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domingo, 7 de noviembre de 2021

UNA EDUCACIÓN (fragmento I)


 


Voy anotando: En Huelva, ni Bach, ni Beethoven, ni Vivaldi, ni Derivadas, ni Integrales, ni Filosofía, ni Arte... Ahora, pregunta de qué color es la túnica de la Hermandad del Prepucio Sangrante o cuántas orejas cortó el Litri en la corrida de San Fermín, o quién ha marcado un penalti al Barcelona... O quién descubrió América, que eso parece que es asunto de familia por el rollo de Palos de Moguer.


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Pero volviendo a doña Librada creo que todos los que conozco que ganaron la guerra están siempre enfadados y cabreados, cosa muy rara, y sobre todo en las colas, en los cines, en los comercios, en el autobús, y lo que ya faltaba era en clase de matemáticas. El otro día, por no sé qué de un asiento, uno muy bajito con bigotillo, que se notaba ser de los que ganaron, le decía a otro más fuerte, pero con pinta de haber perdido y tener miedo: “Usted no sabe con quién está hablando” y estaba clarísimo, el atemorizado hablaba con uno que debería estar contentísimo de haber ganado una guerra de tiros.

De todas las asignaturas del Instituto en la única que se hablaba de que había habido una guerra civil era en Matemáticas, no en Historia o Geografía, o Literatura, por ejemplo. Creo que nadie se daba cuenta de lo raro que era eso, pero doña Librada seguía siempre erre que erre con un odio y una amargura personal, y pensábamos si los de la República no le habrían fusilado a toda la familia, cosa errónea porque su hermana doña Pepita era alegre. Yo creo que la fatalidad de una guerra civil no son los muertos, porque el muerto bien pudo haber sido el que mata, y entonces el dolor es el mismo pero invertido. Creo que es el odio, porque todo un país de 30 millones, que hace generaciones eran sólo 3 y por lo tanto todos son familia, primos o primos segundos, se rebaja a ser fiera salvaje. La fatalidad es que lo que queda es puro zoo, y para mí doña Librada era una cacatúa, pero enjaulada, no combatiente.

Cuando alguno fallaba escandalosamente en algún ejercicio ella mostraba una crueldad extraña protestando porque el plan de estudios era malo, como heredado, decía con un gesto de asco. “¡Perder tiempo con el griego! — decía por ejemplo—. ¡Pagar un sueldo a alguien por enseñar una cosa tan antipedagógica!” Casualmente yo ahí le daba la razón tal como se aprendía griego, y porque, además, en griego, el pedagogo no enseñaba nada, era el esclavo que llevaba a los niños al colegio, don Diego no era ni pedagogo.


Antonio Santos Barranca. Una educación (la formación vital de un niño en los años del asentamiento de la dictadura nacional-católica). Ed. Onuba, 2021

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