SANLÚCAR
Frecuentar
la misma taberna,
llegar y decirle al camarero
“hola
fulano,
¿ha venido mi padre ya a tomar café?”
Y de no ser así,
dejarle
el café pagado.
Oyendo,
casi, las palabras del camarero:
“Antonio,
el café lo pagó tu hijo,
que
estuvo antes por aquí
con
su librito”
Nostalgia
de pasear por la playa
y
localizarlo en algún espigón
echando la caña al mar,
hablar
de naderías con ese hombre,
darle
el parte familiar
y esperarlo mientras recoge
los avíos de la pesca
para
tomar con él un vaso de vino.
Media
hora, tres cuartos, un rato,
un
suspiro de la vida.
Y
escuchar de su boca algunas preocupaciones;
va
todo bien, estáis bien de dinero,
la
niña aprueba en la universidad…
Algunos
planes:
“Pues
tu madre y yo vamos
esta
tarde a casa de tu hermano…”
La
vida que nunca ha sido
que
nunca fue
-hablemos
en pasado
de
todo lo que ha muerto-
y
de la que ya tengo, como Vallejo,
el
recuerdo.
EPÍLOGO
Recuerda
soledades,
nombres que ya no dicen nada;
Teodoro,
Fructuoso,
estuvieron
ahí, en aquella vida.
Lugares;
Academia
Ramos,
Punta
Umbría,
la
comandancia, La Carraca,
Matagorda…el
Liceo,
figuras
que estuvieron
para
significar o
para
ser olvidadas,
unos
días, un instante
y
que vagan como fantasmas
por alguna parte de la memoria;
el
subteniente Cala,
Antoñito
el marino
que
murió ahogado,
otros,
a los que les dio
más
importancia el recuerdo
que
el conocimiento;
el
abuelo Diego,
“el
Manzanilla”
el
de las bolas de plomo,
el capitán general de tierra,
mar,
aire y de todos los arroyos.
El
otro abuelo,
el abuelo póstumo,
Juan
Ramos,
el
marinero que perdió
la
gracia del mar
amargo
como la enfermedad
sentado
en una mesa austera
del
que cuenta la leyenda familiar
que sale un instante en la película
“El
pescador de coplas”
de
Antonio Molina.
Eso
es todo, Juan Ramos.
Amigos
de seis, siete años;
Antoñín,
Felipe,
Chani, Manolito el gordo.
¿Dónde
andarán si no han muerto?
El liceo, las salinas,
San
Roque y las moscas,
Los
pinares del Puerto de Santa María,
la
calle real de San Fernando,
el
espiritismo en la casa de mi primo
y
el miedo.
La
virgen ebúrnea
y fosforescente
emitiendo
su luz
desde
la mesilla de noche
de
la cama de la abuela.
Josefa,
Pepa, la del roete,
estraperlista
del hambre y la patata,
ama
de cría, nodriza,
sustento
de la familia, loba de Roma
amamantando
a falangistas.
Mi
otra abuela
siempre
repeinada y murmurando
bajito
lo que no quería decir,
pero
no podía evitar decir.
Esa
primera infancia,
esos
siete u ocho años de la vida
ya
tenían, ya llevaban,
una
novela, un poema.
¿Cómo
sería ese niño?
Su
recuerdo es
cada
vez más brumoso,
está
cada vez más condicionado
por lo que nos contaron
de
nosotros mismos,
por
lo que nosotros mismos
hemos ido contándonos.
Recuerdo
también
la inocencia,
anduvo
por aquí; lo prometo.
Juan Antonio Gallardo. Correspondencias. Ed. Alhulia, 2018
Juan Antonio Gallardo. Correspondencias. Ed. Alhulia, 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario