documentos de pensamiento radical

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martes, 30 de noviembre de 2021

4 poemas de EL GUARDÍAN DE LA VOZ de FEDERICO DE ARCE


 


Cansado de asumir

Otras personalidades

El genio de la botella

Salió de la botella

Le quitó la botella de las manos

Al hombre que la había frotado

Se bebió la botella

Estrelló la botella contra el suelo

Y se perdió bailando

Sobre sus hombros en busca

De otra botella

Entre los hombres

 

***

 

Como un niño

Que abre un paquete

Que contiene

Un regalo

Y que no entiende

Al descubrir

Dentro del paquete

Otro paquete

Que el regalo

No se oculta

En el paquete

Sino que el regalo

Es el paquete

Y que un paquete

No es un regalo

Porque encierre

Algo en el espacio

Sino que en el paquete

Se le regala

El tiempo

Que fluye y que retorna

Cada vez que el niño

Abre el paquete

Porque el tiempo

No está vacío

En el paquete

Sino vaciado

Cuando el niño

Abre el paquete

Y el niño llora

Y no sabe que llora

Porque no puede

Esconderse

Dentro del paquete


 ***

 

En un sueño

Me amordazan y maniatan

De pies y manos

Y yo me siento libre

 

Dentro comprendes

Que todo sucede fuera

No sabes dónde

 

Quien conoce

Todas las entradas y salidas

Del laberinto

No ha estado nunca

En el laberinto

 

***

 

Demasiado joven

Para el apocalipsis

Demasiado viejo

Para el génesis

Eres un hombre

No acaba nunca

De nacer no acaba

Nunca de morir




Federico de Arce. El guardián de la voz. Ed. Gato Encerrado, 2021

sábado, 27 de noviembre de 2021

20 poemas de UNA ETERNA DESPEDIDA de AGUSTÍN PORRAS ESTRADA


 


Tan generosa es la vida,

que acaba por parecerse

a como uno la imagina.

 

* * *

 

Es el mundo, para todos,

una gran sala de espera:

sabemos lo que esperamos,

no cuánto tiempo nos queda.

 

* * *

 

Ya estando muerto mi padre,

en multitud de ocasiones

creía verlo en la calle.

 

Recuerdo más de una vez

seguir a algún transeúnte

por si pudiera ser él.

 

Creo que a partir de entonces

he dedicado mi vida

a perseguir ilusiones.

 

* * *

 

Náufrago profesional,

siempre en peligro mi vida,

aún confío en que el mar

me ha de llevar a la orilla.

 

* * *

 

Creo que el miedo a la vida

debe ser, probablemente,

la experiencia que tengamos

más parecida a la muerte.

 

           * * *

Por suerte, la Poesía

me ofrece siempre el consuelo

de imaginar, cuando escribo,

lo que a vivir no me atrevo.

 

* * *

 

Puede ser que Dios exista;

y que no exista, también.

Ya he resuelto este misterio

(sé que Él sabe que lo sé).

 

* * *

 

Tendré nueva biografía,

otra forma de existir

cuando ya no esté en el mundo

y alguien se acuerde de mí.

 

* * *

 

Toda mi vida he tratado

de investigar su porqué.

El día que yo me muera,

¿la muerte analizaré?

 

* * *

 

De niño siempre soñé

ser algún día un poeta

de quien pudiera decirse:

“Es su palabra sincera”.

 

Ahora ya no me basta

esta mínima exigencia.

Con hechos, no con palabras,

he de escribir mis poemas.

 

* * *

 

Toda mi vida soñé

con una casa en el campo

que en su pequeña parcela

tuviese al menos un árbol.

 

Pero empieza a preocuparme,

con el paso de los años,

que ese árbol sea el ciprés

que da entrada al camposanto.

 

* * *

Yo sé que seguimos vivos

también después de la muerte,

pero sólo en la memoria

de quien de verdad nos quiere.

 

* * *

 

Tan sólo en la poesía

mi vida encuentra refugio

donde curar las heridas

que yo mismo me produzco.

 

* * *

Siempre derrocho, dormido,

el discurso apasionado

que, despierto, necesito.

