Un viaje decimonónico, casi de diligencia. Moverse por España apesta, quedar fijo en un sitio hiere. No entiendo por qué amo este país.
Huelva empieza de nuevo a irritarme casi desde el momento mismo en que pongo los pies en su sucia estación inmutable, lo que no impide que mi lado romántico florezca y recuerde imitar a Heinrich Heine cuando recordaba Düsseldorf. Pero Huelva está igual de abandonada y las mismas fachadas ruinosas del tiempo de la guerra continúan en los mismos sitios como monumentos al inmovilismo y la decadencia, pero quizá lo que más odio de ella sean recuerdos.
Las ruinas mugrientas de El Punto, que las autoridades ocultan con banderas triunfales cuando algún gerifalte viene de visita, continúan aún de pie, como en mi infancia más remota, cuando Eva Perón llegó rubia y generosa, no recuerdo ya, o eso fue otra visita, acompañada de un militar enano, muy tieso y barrigudo que aquel día supe que era Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios. El ambiente cultural no ha cambiado: nada de nada. Casi lo único que le queda, empobrecido, es el cineclub que creamos José Luis y yo y los esporádicos conciertos que organiza la pequeña colonia de nazis alemanes, entre los que se encuentran algunos de mis mejores amigos del bachillerato, mis iniciadores a la música clásica. En casa no consigo encontrarme a gusto: persisten las mismas conversaciones y discusiones por pequeños detalles. Advierto que me he separado extraordinariamente de mi familia y del mundillo provinciano que constituyó mi vida de infancia.
El Ministerio de Información y Turismo dirigido por Fraga ha creado una segunda emisora de televisión a la que llaman UHF, ultra alta frecuencia, supongo, es preciso acondicionar los televisores, pero la gente cree que es un gran progreso, aunque tenga la misma censura.
Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Miguel y Mary ejecutan mañana en La Puebla un acto social religioso medieval que supongo que con el tiempo irá siendo poco a poco reducido a la ridiculez, y que se denomina la “toma de dichos”, paso previo y obligatorio por decencia al compromiso matrimonial, hombre y mujer comunican al sacerdote su deseo de contraer sagrado matrimonio según rito de la Santa Madre Iglesia, y a partir de cuyo comunicado el párroco correspondiente publica en misas de domingos tres amonestaciones o avisos, por si alguien pone impedimento. La costumbre antigua permitía que a partir de tal momento la novia podía ya coger al novio del brazo. Esta escapada de los dos al atrasado pueblo de la novia, cuyo nombre, La Puebla de Guzmán, parece todavía retrotraerle a lugar perteneciente a un conde medieval, conde Guzmán de Niebla, quiere decir que después de tanto viaje pasaré la Navidad solo, en compañía de mis padres, pues no voy a acompañarlos. Intento hablar, contar cosas para animar un poco las largas horas de cumplido. Mi padre se marcha a su tertulia, donde lo más civilizado que puede hacerse es hablar de toros con la condición de elogiar al Litri, torero nativo de gran fama y supuesto benefactor del centro, en realidad un bar con salón donde los hombres, jamás una mujer, juegan al dominó, y hacen campeonatos para ganar alguna copa entre copa y copa. Mi padre parece no saber nunca qué decirme cara a cara. Mi hermano y su novia tienen que trasladarse antesa la estación para esperar a los hermanos de Mary, porque el momento de esa toma de dichos requiere al parecer de testigos y preparaciones y es pues celebración muy seria, motivo que reúne a las familias. Nos quedamos solos mi madre y yo y ella se adormece en la mesa camilla, con el brasero encendido calentándonos hasta la cintura, incapaz de prestarme atención, imposibilitada para combatir su somnolencia de antes de la cena. Esa forma de darse calor en invierno —Unamuno murió sentadito al calor del brasero un 31 de diciembre hace ahora 29 años bajo las enaguas de la camilla— suelen provocar irritaciones venosas en las piernas desnudas medio asadas que los andaluces llaman cabritillas, pero no valen los consejos, nadie hace caso.
Tras mi ausencia he encontrado costumbres, vejez y caducidad: es decir, lo feo.
Para cumplir una promesa salgo a telefonear a Jane, para lo que tengo que recorrer un largo trecho. Se sorprende, incrédula, de que un viaje de apenas ochocientos kilómetros dure tanto tiempo. Esto no es tu Norteamérica de la conquista espacial, querida, es mi amada España liberada del progreso por un ejército africano, y estancada en la Historia desde 1936, o vaya usted a saber si desde el siglo XV tras la derrota del islam y el triunfo de las mil Vírgenes.
Una lectura: EPIEPITAFIO:
Juan Ramón Jiménez
Nació en Moguer, fin de Europa,
sin querer,
tierra de jóvenes guapos,
y para España no fue
más que periferia y límite,
solitario, independiente y deprimido.
España no le dio nada
sólo lenguaje
que se apropió.
Es el mayor poeta que ha existido
del silencio,
no hay gritos en sus versos,
recitarle es un crimen, hay que leerle
en la montaña, en la celda,
en el manicomio o en la cárcel,
donde no ladre un perro, un político ni un cura,
y al leerle hay que exigir
que todos callen.
Sólo dio un grito una vez:
“¡Qué triste es amarlo todo
sin saber lo que se ama!”
Apunte nocturno:
Encontrar a una muchacha a la que se amó una vez origina pensamientos sobre la poca importancia del futuro, fuego fatuo idéntico al pasado, e igual de insignificante.
Antonio Santos Barranca. Diario Nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024
El pasado SÍ es asible, ASB. Continuamos revelando nuestros más íntimos pensamientos, nuestros secretos más inconfesables a una máquina…
ResponderEliminarChiloé
Lo que ha hecho evolucionar al cuatro patas al incorporarse ha sido la disidencia, te lo acepto, y la verdad quizás esté en ambas opiniones a la vez. ASB.
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