AMINA REZA ENTRE NUBES DE INCIENSO
ABDULÁ FATEH, apoyado en el arco de la puerta, oye
impasible a su hermana y observa cómo AMINA enciende el carbón para el
incienso.
AMINA
Abdulá
Fateh, envuelto en explosivos; suicida con un detonador en la mano, hermano
mío, ¿por qué no cambias tu carga por naranjas dulces o ramas de té y fresca
hierbabuena? No me digas que el profeta
te habla. Y menos aún que quiere que mueras matando. ¿Qué dios enseña a afilar
la navaja del odio? Piensa en mis hijos, Abdulá...¿Y si son mis hijos los que en
ese momento cruzan la calle o regresan de la escuela?...¿Y nuestro padre,
Abdulá? ¿Quieres cavar su tumba tan temprano? ¿Es que no te educó en la ley y
la justicia? ¿Es que no te enseñó a ser justo y generoso? ¿Es que nunca te dijo
que huyeras del hambre del león y de la fe que empuña un arma? Cambiaste el oro
por el cobre, cambiaste el amor por el odio...Cambiaste un baño de incienso por
olores de verdugo...Aunque sonrías, aunque parezcas feliz, hueles a tristeza y
a jazmín podrido, Abdulá Fateh, hermano mío...¿De verdad es éste tu destino? ¡Contesta,
Abdulá! ¿Crees que alguien de esta casa va a bendecirte? ¡No te quedes ahí con
tu boca sellada! ¡No te acerques, hermano! ¡No me abraces!...No me manches con
tus manos de culpa...Tu sangre ya no es mi sangre...Vete, Abdulá. Vete y muere
matando...¿Qué importa si son niños los que vienen cantando por la acera? ¿Qué
importa que todo tú te hayas convertido en odio y que en tu fe no exista ni un
hilo de misericordia?...Oh tu mano...Tu mano, Abdulá...¿Será capaz tu mano y
dormirá tranquila tu fe con tanta culpa? ¿Serás capaz de apretar ese detonador
para que algunos locos te llamen santo?...No te conozco. De verdad que ya no te
conozco...Te han perfumado con ungüentos fratricidas y te han alimentado con
carne de una fe que ya no es nuestra. Vete, Abdulá. Vete y muere matando...No
pienso llorar ni al recordar quién eras. No lloraré por ti. Lloraré por
nosotros, por nuestro padre, que nunca tendrá tu cuerpo en la tierra de ninguna
tumba. Lloraré por los que aún no saben que van a morir cuando tú
mueras...Ruego a dios para que te paralice esa mano o te la corte un rayo del
cielo. Ruego a Dios para que al fin te dé la luz que ahora te ciega. Ruego a
Dios para que nadie sepa quién te engendró y en qué franja de tierra creciste...Quisiera,
Abdulá Fateh, que tuvieras agallas para volverte atrás, arrepentido, como un
hombre justo y bueno; como el hijo pródigo que vuelve, llorando, junto a su
padre, después de haber reconocido el olor de su culpa...¡Tu culpa, Abdulá! ¡Tu
gran culpa! ¡Esa culpa que ya llevas pegada a la piel y a lo que quede de tus
cenizas!...Óyela, Abdulá. Escucha cómo aúlla tu culpa y cómo te señala con
dedos de lástima...Qué fuerte debe ser la maldad que te alimenta y qué débil el
amor de tu padre y de tu hermana...Vete, Abdulá. Vete y muere matando...Nadie
nos librará de la negrura...Otra vez es tiempo de tristezas...Malos tiempos
para los pueblos tristes, para los panes tristes de las tristes bocas, para la
leche triste y el agua más triste y más amarga...Otra vez han venido a
apedrearnos...Otra vez nos quedará estrecha esta franja de tierra para enterrar
a tantos muertos...Y otra vez, esta tierra tan seca se volverá húmeda con sus
ríos de sangre...La sangre que tú derramarás creyendo que Dios te lo pide...Vete,
Abdulá. Vete y muere matando. De nada servirán las banderas blancas ni las
ramas de olivo...Es inútil que la oración de una hermana pueda apagar un odio
tan encendido...Es inútil, Abdulá: alguien debió cambiar tu corazón por una
piedra de hielo. (Abdulá sale). ¿Adónde vas? ¡Vuelve, Abdulá!...No te
vayas así...¿Es que no has oído ninguna de mis palabras? ¿Quién eres, Abdulá?
¿Quién eres ahora, que no te conozco?...Tengo miedo, Abdulá...Un miedo tan frío
que me abrasa por dentro...Calentaré agua. Un té hirviendo, un té amargo
derretirá mi miedo sorbo a sorbo...
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Francisco Ramírez López. Perros de hiel en las tripas. Ed.
Primer Acto, Colección "El teatro de Papel", 2009.
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