 

* * *

 

Ya sé que la vida es sueño,

pero éste hay que fabricarlo

y defenderlo despierto.

 

* * *

 

Hola, ¿Qué tal?, Buenos días,

Muchas gracias, Por favor…

Infinitas las maneras

con que decimos adiós.

 

* * *

 

Siempre tiene utilidad,

si no calidad, un poema:

aunque no a la Poesía,

nos deja ver al poeta.

 

* * *

 

El retrato que de mí

haga quien lea estos versos

es, seguro, más amable

que el que veo en el espejo.

 

* * *

 

¿Qué falta me hace soñar,

si vivo a diario el milagro

de poder, al despertar,

verte dormida a mi lado?

 

* * *

 

Está feo que lo diga,

pero no hay nadie que tenga

más suerte que yo en la vida.



Agustín Porras Estrada. Una eterna despedida (Verbum, 2016).

viernes, 26 de noviembre de 2021

El Cristo de la Transición


 


no te puedes acordar del Nazario, eras un crío cuando aquello. Crees que te acuerdas de él porque te acuerdas de mí, pero a me ves todos los días, y te confundes con los chismorreos de la gente. No, no era gitano el Nazario, ni casonero. Si subía por el Losao era porque su padre trabajaba de contable en una fábrica de esparto, más de cien había en el pueblo. Bueno, ya no por entonces. Te hablo de cuando el sisal y las fibras sintéticas acabaron con el esparto. Hasta que no llegó el trasvase la gente se reme-diaba como podía, y el que hambreaba hacía la maleta y se iba al extranjero. Yo conozco al Nazario de entonces, de cuando éramos críos y andábamos de calima en calima, no hacíamos una buena. Era rubio, guapo, con cara de ángel, como de estampa. Todos los zagales y las zagalas estábamos enamorados de él, no si me entiendes. No te rías, no, que no era algo sexual lo que te cuento. Yo no soy maricón, y lo sé. Tú a lo mejor lo eres y no lo sabes, yo me he amocado y que no me gusta, el jaco obliga.


Fuimos creciendo, y de las calimas se pasa a los trapicheos sin darse cuenta de que se ha cambiado de palo. Hasta que se ve uno con una recortá temblándole entre las manos mientras le apunta a un gasolinero. La droga encanalla, eso se ve en la cara. Pero uno no sabía cuando miraba al Nazario si era guapo o feo, si era de este mundo o del otro, si era ángel o demonio. Su cara era como la de los cantaores flamencos cuando se arrancan a cantar, no te digo a quién se parecía porque no me gusta mentar a los gitanos. Esa cosa rara del Nazario fue lo que vio don Antonio Espuela de Cosme, el imaginero. La Hermandad de la Pasión le había encargado un Cristo en su agonía. No si sabes que los mo delos de por aquí siempre han sido gitanos, las vírgenes morenas, sufridas y guapas.


Al principio el Nazario no quería, no iba con él eso de que- darse en pelotas delante del personal, y menos de don Antonio, que tenía un plumazo feo. Pero el caballo no entiende de buenas costumbres. Cuando fuimos al estudio para hacer el trato, ya teníamos allí las papelas. Tenía sicología ese don Antonio, me cago en su estampa. Antes de que me diera cuenta ya estaba el Nazario crucificado en el suelo, con la chuta en la vena, descojonándose, esa risa suya que no se sentía. Yo nunca estaba seguro de si reía o lloraba. O de si estaba vivo o muerto, que en eso está el misterio de rendir el alma. Aquella tarde le hizo fotografías. Pero fuimos más veces para que lo dibujara del natural y tomara medidas, no escatimaba la Hermandad con el jaco.


No llegó a verse en la cruz el Nazario. Cuando tenía el mono no se veía los brazos, y por más que yo le decía tócate Nazario, no ves que los tienes en su sitio, hasta que no le buscaba la vena no se los encontraba. En una de esas se me quedó arrebujado como un pajarico al lado de una chimenea de una casa en derribo. Yo no me di cuenta al principio porque siempre se quedaba quietecico con esa mueca suya con la que uno nunca sabía. Era muy reservado el Nazario, no era de muchas palabras, no. Me di cuenta al amanecer, cuando la lumbre se apagó y yo estaba caliente y él frío. Días después me ligaron en Cartagena.


