documentos de pensamiento radical

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martes, 12 de julio de 2016

3 poemas de LOS HIJOS DE ULISES de ÁNGEL M. GÓMEZ ESPADA



LOS HIJOS DE ULISES

Somos los hijos de Ulises.
Los que nos quedamos custodiando el secreto de Ogigia,
La generación perdida que dejó de lado la trashumancia y los problemas.
La leyenda dice que las multinacionales nos contrataron como conejillos de indias.
Nadie vino a reclamarnos.
Nadie pidió un rescate por nosotros.
Nadie llenó las farolas de su ciudad con nuestras fotos en pose de recién desaparecidos.
Por nosotros nadie se manifestó.
Nadie habló en nombre de los parias.
Los fabricantes de loto nos comieron las ideas.
Una vez por semana un avión lanza desde el aire cantidades suficientes hiperconcentradas,
Que diluimos en agua sin futuro para abastecernos.
Dejan que nos saciemos hasta el hartazgo,
Pasa el avión cuatro o cinco veces por los campamentos.
A nuestra manera, también somos revolucionarios.
También luchamos, sufrimos y morimos.
Aunque seamos incapaces de recordar la causa de tanto aciago.
Aunque ni siquiera podamos recordar cuándo pasará el próximo avión.


LAS NIETAS DE LAS COSTURERAS

Como solo ellos saben hacerlo, nos fueron usurpando cualquier poder.
Con la misma pauta que cuando aprenden a pedirnos la sal con un golpe de mirada seco.
Nos taparon la boca, de nuevo.
Eran los tiempos nuevos, había que plegarse.
Cedimos.
Siempre acabamos cediendo para sostener el equilibrio del Mundo.
Cedimos para que no se fuera todo al carajo.
A su manera, nos castigaron por habernos atrevido a quitarnos el velo.
Nos castigaban por empuñar las palabras como antaño ellos empuñaron las cimitarras.
O las espadas.
O las ballestas.
O el arco.
O la piedra afilada.
Por la noche, Penélope nos leía historias ancestrales.
Nos enseñaba el arte de la costura, la estrategia del paciente.
Mientras nos íbamos limpiando la sangre.
Mientras mirábamos cómo cauterizaban las heridas.
No era para tanto.
Morderse los labios un poco más fuerte y ya.
Era lo primero que nos enseñaban nuestras abuelas.
A cantar mientras cosías.
A cantar mientras llorabas.
A cantar mientras sangrabas.
La Historia de la Humanidad se sostiene por los cantos de las nietas de las costureras.
Si todo esto sigue en pie, al fin y al cabo, es porque nosotras aprendimos a coser.
Por mucho que les duela.
Por mucho que nos duela.



TRABAJADORES

Fuimos los trabajadores.
En un tiempo lejano nos creímos dioses.
Nuestra pieza dentro del engranaje era insustituible, pensábamos.
Vivíamos a crédito.
Alimentábamos la voracidad de Saturno con deuda pública y autopistas recién inauguradas.
Construíamos acuarios con peces tropicales en los jardines de nuestros bungalós.
Pasábamos media vida en los bares flirteando con las sirenas.
Sus canciones repetían hasta la saciedad los éxitos del momento: nuevas oportunidades, nuevas promociones, un cargo en el Ayuntamiento.
Nuestros hijos pasaban de una academia a otra para enriquecer aún más nuestro ego.
Creímos que nos lo debían todo.
Como cualquier dios que se precie, también caímos en desgracia.
Pasamos a ser un cómputo en una estadística, bichos raros cuya característica común era tener la boca cosida y salivazos en el alma.
El Gobierno nos señaló públicamente y servimos de escarnio y de escarmiento.
Nos convirtieron en parias para salvaguardar las relaciones internacionales.
Vimos el abismo en tres dimensiones y en pantalla plana de noventa y nueve pulgadas.
Nos privatizaron después las entrañas.
El hilo y la aguja para coserlas también nos lo privatizaron.
Un grupo de asesores nos vetó el acceso a las aspirinas.
Otro, exilió a los que cayeron en gangrena.
En el ara sagrada de los impuestos les ofrecemos a nuestros hijos y ellos los devoran jugosamente para paliar medio punto las bocas de la deuda externa.
Cada fin de mes les dejamos en la puerta de la Bolsa a nuestras mejores noventa y nueve vestales del momento, de las que no volvemos a tener noticia.
Ese día, misteriosamente, las acciones del IBEX35 suben y todos los que tienen algo que celebrar lo celebran.
Nuestro futuro quedó atrapado en las ruinas de lo que se dio a conocer como “centros comerciales”.

Muchos de los nuestros decidieron también enterrarse junto a ellos.


Ángel M. Gómez Espada. Los hijos de Ulises. Ed. Le tour, 1987. 
contacto: letour1987@hotmail.com
Fotografía de Juan Sánchez Amorós.

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