para
Enrique Falcón
Qué puede el poema que se recita
a diez metros de un desahucio,
a cien de una comisaría,
a mil del Estado de Bienestar,
a diez mil de la clase media,
a cien mil de un poeta domesticado
en versos absurdos verditonales
a la altura de los sofocos de un adolescente,
a un millón de kilómetros de los oídos del amo.
¿Nos protegerá del frío,
caldeará la casa,
servirá como sustituto del pan?
¿Nada ha de resolver la poesía?
Ella me consoló contra el espanto,
ella me orientó entre el humo y la niebla,
ella me acompañó por todas las estaciones,
ella me sanó el corazón,
ella ha sido mano sobre mi mano,
ella me guió por las ciudades,
por la transparencia de los cuerpos,
por el asombro de la luz.
Ella me habló en el sonido de la lluvia,
en el latido del corazón,
en el color de los corales encendidos.
La he visto hormiga y caimán,
grano y cuchillo escondido,
voz sombría del sueño amargo,
miguita de pan del bosque sin veredas,
sueño y nube, tumba y sutura,
musgo y cemento, almendro y pájaro,
baile de la compasión universal,
despertar insomne,
derramamiento de sangre
y constitución del Estado.
La he visto desaparecer del mundo
caminando hacia atrás sigilosamente,
está a diez decímetros del centinela de Occidente,
está a diez centímetros de la economía política,
está a diez milímetros del nuevo comienzo del mundo,
está a diez micrómetros de los vínculos,
está a diez nanómetros del amor.
Antonio Orihuela. Todos atrapados en la misma trampa. Ed. Garum, 2020
Fotografía de Carmen Lourdes Fdez. de Soto.
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