Clases de Formación del Espíritu Nacional
Las
clases de Formación del Espíritu Nacional, que no sé qué son porque no tienen
texto para estudiarlo ni nadie explicó nunca qué quería decir, podían ser las
más aburridas del mundo entero si no fuera porque eran más informales que el
que me muera si miento.
Si
estaban programadas desde el inicio, pongamos por caso los viernes a las 12, lo
normal eran dos cosas: una, que viniera Cabrera buscando a un alumno cualquiera
diciendo “dile a todos que hoy no puede venir el profesor”, lo que significaba
una hora entera de alegría y libertad, o dos, que si había clase la daba un
profesor nuevo que ya no era el de semanas anteriores.
Estos
profesores venían, pero no siempre, de uniforme, con camisa azul y una gorra
roja que nunca se ponían en la cabeza sino doblada cogida con la presilla de
una hombrera, y hablaban muy alto y como si estuvieran leyendo, igualito que
hablaba el locutor del NoDo. No enseñaban nada, sólo se pasaban un rato
gritando como si los alumnos estuviésemos a cien metros, pero sí hubo uno al
principio de todo que nos enseñó el Cara al sol, que era una canción que se
canta con el brazo derecho en alto, aunque fueras zurdo, y en eso aquella clase
se pareció un poco a algunas de Religión cuando había que aprenderse el Credo,
por ejemplo, sólo que el Cara era más bonito.
Había algunas palabras que estos
profesores, siempre muy animados y con aspecto de ser muy felices,
pronunciaban a cada dos por tres, y eran Imperio, Una, Grande, Libre y Arriba.
No eran profesionales de la enseñanza, se notaba a leguas, porque explicaban
cosas en un tono como radiado, y como si fueran amigos de toda la vida y poco
mandones con ganas de resultar simpáticos, pero de todas formas algunas veces,
quizá cansados de gritar, ponían exámenes como para párvulos, y enseñaban más
que nada consignas como de publicidad, al estilo de Norit el borreguito o
Soberano es cosa de hombres o Sidra El Gaitero de Asturias al mundo entero,
pero con más enjundia, que era también palabra sonora, y por poner unos
ejemplos chulos, uno era España, unidad de desatino en lo universal y otro Por
el Imperio hacia Dios.
Algunos exámenes eran geniales porque
hacían pensar cosa mala, como uno de diez preguntas patrióticas que si se
respondían bien me- recían un 10, y una pregunta verdaderamente complicada fue
aquella de Si no hubieras nacido en España, ¿en qué país te gustaría haber
nacido?, que gastó muchos extremos de lápices a mordiscos, pero yo le vi el
truco porque el niñato de camisa azul que tocaba ese día me parecía sonado, y
por eso escribí España, y no El planeta Kripton, por ejemplo, aunque la
pregunta era lo más absurdo del mundo mundial.
Sin embargo, a pesar de ser la
asignatura que menos nervioso ponía a un alumno, y digo alumno en masculino,
porque las niñas se libraban de ella, uno de sus múltiples profesores
cambiantes fue causa involuntaria, porque la culpa fue mía al cien por cien,
que el pobre no tuvo culpa excepto cumplir con su deber, de un aparatoso suceso
que puso en peligro mi beca de estudios y a punto estuvo de mandarme a un
taller como aprendiz, porque mi padre no hubiera tenido dinero para colegios.
Fue
por culpa de una niñatada mía de idiota perdido que no me daba cuenta de que
algunas cosas no todos pueden o deben entenderlas o aceptarlas. Mira, qué
curioso: el libro súper difícil Tractatus termina diciendo: De lo que no se
puede hablar hay que callar. Genial, pero no hice caso.
Lo cuento, y me da corte.
Fue horrible, mucho peor que lo de la
falsa nota en Ciencias Naturales.
