido y sin palabras
te prometí de pronto, a ti, una niña
casi de leche en polvo,
que te la guardaría para siempre.
Entonces no conté con mi desorden
ni tampoco con tanto
como se me quedó por detrás cuando tuve
que dejar nuestra casa.
Han pasado los años con sus pasos perdidos,
tú te has hecho mayor y yo un poco más viejo.
Nuestra vida es distinta. Los buzones ya tienen
otros nombres escritos.
Pero cierro los ojos y en mi mente despiertan
los recuerdos, las sombras y no sé si algo más.
Y aunque es cierto que a veces
he logrado arrojarlos como piedras al agua,
han retornado siempre con las ondas,
con esos mismos círculos concéntricos
que te gustaba hacer y que me dicen
que el tiempo es la memoria,
que las cosas se quedan de algún modo,
que todo va cambiando, que no se pierde nada…
Abre tus manos, hija. La piedra que me diste
es hoy este poema.
***
(A Celia)
TE miraré a la vuelta de unos años
y veré que te has hecho una mujer.
Tendrás tu propia vida,
tu casa, tu trabajo, quién sabe si unos hijos,
deberes y problemas
que no resolverás con este simple
libro de matemáticas…
Y acaso una expresión, una mirada, un gesto
o una absurda manía que consiga
que se acuerden de mí.
Pero te miro ahora
y veo en ti una niña de colegio
que juega, estudia, sueña
y deja su inocencia en cualquier parte
y que vive ignorando
que estos momentos son irrepetibles
y que se irá la infancia como un soplo.
Y entonces ya no sé
si he de sentirme alegre o casi triste
cuando a veces te miro.
Mírame tú, sentado frente a ti
jugando al ajedrez o en la distancia
mientras pienso y escribo algún poema.
Mírame bien, tal como soy ahora,
con tus ojos de niña todavía,
sin imposibles, antes
de que mi voz se nuble,
porque así es como quiero quedarme en tu memoria.
Los años pasarán, continuarán cayéndose
las hojas de los árboles y de los almanaques
y llegará el momento
—tú ya serás mayor y yo me habré marchado—
que al mirar hacia atrás y recordar
los días de tu infancia
me hallarás a tu lado para siempre.
Juan Carlos de Lara. Depósito de objetos perdidos. Premio Leonor, 2015. Exc. Dip. Prov. de Soria.
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
Juan Carlos de Lara. Depósito de objetos perdidos. Premio Leonor, 2015. Exc. Dip. Prov. de Soria.
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
Muy hermosos poemas familiares.
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