—¡Premio! —digo—. De todas formas, Huelva, y Sevilla, y toda Andalucía, no podrán aspirar nunca a ser zonas industriales de nivel europeo, guías culturales, modelos a seguir, regiones con universidades decisivas, creadoras de movimientos artísticos universales, puntos de encuentros de creadores matemáticos, físicos, clínicos o farmacéuticos, ni gérmenes de inventos.
—¿Y
eso por qué?
—Por
su fanatismo religioso, que no mengua sino que se fomenta, primero
construirán iglesias, ermitas y parroquias que universidades, me apuesto
cualquier cosa en ello, y lo que digo vale con Franco y con la Segunda o Tercera
o la Cuarta República o con un gobierno comunista, Andalucía es como es, es
posible que sea un problema racial.
—Nosotras
nos vamos —dicen entonces Magda y Lola, y aligeran el paso y se van seguidas
de mi saludo de baile de dedos.
—Pero
tú eres andaluz, y piensas diferente. No es racial —dice la más alta de las dos
que quedan.
—Entonces
es tóxico.
*
Pero la España papanatas y mediocre, la esquizofrénica del siempre dos y uno siempre odiar al otro, la de no prevenir nunca y esperar a que empiece el derrumbe, es a pesar de toda su miseria económica, moral y mental el país más divertido del mundo, a pesar de ser puzzle de tribus, manicomio de enfadados, adoradores de ídolos, obsesos por los trapos de colores, dibujantes de rayas en los mapas, poetas del ombligo, prosistas de la impostura, alucinados alienados, sabihondos incorregibles, pero también es ya sin remedio mi país hasta la muerte, el país de una inmensa minoría maravillosa y de una inmensa mayoría casi siempre embrutecida por la que algo hay que hacer y luchar.
Antonio Santos Barranca. Una educación (la formación vital de un niño en los años del asentamiento de la dictadura nacional-católica). Ed. Onuba, 2021
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