Visitas a escondidas a compañeros de Comisiones. Hierro, que se ha pateado las comisarías buscando datos, dice que estoy fichado como comunista y que todo lo demás era puro teatro, porque sólo torturan a los comunistas, que son a los que odian y temen, y que jamás se molestarían en acusar a la democracia cristiana, inocente cortina de humo, ni a los tímidos socialistas casi invisibles ni a ningún otro grupúsculo molesto, y aprovecha para intentar convencerme de que ahora sí, ahora debo hacerme miembro activo del PC porque tendré mucha más ayuda y hasta publicidad, que me importa un pimiento. A propósito de lo que dice le cuento que, en el interrogatorio, en su fase amable, un policía paternal me instruía sobre el peligro de caer en las garras del comunismo, con el añadido de que siendo yo un intelectual haría caso a perversos intelectuales. Hierro entonces me obsequia para que me distraiga una revista literaria llena de citas de odio donde leo esto de Wenceslao Fernández Flórez: “El olor a rojo es tan fuerte y típico que es posible distinguir a un marxista y seguir su rastro, aunque el olfato esté poco ejercitado, porque el marxismo es religión de presidiarios, fracasados, envidiosos y contrahechos, y huele a ballena podrida”. Esto de la ballena me reafirma en que el afamado Wenceslao sea un perfecto imbécil gallego como Franco o Fraga, pues no parece comentario. Pero a todas partes donde miro sólo veo basura. ¡Qué país de mierda y qué mierda de país! Ni un puto filósofo, ni un jodido matemático, ni un solitario físico, ni un músico trascendente, ni un invento que no supere al botijo o la zambomba. Sólo crueldad de cobardes con poder.
¿Pero por qué estoy libre si han llegado a imaginar que formo parte de la confabulación marxista, atea y antiespañola? Hierro dice que el régimen agoniza y que estas son las últimas manifestaciones del miedo, y que es posible incluso una extralimitación de algún subinspector fascista, pero yo no estoy nada de acuerdo. En este momento de pesimismo creo, por el contrario, que aunque el avance de las fuerzas democráticas es incontenible, aún hay dictadura para mucho tiempo porque España hace ya casi tres décadas que se ha quedado sola, de espaldas a la Europa hipócrita y
mercantilizada de los turistas bienpensantes, y ahora, además, está en poder de los intereses militares de Estados Unidos, satisfechos de sus bases para la defensa del mundo libre que no consentirán que España peligre. Franco les es un fantoche necesario, y ha consentido la integración en el Imperio. Para colmo, ahora tiene gran poder Fraga Iribarne, un energúmeno. Hasta sospecho que los del SIS, los torturadores de guerrilleros de América del Sur, les hayan enseñado métodos de tortura sin huellas. Lo del somier eléctrico, que afortunadamente no usaron conmigo, no parece ocurrencia moderna del analfabeto torturador Ballesteros sino de ingenieros norteamericanos.
Vivimos infectados de un fascismo beato y remedado y nuestra única esperanza es nuestro propio poder inmunitario, no la ayuda exterior. Aseguro siempre a mis amigos, plenamente convencido de ello, que si por parte del poder algo cambia en el más inmediato futuro será la imagen, con un lavado de fachada y una discreta permisividad censora. Creo que el corazón de la bestia seguirá escupiendo durante otros veinte años, esté Franco vivo o muerto, la misma ponzoña sucia de reloj oxidado detenido en la Historia.
Hierro y mis compañeros de reuniones que no sirven para nada, excepto quizá concienciar a un invitado, me llaman pesimista por mi desconfianza, pero yo no creo en España, y me apoyan muchos siglos de Historia. Iluminaciones como la Segunda República son amapolas de limitadísima florescencia. España es un país de siervos y de cobardes, brutos hasta escandalizar con sus toros, sus festejos medievales y sus Vírgenes y santos, difíciles de convencer de que rinden culto a una religión que no comprenden, perezosos para la lectura, orgullosos de su eyaculación precoz y admiradores de la crueldad y de la fuerza. Ser español es una desgracia con la que hay que simpatizar, como con el síndrome de Dawn o con la cifosis.
Y mientras, vuelvo a elegir y decido nuevamente mi independencia política, y sigo siendo comunista y hasta quizá más comunista que algunos de mis propios amigos porque utilizo el marxismo como un método de
análisis de la realidad, pero repito mi no al carné y a los dogmas y a las consignas. No quiero ser un comunista, ni ese comunista, ni que llegue el día de mi vejez en el que yo mismo pueda decir cuando fui comunista.
Además, los más veteranos comunistas que conozco sirvieron bajo Stalin, asesino despiadado con sus disidentes, a quien desprecio profundamente casi tanto como a Hitler y a Franco, y no han cambiado para nada su pasada simpatía. El mismo Brézhnev actual me resulta desagradable a pesar de su aparente esfuerzo por impulsar la distensión entre Oriente y Occidente... al tiempo que aumenta en todas partes la más brutal militarización a costa de presupuestos que deberían ser para cultura o bienestar obrero.
No quiero la etiqueta de comunista, yo sólo deseo ser hombre, y caso de ser comunista soy comunista marxista, algo olvidado ya. Ahora se es comunista dependiente de la URSS. Los amigos que se me acercan con el tatuaje secreto de su comunismo de cháchara ya sólo reciben de mí una frase de Karl Marx: “Charlar y hacer son cosas diferentes, más bien antagónicas”.
Medianoche y algo más.
Hace 3.500 millones de años la nave de exploración interplanetaria que buscaba vida en planetas de las lejanas galaxias descendió sobre la Tierra y la exploró detenidamente.—”Aquí tampoco hay vida, ni la habrá —dijo al piloto el decepcionado explorador—. Regresemos a nuestro mundo”. “Déjame antes hacer una necesidad —dijo el piloto—. La atmósfera de este planeta me ha producido una diarrea pestilente”. Junto a la orilla del lago se agachó.
Una lectura: EPIEPITAFIO:
Ósip Mandelstam
Con la linterna ya a punto de apagarse
y sin cerillas para reanudar,
encuentro por fin
a Ósip Mandelstam sepultado,
el más grande poeta ruso
quizá, si se entiende el ruso.
Yace frío, como le corresponde
al desterrado a Siberia por Stalin,
“montañés del Kremlin” le llamó,
como quien llamara a Franco
asesino plural muy bajo palio.
Vivimos sin sentir el país bajo los pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen,
dijo,
y muerto de frío
encerrado en Siberia
suspiró.
Antonio Santos Barranca. Diario nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024
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