Más de diez años estuve en el trullo, eso fue lo peor. Hasta  amoqué como te he dicho, allí se aprende pronto a poner el culo. Al salir, estuve enredando un tiempo por Barcelona, y luego me vine para el pueblo, ¿qué iba a hacer? Al principio no quería verlo, me daban grima las dos largas filas de nazarenos con velas, y no sé cómo aguanté la risa cuando el Rebuscao se arrancó a cantarle una saeta. Toda aquella gente que antes huía de nosotros como de la peste, ahora adoraba al Nazario. Detrás de él, custodiándolo, desfilaban el alcalde y el cura, el jefe de la policía y la guardia civil. Tuve alguna idea, pero me contuve y seguí al Nazario hasta que lo guardaron en el almacén de los Santos. Entonces, aprove ché mientras los anderos se peleaban por quitarle las flores, y me refugié debajo del paso. Allí pasé la noche en vela, con escalofríos, viendo cosas malas y feas, para las que no hay palabras. Hasta que se fue la bicha y encendí la luz y vi en la mueca de agonía del Cristo la cara de niño del Nazario, esa cara como de estampa.


Porque yo a Dios lo llamo Nazario, y no sabes lo que me ha costado aprender a rezarle. Al principio yo veía sólo al Nazario, mi amigo, no veía a Dios. Poco a poco uno y otro han ido confundiéndose en lo mismo, y me he acostumbrado a llamarle también Jesús, o Señor. Si cierro los ojos y rezo, yo lo que veo es  al Nazario cuando éramos niños y nos bañábamos en la Fuente del Ojo, antes de que se lo llevaran al reformatorio, cuando pasó lo de Jesús el de la Mónica, ahí empezó su mala suerte. Tú no puedes ver en el Cristo al Nazario, no lo conociste. Lo que sabes de nuestra historia lo sabes de referencias. Pero es lo mismo, yo que por dentro cada uno ve a Dios como puede. Lo importante es que tengas fe.




Federico de Arce. La Vieja. Descrito Ed. 2015

jueves, 25 de noviembre de 2021

La Vieja



 

Españoles, Franco ha muerto.

 

Carlos Arias Navarro

 

 

