para Fruela
Fernández
La
ultraderecha española
siguen
metiendo miedo con los inmigrantes,
pidiendo
expulsiones, verjas y palos,
pero
la invasión no viene en patera
viene
en limusina, en avión y en trasatlántico,
y
esa España, con la que a ellos se le llena la boca,
no
sabe cómo vomitarlos.
Han
comprado medio país,
reformado
a su gusto pueblos y ciudades,
construido
urbanizaciones exclusivas
en
zonas no urbanizables, vegas, riberas
y
primeras líneas de playa
con
la complicidad y la ayuda
de
quienes claman
contra
los que se ahogan en el Mediterráneo.
Los
que se aprovechan de nuestro sistema de salud
no
son los inmigrantes, son ciudadanos europeos,
alemanes,
británicos y noruegos,
que
vienen a hacer turismo sanitario.
Los
que nos expulsan hacia la periferia,
encarecen
los alquileres y hacen invivible
el
centro de las ciudades no son los subsaharianos
sino
los ciudadanos europeos que vienen
a
montárselo de botellón en vuelos chárter
todos
los fines de semana.
La
culpa de nuestros sueldos de miseria
no
la tiene la competencia que nos hacen los de fuera
sino
los niveles de explotación
que
somos capaces de soportar
de
los nuevos negreros de la patronal.
La
culpa de los desahucios
no
la tienen los inmigrantes
sino
los fondos buitre
alimentados
por inversores extranjeros
que
así reparten beneficios
y
se preparan una tranquila jubilación
especulando
con tu casa, tu impotencia y tu dolor.
Los
valores y la cultura
no
están peligrando por culpa de los inmigrantes
sino
por parte de los residentes europeos
que
están cambiando nuestro estilo de vida,
que
jamás se integrarán en nuestra cultura,
nuestra
idiosincrasia y nuestras fiestas populares
y
que se niegan a aprender una sola palabra de nuestro idioma,
mientras
nosotros tenemos que pagar por hacer cursos
para
aprender el suyo y poder trabajar en la hostelería.
A
fecha de hoy, los alarmistas de la invasión,
los
reyes de la xenofobia y los abanderados
de
la pureza racial y el miedo, tienen a su favor
un
millón de marroquíes, medio de rumanos y latinos,
y
doscientos mil chinos, en total no más de cinco millones
de
migrantes.
En
su contra, los ochenta millones de los que no dicen nada,
pero
que están destruyendo la identidad de nuestras ciudades,
convirtiéndolas
en parques temáticos,
empobreciendo
a los que viven en ellas
y
generalizando el trabajo esclavo en el sector servicios.
Ochenta
millones de termitas devoradoras
de
recursos escasos, agua y energía.
Ochenta
millones de termitas contaminadoras
y
generadoras de toneladas de residuos
sin
aportar gran cosa al tejido social de las ciudades.
Ochenta
millones que dejarán beneficios
mientras
se puedan seguir externalizando los costes, sí,
pero
beneficios que se quedan en muy pocas manos,
las
de aquellos que agitan en la frontera
banderas de España contra los inmigrantes.
Antonio Orihuela. Todos atrapados en la misma trampa. Ed. Garum, 2020
Me lo llevo a mi blog. Gracias.
ResponderEliminarHonradísimo!!
ResponderEliminarMuy bueno hermano
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