Se
celebraba el ramadán y cada noche
la
vecina musulmana traía unas tortas
que
tu madre agradecía y luego
sin
probarlas, tiraba a la basura.
Todos
están muertos.
Hace
unos días
murió
tu madre, mi abuela.
Los
espigones, el mar,
las
mujeres cargadas con fardos
en
la frontera del Tarajal,
la
mano del guardia, el pase, el alto,
el
capricho, la discrecionalidad,
los
moritos jugando al fútbol
con
camisetas falsas del Real Madrid.
Recibí
un mensaje en el teléfono móvil
mientras
yo cantaba una canción de fiesta.
La
abuela ha muerto.
Contesté
al mensaje con un: vaya.
Las
peleas a pedradas entre el pasaje Recreo
y
el barrio vecino, batallas diarias
entre
niños pobres, moros y cristianos
y
Algeciras al fondo, y los barcos mercantes
y
las radios enormes y los relojes baratos
y
la mantequilla holandesa
y
las pastas en cajas de lata
donde
tu madre, mi abuela,
guardaba
los avíos de coser;
un
dedal, hilo negro, botones
de
hermosos colores
y
un par de cremalleras.
Tu
madre, mi abuela, te vería morir desahuciado y solo en un frío hospital
¿Qué
tristezas guardaba en su corazón
ella
que defendía la alegría
y
que santificaba las fiestas
y
que murmuraba sola
quién
sabe qué frases, qué versos?
quién
sabe qué poema
murmuraba
mi abuela.
Y
ahora todos están muertos
en
Ceuta.
Juan Antonio Gallardo. Correspondencias. Ed. Alhulia, 2018
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