Estoy sentado en el patio viendo cómo pasan las nubes. Miro los geranios y cuento las flores. Miro las pilistras y cuento las hojas de las pilistras. Me gustan los geranios y las pilistras. A lo mejor jue- go a las canicas. O al zompo. A mi abuela no le gusta que juegue al zompo en el patio. No le gusta porque dice que agujereo el suelo con la púa. A no me gusta jugar a las canicas en el ce- mento. No me gusta porque la canica corre mucho y, porque además, lo que a mí me gusta es jugar a las canicas en los hoyos que hago en la tierra. Pero hoy que a lo mejor hay guerra juego a las canicas. Lo ha dicho mi abuela y lo ha dicho mi madre. Mi padre les ha dicho que no digan tonterías pero les deja hacer. Yo no si habrá guerra, ni si quiero que haya guerra. Mi abuelo Ismael se ríe porque se ha muerto la Vieja. Mi abuelo Zacarías llora porque se ha muerto la Vieja. No me extraña. Cuando el abuelo Ismael dice blanco el abuelo Zacarías dice negro. Mi abue- la Regina se quedó ciega y lo ve todo blanco. Higinio, el otro ciego del pueblo, lo ve todo negro. Pues así mi abuelo Ismael y mi abuelo Zacarías. Mi madre dice que se llevan bien, que discuten por la política, pero que ella de eso no entiende. Yo tampoco en- tiendo. Mi madre y mi abuela han llorado. Y yo también. Aunque no sé quién es la Vieja he llorado porque lloraba mi madre. Es la segunda vez que llora mi madre. Lloró también cuando murió mi hermano Zacarías a los once días de nacer. Yo también lloré por- que Zacarías era mi hermano. Pero hoy ha sido distinto. También he reído porque se ha muerto la Vieja. Reía porque reía mi abue- lo Ismael que fue a la guerra. En la guerra vio a la muerte a sus pies y dice que es muy negra y muy fea. Dice que huele como los meaos de las enaguas de vieja y yo creo que la bisabuela Carmen es la muerte. Bueno, no sé, ahora no. Ahora se ha vuelto loca y no se levanta de la cama. La habitación huele a lejía y ya no huele como la muerte. Era como la muerte antes, cuando hacía lía de esparto en su casa con otras viejas. A mí no me gustaba ir a su casa aunque de vez en cuando me daba una peseta, la muy roñosa. Una vez mi abuelo Ismael me pegó. Mi abuelo Ismael es la perso- na que más quiero en el mundo. Me pegó porque le dije que la bisabuela Carmen era la bruja y que olía como la muerte. Mi madre me dijo luego que el abuelo Ismael me había pegado por- que la bisabuela Carmen era su madre. Pero cuando el abuelo Ismael me contó que la muerte era muy negra y muy fea y que olía a enaguas de vieja yo pensé que la bisabuela Carmen era la muerte. Me pregunto cómo sería el abuelo Ismael cuando era pequeño y cómo había sido su madre, la bisabuela Carmen. Mi madre dice que era guapa, y me enseñó fotos de la bisabuela Car- men con el bisabuelo Diego. Pero son unas fotos tan viejas que yo no me hago una idea. A me parece más bien fea, pero como es la abuela de mi madre... Mi madre dice que el abuelo Ismael casi va con el siglo, y que la bisabuela Carmen es muy vieja. Ya no habla. Sólo grita. Mi madre y mi abuela han ido a comprar aceite y harina porque empieza la guerra. Y debe de ser verdad porque hoy no ha habido colegio. Y dicen que mañana tampoco. Mi madre me ha dicho que vigile a la bisabuela Carmen. Si grita, le das agua, me ha dicho. Sabemos cuándo la bisabuela Carmen quiere algo porque grita. Nunca habla, ni nos conoce y vive como en sueños. Aunque a veces llora y a veces ríe. Es como si supier desde hace mucho tiempo que hoy iba a empezar la guerra. Llora y ríe. Llora y ríe. La abuela Ángeles dice que mi madre nació en tiempos de guerra y está sorda de un oído porque descarriló un tren de bombas. Por entonces el abuelo Ismael y la abuela Ángeles vivían cerca de la estación, y mi madre vivía en el vientre de mi abuela. Mi madre se quedó sorda de un oído dentro del vientre de mi abuela, y mi abuela se quedó sorda de los dos. De ahí le viene la mala leche, dice mi abuelo Ismael. Es buena, dice, pero recela porque vive de oídos para adentro. Mi abuela sabe leer en los la- bios, habla muy fuerte y no hay manera de hacer que hable abo- nico. Y eso desde la guerra, que hace mucho tiempo. A mi abuela no le gusta que mi abuelo le diga a mi madre morita. Mi madre es muy morena pero no es la morita por eso. Es la morita porque la bautizaron cuando tenía cinco años. Ese mismo día les llevó las arras al abuelo Ismael y a la abuela Ángeles. Los casó don Dioni- sio en el convento de las Clarisas ante un Santo Cristo de cartón piedra. Al de verdad, bueno, al de madera, lo quemaron en la guerra. Lo importante es que mi madre dejó de ser morita y ya no irá al infierno. Porque los judíos y los moros van al infierno, dice la Madre Cristo Rey. Para enfadar a mi madre y a mi abuela, mi abuelo Ismael llama a mi madre la morita. Mi madre le riñe. ¡No diga usted esas cosas que lo va a castigar el Señor!, le dice mi ma- dre. Pero yo sé que no. Mi abuelo Ismael es la mejor persona del mundo. Aunque hace y dice cosas que la gente no hace ni dice. En la guerra se aficionó a comer culebras y ahora, sin que la abue- la se entere, comemos culebras. También don Dionisio, el cura. Como en los viejos tiempos, dice. Don Dionisio dice que el de- sierto es demasiado grande y pobre para que el hombre cometa pecado. Hay alianza con la culebra, dice. Luego brindan con vino de la bota por los viejos tiempos, y hablan de la guerra, del Mo- rropartío, y de cuando vieron a la muerte. Por entonces don Dio- nisio no era cura y no estaba por perder la cabeza. ¡Dice unas cosas más raras! Es sabio, dice mi abuelo, y cura y rojo. Don Dionisio también es muy bueno. Mi abuelo caza las serpientes.


