“Nuestro pasado habita en ciudades,
pueblos, calles, cuerpos que ya no existen.
Pero cada glándula de nuestro cuerpo
sabe que existe”
J. L. Badal
Vestigios. Ruinas de un tiempo antiguo[1].
La interpretación de esos hallazgos. La lectura de los mensajes que prístinas
civilizaciones plasmaron, quizá con la esperanza de que alguien los leyera o
por la necesidad de dejar la memoria de lo que les inquietaba.
Sin saber muy bien por qué hacemos
algunas cosas. Pensamientos y actos privados y primitivos de la naturaleza
humana.
Pienso en aquel primer ser humano
que golpeó dos piedras buscando el fuego o frotó un tronco sobre otro buscando
la chispa. Frotar el tronco y golpear las piedras en busca de ese fuego
seguramente le produjo alguna herida. Pero no se detuvo.
Química
Viajar
al futuro, predecir
la colisión de las moléculas,
imitar la síntesis de las sustancias,
el centro en el que suceden
todas las reacciones;
anticipar el instante.
La
naturaleza es experta en la conservación de la energía. La humanidad y sus
avances tecnológicos aspiran a imitarla: poner en modo hibernación la
computadora; economizar la batería del celular para tomar la última selfie;
bajar la cuesta sin pedalear, que las ruedas de la bicicleta giren por la
propia gravedad, por el propio peso del ciclista; en caso de los vehículos de
motor, el conductor desea reservar combustible.
Encender apenas la calefacción, morir de pobreza energética.
¿Cuántas vidas podrían salvarse si supieran sobre la quema de oxígeno y la
producción de dióxido de carbono? Que antes se lavaba en el río, que
aparecieron los primeros lavaderos [una revolución social]; y luego la
evolución de las lavadoras y continúa la esclavitud humana.
Sin embargo, parece que a la industria… al capitalismo, no le
convence la eficiencia de la energía;
por el contrario, todo lo hace desechable: cambiar los últimos modelos
del total de los aparatos eléctricos, los no eléctricos, la ropa, los zapatos,
quemar todo el carbón… asar a los humanos. Todos somos consumibles.
La sostenibilidad de la energía no es compatible con la
humanidad. Menos desgaste en el cuidado y educación de la infancia, que les
instruya un electrodoméstico; que escribir a mano cansa, mueve los músculos de
la muñeca; que leer aburre y los libros son caros; que el valor de las cosas no
tiene que ver son sus precios en el mercado. Que me salgo del tema y entro en
la bioética y en la macroeconomía; las cirugías estéticas y la eterna juventud.
Conservar los lujos oprimiendo a otros: compensación de la energía.
“No se destruye ni se transforma”. El esfuerzo de quienes
trabajan las minas de carbón compensa el lujo; le ahorra energía al que
disfruta del trabajo duro del otro. Los países desarrollados explotan a los que
despectivamente llaman “tercermundistas”, pero de quienes consumen sus
recursos. La industria farmacéutica prefiere gente enferma, invierte en paliativos,
prolonga las aflicciones, sí, las aflicciones que llenan bolsillos;
enfermedades que no merece la pena investigar y enfermedades que no merece la
pena curar.
¿De qué hablábamos? La conservación de la energía, el mito de la
humanidad, su aspiración de la eterna juventud, del bienestar como movimiento
perpetuo. No importa que los yacimientos de petróleo se extingan, no importa
que los miles de millones de fósiles que ahí yacen vuelvan a morir; después de
este recurso agotaremos otras fuentes de energía: la mano de obra barata, el
viento, el agua, las niñas.
La
sobreexplotación de los recursos del otro: es más barato vender los órganos
ajenos; es más placentero prostituir otros cuerpos; ofertar infancias a bajos
precios; agotar las energías en un campo de golf mientras otros trabajan al
servicio de un monopolio.
La eficiencia de la energía: privilegio del uno por ciento de la
población mundial.
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