Un día que llovía el que vino era manco,
uno nuevo y poco simpático, como enfadado y a disgusto, pareció contrariado
porque a lo mejor quería hacernos desfilar por la acera a estilo soldados
cantando el Carasol y no iba a poder ser, de modo que hizo traer papel para
ocupar tres cuartos de hora de clase poniendo un ejercicio, que no llamo examen
porque esa asignatura no tenía libro ni texto, y a mí me pareció que de
enseñanza el hombre sabía poco porque ni siquiera supo explicar el tema del
ejercicio ni un título siquiera, como El renacimiento o Ácidos y bases o La
reconquista, sino que escribiéramos lo que quisiéramos sobre las grandes
gestas, o hazañas o parecido, hechas por españoles a lo largo de la historia,
“por ejemplo, la derrota del comunismo y la salvación de la fe”. O sea, que
pasara el tiempo, que lo suyo no era dar clase de nada.
Todos se pusieron como locos a escribir,
y se ayudaban en voz baja unos a otros, yo incluido, mientras el de Formación
colocó encima de la mesa un paquete de Ideales y se puso a fumar medio
cigarrillo tras otro medio como nervioso y con cara de fastidio mirando llover.
Lo malo es que yo tenía un día muy malo,
que eso influye, porque era lunes, no viernes, y el domingo habíamos estado esperando
a mi padre para salir de paseo, que era ir al cine y luego entrar en el Tupi,
pero él salió a mediodía con un “hasta luego” y regresó de madrugada haciendo
ruido y meando aguardiente puro con gran ruidera de chorro de fuente en el
retrete abierto, y yo apenas había dormido en toda la noche, asustado.
Así que de contar gestas y hazañas
heroicas mi mente se puso en blanco y aunque escribí más que nadie mi redacción
fue de cárcel o quizá fusilamiento, aunque no era redacción de rojo sino de
enfadado pesimista y destructor.
Para empezar, comencé con una pregunta
tipo ¿qué llena de orgullo a un español? Dije que desde las primeras páginas de
cualquier libro, desde los mismitos inicios de nuestra historia, España había
sido siempre un país vencido y conquistado, no al revés, y hablé de que venían
los fenicios a llevarse cobre o plata; de Aníbal y la invasión de los
cartagineses y de Sagunto destruida; de la conquista Romana y de Numancia
destruida; de que perdimos hasta nuestros idiomas y nos impusieron otro; de los
grandes emperadores nacidos en la Bética pero romanos en Roma o más lejos;
luego de la conquista por los godos que habíamos estudiado que fueron vándalos,
suevos y alanos y que se llevaron fatal pero nos volvieron a conquistar otra
vez; después de un grupito de árabes desembarcando en una playa y derrotando
a nuestros ejércitos y acabando por conquistar y dominar todo el terreno
volviendo a colarnos un idioma nuevo; luego de que España tardó ocho largos
siglos en ser reconquistada por culpa de tremendas peleas de los cristianos
desunidos, que unos se peleaban con otros, y que de nada había servido esa
reconquista porque toda España quedó llena de nombres árabes que no fueron
capaces de borrar, empezando por Welba, Almería, Albacete, el Guadalquivir, el
aceite, las alcantarillas, la alacena y así hasta el infinito, un triunfo
hubiera sido cambiar los nombres, como justamente hicieron ellos, así que dije
que España quedó un poco moruna.
Dije que la Reconquista era una mentira
porque nos olvidamos de Portugal, nacida de una separación del Reino de León.
Dije también que en guerra contra los portugueses fuimos también vencidos y
Portugal independizada, que hasta en el mapa se ve fea esa mancha; también me
acordé de “grandes gestas” y tuve ganas de ponerme borde, así que cité como
ejemplo algunas cosillas, la batalla de las Navas de Tolosa, el descubrimiento
de América, la primera vuelta al mundo, la Armada Invencible, la rendición de
Breda, la famosa batalla de San Quintín que se conmemoró construyendo el
Monasterio del Escorial, y lo hice creyendo que las páginas ni iban a ser
leídas, como una especie de desahogo de mi enfado, y que nada ocurriría, y por
eso dije como si fuera enemigo de España lo siguiente: que la batalla de las
Navas fue una cruzada internacional gestionada por el papa y que hasta vino a
luchar el Príncipe Negro inglés con su ejército, porque al rey Alfonso VIII los
moros le habían pegado una paliza
de muerte en Alarcos; que el descubrimiento de América todo el mundo entero lo tenía
por genialidad de un italiano; que el nombre del continente ni se lo supimos
dar con eso del italiano Américo; que la primera vuelta al mundo fue obra de un
portugués y que su historia se conoce gracias a uno también italiano que
navegaba y escribía por donde pasaban; que la rendición de Breda famosa fue
victoria del general italiano Spínola; que la Armada Invencible fue el ridículo
mayor de la Historia Universal y que menos rollo con la tempestad que apareció;
que la otra famosa batalla de San Quintín la ganaron ejércitos y generales
belgas, italianos y alemanes; y que todo eso no iba muy paralelo con tanto
orgullo, y además, que un tío mío fue héroe sin recompensa en la guerra perdida
de Cuba, y que otro fue muerto y sin ni siquiera un “gracias” perdiendo los
gloriosos ejércitos españoles guerras contra moros marroquíes analfabetos medio
brutos con cuchillos y fusiles que nosotros mismos les habíamos vendido, de
modo que de “gestas” había poco que contar.