Las caza con una caña hueca. Les da unos golpes en la cabeza y luego la serpiente se enrosca y muere. Luego don Dionisio las guisa y nos las comemos. Mi madre dice que no salga a la calle hoy, que toda la gente mala está en la calle. Yo he sido el primero de la casa en enterarme de la muerte de la Vieja. Cuando iba para el colegio lo gritaba Juan el Solo. Gritaba, bailaba y se reía porque se ha muerto la Vieja, y es raro porque Juan el Solo ni siquiera habla. Cerca ya del Cuartel de la Guardia Civil me he encontrado con Elenita. Era raro porque venía del colegio. Don Raimundo, el director, ha dicho que no hay colegio. Ni mañana tampoco, aunque Elenita no sabía por qué. Elenita nunca habla con nadie. Sólo conmigo. Alfonso, el de la Retalera, dice que somos novios. Pero yo sé que no somos novios porque nunca he besado a Eleni- ta. Le regalo cromos cuando japilo cromos de niñas. Pero eso no es ser novios, digo yo. Así que he vuelto para mi casa con Elenita, que es mi vecina. Esta mañana nadie liaba esparto en las calles. Debe de ser por la guerra. Debe de ser que lo de la guerra es ver- dad. Las mujeres estaban todas por las tiendas como locas. Unas reían y otras lloraban. Así que he entrado corriendo en la casa y he gritado, se ha muerto la Vieja, se ha muerto la Vieja. Y enton- ces mi madre ha subido corriendo a la habitación de la bisabuela Carmen. Pero la bisabuela no se había muerto, estaba dormida. Luego mi madre ha puesto la radio y yo me he ido a jugar al pa- tio. Me parece que voy a jugar al zompo. No me gusta jugar a las canicas en el suelo de cemento y total, cerca de la pila, está des- cascarillado. Ahora estoy solo con la bisabuela Carmen. El abuelo Zacarías se ha ido al casino. El abuelo Ismael se ha ido a la parada de taxis. Mi padre no sé dónde se ha ido. Don Dionisio se ha ido a la iglesia. Mi madre y mi abuela se han ido a comprar aceite y harina porque se acerca una guerra muy fea. Como hoy no hay huéspedes en casa me he quedado solo con la bisabuela Carmen. Cuando regrese el abuelo Ismael le voy a preguntar quién es esa Vieja que se ha muerto. Debe de ser muy vieja y muy fea para que haya una guerra por ella. A lo mejor ésa es la Vieja, o la muerte que vio el abuelo Ismael a sus pies. Tiene que ser más vieja que la bisabuela Carmen que ya grita porque quiere agua. Aunque a lo mejor le duele algo porque tiene una enfermedad muy mala y le salen llagas. La semana pasada se le cayeron dos dedos de un pie. A la abuela Ángeles no le gusta que la bisabuela Carmen grite. Ella no la escucha pero dice que por eso se van los clientes de la pensión. Mi madre le riñe a la abuela Ángeles y le dice que tenga compasión. Ya lo sé, hija, ya lo sé, hija, dice la abuela Ángeles. Luego se sienta en una silla y se resigna. Creo que no voy a jugar al zompo. No le gusta a la abuela... Ha entrado alguien. Son la abuela y mi madre. La vieja sólo ha gritado una vez, he dicho a mi madre. Pero las dos lloran. Lloran porque ya no quedaba aceite ni harina en las tiendas. No llores más, le ha dicho mi abuela a mi madre, saldremos de ésta. Vamos a cambiar la cama a la mamá Carmen. Yo maldigo a esa Vieja, a la otra, a ésa que sí que debe de ser muy negra y muy fea y que tanto asusta a mi madre.



Federico de Arce. La Vieja. Descrito Ed. 2015