No me acordé para nada de la conquista
de América, ni de Hernán Cortés, que es uno de mis héroes. Yo estaba completamente
seguro de que aquel ejercicio era un paripé y que los papeles irían a parar a
un retrete, como era costumbre, que desperdiciarlos en la basura era un
derroche.
Pero no fue así.
Pasó más de una semana. Y dos clases de
Historia después don Francisco pidió un voluntario para leer una cosa. Se
levantaron dos, eligió a uno, le dio una hoja y le pidió que leyera en voz
alta, lo que hizo con dificultad, porque era el texto con mi letra de mi
desahogo pesimista burlón escrito para Formación del Espíritu Nacional.
Don Francisco dijo “con eso basta” antes
de que el texto llegara a la muerte sin ni siquiera un pésame de mi tío
desconocido, y mostrando grandísimo enfado pero en tono tranquilo y como
hablando por encargo dijo que él, no el autor allí presente, había sido
avergonzado en reunión de profesores por ser el responsable de enseñar Historia
de España, en cuyas clases jamás se había hecho crítica negativa de los actos
de nuestros compatriotas, y que la Historia de España era la de un país elegido
por Dios, y por lo tanto país de héroes, orgullo de bien nacidos y envidia del
mundo entero.
Justamente yo estaba leyendo en esos
días el libro de Histoire de la France de su colegio que mi amiga
Christiane me había enviado por correo, y acababa de escribirle diciéndole que
era como una preciosa novela apasionante, sensación que nunca me producía la
historia peleona y llena de reyes burros cada uno por su lado de la nuestra, de
modo que esperé sentencia, porque si no, ¿a qué ponerse don Francisco a leer un
ejercicio ordenado por otro?
Don Francisco dijo que yo le había
avergonzado escribiendo cosas no sabía sacadas de dónde, y que yo me había
metido en un lío, siendo becario de un gobierno de justicia y paz que velaba
por no dejar perder a sus alumnos valiosos, y que en la próxima clase de
Formación debería presentar al profesor, no a él que nada quería saber de eso,
un ejercicio hecho en serio y cantando las glorias de nuestra historia, porque
si no podría destacarme muy negativamente, “con consecuencias”, esto último
dicho en tono jefe de campo de concentración de Embajadores en el infierno,
y como imitando aquello de “vivir no viviréis, pero morir... no os dejaremos
morir”.
*
Y al otro día Carion, que tiene familia en Sevilla, me dice que en Sevilla hay un bar que sirve cerveza, y que es una delicia probar una jarra fresca de eso, y a los dos nos entran unas ganas locas de vivir la aventura de ir a beber cerveza a esa ciudad a cien kilómetros de Huelva, que es un pueblo de catetos, de curas, de mariquitas que pintan casas, de niñas paseando por la calle Concepción los domingos agarradas de tres en tres con la de en medio a la que hay que proteger no se sabe por qué, quizá porque su padre le promete que si habla con chicos no la dejará salir nunca más, y de muchos mutilados y de gente pidiendo limosna a los que todos dicen “otro día será, hermano”, que suena como moruno.
Antonio Santos Barranca. Una educación (la formación vital de un niño en los años del asentamiento de la dictadura nacional-católica). Ed. Onuba, 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario