Todo
indica que hoy el colapso es más probable que una transición razonable a la
sustentabilidad
Ya no es realista esperar una transición
planificada y suave hacia una economía post-carbono, o –de manera más general--
hacia una sociedad sustentable. Será una verdadera revolución ecosocialista… o
el caos climático. En su libro de 2014 Esto
lo cambia todo, Naomi Klein indica que si el problema del cambio climático
se hubiera abordado seriamente en la década de 1960, cuando los científicos ya
estaban planteando a fondo la cuestión, o incluso a finales de los ochenta y
comienzos de los noventa, cuando el gran climatólogo James Hansen expuso su
famoso testimonio sobre el calentamiento global ante el Congreso de EEUU,
cuando se creó el IPCC y cuando se elaboró el Procolo de Kioto –entonces el
problema se podría quizá haber abordado mediante reformas graduales. En ese
momento histórico, sugiere Naomi Klein, aún habría sido posible reducir las
emisiones al menos un 2% al año, sin tocar los grandes resortes del sistema.
Climatólogos como Kevin Anderson, director adjunto del Centro
Tyndall para la Investigación del Cambio Climático en Gran Bretaña, señalan que
ya hemos perdido la oportunidad para realizar cambios graduales: los países
ricos tendrían que reducir sus emisiones entre un 8 y un 10% al año.
“Tal vez,
durante la Cumbre sobre la Tierra de 1992, o incluso en el cambio de milenio,
el nivel de los dos grados centígrados [con respecto a las temperaturas
preindustriales] podrían haberse logrado a través de significativos cambios
evolutivos en el marco de la hegemonía política y económica existentes.
Pero el cambio climático es un asunto acumulativo. Ahora, en 2013, desde
nuestras naciones altamente emisoras (post-) industriales nos enfrentamos a un
panorama muy diferente. Nuestro constante y colectivo despilfarro de carbono ha
desperdiciado toda oportunidad de un ‘cambio evolutivo’ realista para alcanzar
nuestro anterior (y más amplio) objetivo de los dos grados. Hoy, después de dos
décadas de promesas y mentiras, lo que queda del objetivo de los dos grados
exige un cambio revolucionario de la hegemonía política y económica”[1] (la negrita es del propio
Anderson).
La investigación sobre los colapsos que
sufrieron culturas y civilizaciones antiguas apunta a que las soluciones para
problemas de escasez de recursos –energía sobre todo— tienden a crear sistemas
aún más complejos, y asociado con esta mayor complejidad va un mayor uso
–directo e indirecto— de energía.[2]
Como bien indican Ramón Fernández Durán
y Luis González Reyes en esa obra monumental que es En la espiral de la energía, una transición ordenada hacia la
sustentabilidad (incluyendo una rápida transición energética hacia las
renovables) sólo sería realista en un escenario de fuerte planificación (no
necesariamente centralizada) y elevada conciencia social, a escala mundial o
casi. Y eso no va a producirse a la escala y con la velocidad que se requiere.[3]
Todo indica que hoy el colapso es más
probable que una transición razonable a la sustentabilidad.[4] Vamos hacia “un colapso
caótico del capitalismo global”.[5]
¿UNA
GOBERNANZA GLOBAL DÉBIL?
Hay quien dice que tenemos una
débil gobernanza global y que no se podía esperar más [de la COP 21 en París,
en diciembre de 2015]. Pero no es cierto. Cuando los estados se reúnen para
favorecer el comercio global, a través de acuerdos de liberalización económica
como el CETA, entre EEUU y Canadá, el NAFTA o el TTIP que ahora se negocia
entre EEUU y Europa, se demuestra que la gobernanza mundial es fuerte, si bien
en favor de los intereses de las grandes compañías y en detrimento de la propia
democracia. Estos acuerdos incluyen mecanismos de verificación, tribunales de
arbitraje privados y medidas sancionadoras. Y basta un ejemplo para
comprobarlo, reciente, y que pone de manifiesto la contradicción entre el
objetivo de dejar bajo tierra la mayor parte de reservas fósiles por explotar,
especialmente las más contaminantes, y los intereses económicos. La empresa
TRANSCANADÁ, acaba de denunciar al gobierno de EEUU ante el tribunal estatal
del Estado de Texas y el tribunal de arbitraje privado del CETA, por impedir la
aprobación del proyecto de oleoducto que debe transportar el petróleo de arenas
bituminosas de Alberta hasta la costa oeste de EEUU para ser exportado a
Europa. EEUU con toda seguridad se enfrenta a una sanción y deberá autorizar
este oleoducto, contra el que el movimiento por el Clima lleva luchando desde
hace una década y que Obama ya se comprometió a paralizar en su programa de la
primera investidura presidencial. Los gobiernos que no se ponen de acuerdo para
afrontar las amenazas a la vida en el planeta se ponen de acuerdo para dejar en
manos privadas la derogación de medidas regulatorias que puedan atentar contra
sus negocios. En la práctica EEUU y Europa están de acuerdo en que los negocios
prevalecen sobre las políticas sociales y ambientales, y que la política
económica debe quedar fuera de la decisión política democrática. Dejan el
arbitraje de sus políticas económicas, sociales y ambientales en manos de
tribunales de arbitraje privados atentos a que no se pongan obstáculos a los
negocios globales.
Esteban
de Manuel Jerez, “¿Después de París qué?”, en su blog Construyendo la nueva Sevilla, 21 de enero de 2016; http://www.sevilladirecto.com/blog/despues-de-paris-que/
Un
retraso de decenios
Si
lanzamos hacia atrás una mirada histórica, y contemplamos los estragos que han
padecido diversas sociedades --pensemos en el ascenso del nazismo o en nuestra
guerra civil española, por ejemplo--, a toro pasado nos preguntamos: ¿cómo fue
posible? Si se veían venir esos males, ¿por qué no se actuó eficazmente para
contrarrestarlos? Pero ahora mismo están
gestándose las catástrofes de mañana, y no somos lo bastante diligentes en
escrutar sus signos para intentar prevenirlas...
“La carrera por el beneficio y la acumulación
capitalista (ambas cosas van de la mano) nos llevan con la cabeza gacha hacia
una catástrofe irreversible y de una amplitud que no podemos ni imaginar. Para
reducir las emisiones y después suprimirlas totalmente urge implantar una
planificación ecosocialista, que exige ante todo la expropiación de sectores de
la energía y del crédito, sin indemnización ni recompra. Sin esto, la
catástrofe climática hundirá a la humanidad en una barbarie ante la cual las
dos guerras mundiales del siglo XX, la colonización y el nazismo parecerán
simples ejercicios de aficionados.”[6]
Necesitamos
una reflexión radical sobre el cambio climático, que supere la tentación de
poner parches sobre los síntomas del problema y aborde las causas: el
insostenible modelo de producción y consumo. No se puede hablar de cambio
climático sin hablar de capitalismo. Incluso los
editoriales de prensa en el centro del Imperio del Norte lo dicen ya con toda
claridad: “Debemos cambiar radicalmente nuestra forma de vivir y trabajar, con
la certeza de que es la única oportunidad de poner coto a un cambio radical en
la naturaleza.”[7]
En lo que se refiere al cambio climático, en el segundo decenio del
siglo XXI la situación es verdaderamente aterradora. Observadores científicos
tan cualificados como Carlos Duarte avisan: cabe que estemos a punto de disparar una serie de
mecanismos de cambio abrupto (tipping
points), cada uno de ellos con consecuencias globales, que podrían ir
encadenándose en un “efecto dominó” con claro riesgo de cambio climático
incontrolable y catastrófico.
“De los 14 elementos capaces
de causar inestabilidades y cambios abruptos en el planeta, seis se encuentra
en el Ártico. Lo que allá ocurra tendrá consecuencias globales. Las
observaciones de pérdida de hielo en el océano Ártico muestran una reducción de
la capa helada más rápida que la que cualquiera de los modelos climáticos
actuales es capaz de reproducir. Modelos recientes indican que la pérdida de
hielo en Groenlandia se puede disparar con un calentamiento climático de 1,5
grados centígrados, más de un grado por debajo de lo que considera el IPCC
(Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), lo que sitúa dicho fenómeno
peligroso mucho más cercano a nosotros de lo que se esperaba. Nuestras acciones
en los próximos cinco años determinarán si cruzaremos ese umbral de cambio
climático de riesgo.”[8]
¡Los próximos cinco años: 2011-2016! Charles Bolden,
responsable de la NASA sobre cambio climático, señalaba en un comunicado de
enero de 2016 que “el cambio climático es
el desafío de nuestra generación”,[9] pero
eso es echar mal las cuentas: ¡ya lo era de la generación anterior! Llevamos un retraso de decenios en la
acción eficaz para contrarrestar la crisis socioecológica planetaria (a veces
designada con el eufemismo de “cambio global”). La creación del Programa
Mundial sobre el Clima, y la publicación de Los
límites del crecimiento –el primero de los informes del Club de Roma--,
tuvo lugar en 1972: no en esta legislatura ni en la legislatura anterior. No
podemos permitirnos seguir perdiendo el tiempo.
Indica Ferrán Puig Vilar que la responsabilidad
histórica de las generaciones presentes es enorme. Como en otras dimensiones de
la crisis socioecológica, se nos escapa la rapidez de los cambios movidos por
dinámicas de crecimiento exponencial: nuestra intuición no está a la altura.
“En los últimos treinta años [1980-2010,
aproximadamente] se ha emitido a la atmósfera una cantidad de GEI equivalente a
la mitad de la emitida en toda la historia de la humanidad. Es muy probable
que, veinte o treinta años antes del final del siglo pasado, hubiéramos estado
a tiempo de encontrar una trayectoria colectiva en términos de emisiones que
hubiera impedido llegar hasta aquí, cuando las respuestas ya no pueden ser
incrementales y no se producirán, en su caso, sin severos sacrificios. (…) Que
todo esto podía ocurrir se sabe desde hace más de cincuenta años, pues ya el
presidente Lyndon B. Johnson advirtió del peligro en el Congreso de los EEUU en
los años sesenta [del siglo XX]. Sin embargo, décadas de negacionismo
sofisticadamente organizado y de freno al pensamiento sistémico como elementos
de la expansión ultraliberal programada nos han llevado hasta aquí.”[10]
En un artículo de análisis sobre la situación
política estadounidense, Norman Birnbaum decía que los “progresistas” de EEUU
(vale decir, más o menos, los socialdemócratas europeos… si no olvidamos que en
la Europa de
comienzos del siglo XXI prácticamente no hay socialdemocracia) tienen “una
larga lucha por delante”.[11]
A la luz de los cambios necesarios para proteger el clima, podríamos formular
algo semejante: necesitaríamos hacer acopio de paciencia histórica para luchar
largamente por cambiar valores, prácticas, instituciones, economías, políticas…
Pero la pregunta trágica que no podemos dejar de plantear es: ¿tendremos tiempo
para largas luchas?
Enzo Tiezzi tituló un valioso libro suyo Tiempos históricos, tiempos biológicos.
Durante casi la totalidad de la historia humana tuvo sentido suponer que los
tiempos históricos eran extraordinariamente rápidos en comparación con los
tiempos biológicos y geológicos. Hoy se ha producido una dramática inversión: en lo que se refiere a degradaciones como la
que está sufriendo la estabilidad climática (o la diversidad biológica), los tiempos biológicos son muy rápidos y los
histórico-políticos demasiado lentos.
¿Qué hacer? Después
de la COP 21 en París
Lo que necesitamos es un gigantesco movimiento de masas anticapitalista a escala mundial,
orientado por nociones de justicia climática, supervivencia y sustentabilidad, aunque
–como sugiere Naomi Klein— “la verdadera apuesta no consiste tanto en poner en
pie un gigantesco movimiento totalmente nuevo sino en lanzar pasarelas entre
las organizaciones ya existentes. (…) Espero que haya convergencia entre el
movimiento obrero, el movimiento contra la austeridad y los movimientos
ecologistas para una acción justa y concertada a favor del abandono de las
energías fósiles.”[12]
Climatólogos de primera línea como James Hansen no
tiran la toalla: estiman que si EEUU y China se pusiesen de acuerdo para
implantar un impuesto al carbono suficientemente fuerte, de manera coordinada,
el resto del mundo no tendría otra opción que adherirse a este acuerdo. Y esto
tendría una importancia mayor que nada de lo que finalmente salga de las
negociaciones de NN.UU. en la COP 21 de París, en diciembre de 2015. [13]
Otro
climatólogo de primera línea, Veerabhadran Ramanathan (profesor de Ciencias Climáticas y Atmosféricas de la Scripps Institution
of Oceanography de la Universidad de California), llama la atención sobre los
otros gases de “efecto invernadero” además del dióxido de carbono: una tonelada
de clorofluorocarbonos (CFC) es equivalente a 10.000 toneladas de CO2 en cuanto
a su poder de calentamiento. Por eso, sería posible una acción a corto plazo
para ganar tiempo: “Reduciendo las emisiones de metano en un 50%, de hollín en un 90%
y dejando de usar del todo los HFCs, en 2030 habremos reducido a la mitad el
calentamiento previsto para los próximos 35 años. Reducir las emisiones de
estos contaminantes de vida corta tendrá un impacto inmediato y puede
ralentizar enormemente el calentamiento global de aquí a unas décadas. Esto nos
daría un tiempo que necesitamos desesperadamente para cambiar radicalmente
nuestra dieta energética…”[14]
¿QUÉ HACER?
ALGUNAS IDEAS PARA LA ACCIÓN SOCIAL,
TRATANDO DE
ORGANIZAR UN MOVIMIENTO MUNDIAL
MÁS ALLÁ DE LA
COP 21 (PARÍS, DICIEMBRE DE 2015)
- Una idea básica: París (en
diciembre de 2015) es sólo una etapa, hay que construir un movimiento con
fuertes raíces locales y con la vista puesta en plazos más largos.
- Un movimiento que no
trate sólo de la protección del clima como una “cuestión ambiental”: sino que
consiga ligar en la conciencia de la gente (como de hecho lo están en la
realidad) las cuestiones de empleo, migraciones, energía, agricultura,
alimentación…
- Lo
queramos o no, por las buenas o por las malas, habrá decrecimiento material
y energético. Y
entonces, o vamos a políticas de redistribución e igualdad, o nos
adentraremos aún más en un mundo caníbal, crecientemente fascistizado.
- También, lo queramos o
no, habrá calentamiento climático –ya lo hay- en un nivel aún por
determinar. Las cuestiones de adaptación se vuelven cada vez más
perentorias. Michel Jarraud, secretario general
de la OMM, al presentar en noviembre de 2015 el último informe de esa
entidad sobre la concentración de gases de efecto invernadero en la
atmósfera advirtió: "Hay que limitar el cambio climático a un nivel al
que podamos adaptarnos. No podemos evitarlo completamente, pero sí podemos
limitarlo; podremos adaptarnos a las consecuencias más importantes y
evitar otras, porque ya tenemos fenómenos irreversibles, como el aumento
del nivel de la mar, la acidificación o los fenómenos extremos".
(Pueden consultarse sus declaraciones en http://www.lavanguardia.com/vida/20151109/54439682344/cantidad-de-gases-de-efecto-invernadero-en-la-atmosfera-bate-record-en-2014
)
- La solución no está en
los Gobiernos ni en las grandes empresas: lo que se está negociando en las
COP y otros foros es cada vez peor.
- Hay multitud de luchas
locales y de “ecologismo de los pobres” que objetivamente son
anti-calentamiento global (aunque no siempre lo sean en la intención de
los movimientos populares que las impulsan). Así, por ejemplo, las luchas
contra el fracking o fractura
hidráulica, o a favor del transporte público, o contra la expulsión de los
pueblos originarios de sus tierras ancestrales… Se trata aquí de
fortalecer estas luchas y federarlas.
- Interpelar directamente
a los sindicatos de clase y trabajar con sus sectores más sensibles.
- Interpelar directamente
a las Iglesias y trabajar con los sectores de iglesia de base (cf. la
encíclica “ecosocialista” del Papa Francisco en junio de 2015, Laudato Sii).[15]
- Apelar a la cuestión
intergeneracional: ¿por qué hay asociaciones de Madres Contra la Droga y
no Madres –y Padres- Contra el Cambio Climático?
- Alianzas transversales
entre distintos movimientos sociales (movimientos obreros, movimientos
ecologistas, campesinos, pueblos indígenas…) en torno a objetivos
compartidos: por ejemplo, iniciativas de relocalización de la producción y
el consumo.
- Iniciativas de cambio
personal: renunciar al automóvil privado, dejar de consumir carne…
Sobre las perspectivas de acción pos-París es útil el libro colectivo Paths Beyond Paris: Movements, Action and Solidarity Towards Climate Justice, diciembre de 2015. Puede descargarse en http://www.carbontradewatch.org/articles/paths-beyond-paris-movements-action-and-solidarity-towards-climate-justice.html
[1] Citado en Naomi Klein,
“Por qué necesitamos una eco-revolución”, sin permiso, 17 de noviembre
de 2013. Puede consultarse en http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6430
[2] Véase Joseph A. Tainter, The Collapse of
Complex Societies, Cambrige University Press, Nueva York 1988; así como
Jared Diamond, Jared
Diamond Colapso. Por qué unas sociedades perduran y otras
desaparecen, Debate, Barcelona 2006.
[3] Ramón Fernández Durán y
Luis González Reyes, En la espiral de la
energía (vol. 2), Libros en
Acción, Madrid 2014, p. 204.
[4] Joseph A.
Tainter, “Energy, complexity and sustentability: a historical perspective”. Environmental
Innovation and Societal Transitions 1, 2011. Véase también Anthony D.
Barnosky y otros, “Approaching a state shift in Earth’s biosphere”, Nature vol.
486, del 7 de junio de 2012.
[5] Fernández Durán y González
Reyes, op. cit., p. 196 del segundo volumen de la obra.
[6] Daniel Tanuro, “Informe
del GIEC: diagnóstico muy grave, soluciones inútiles”, en la web de Viento
Sur, 8 de abril de 2014. El original puede consultarse en http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article31539
[8] Carlos M. Duarte y Guiomar Duarte Agustí,
“La paradoja del Ártico”, El País, 23
de febrero de 2011. Recordemos algunos entre esos posibles cambios bruscos y no
lineales: 1. Colapso de la circulación termohalina del Atlántico Norte
(“corriente del Golfo”), lo que podría causar un notable enfriamiento del norte
y el oeste de Europa. 2. Emisión de grandes cantidades de metano
generadas por los hidratos de gas natural hoy fijados en los océanos, lagos
profundos y sedimentos polares, lo que retroalimentaría el calentamiento del
planeta (el metano es un gas de “efecto invernadero” 25 veces más potente que
el dióxido de carbono). 3. Fusión de los hielos de Groenlandia,
lo que provocaría una subida del nivel del mar de unos siete metros. 4.
Colapso de los ecosistemas marinos (por encima de cierto nivel de
calentamiento oceánico habría extinción masiva de algas, con su capacidad de
reducir el nivel de dióxido de carbono y crear nubes blancas que reflejan la
luz del sol), que probablemente originaría una brusca subida de las
temperaturas promedio en más de 5ºC .
[9] Manuel Planelles, “2015
fue el año más cálido desde que arrancaron los registros en 1880”, El País, 21 de enero de 2016; http://internacional.elpais.com/internacional/2016/01/20/actualidad/1453307538_631471.html
[10] Ferrán Puig Vilar,
“¿Reducir emisiones para combatir el cambio climático? Depende”, en mientras
tanto 117 (monográfico sobre Los límites del crecimiento: crisis
energética y cambio climático), Barcelona 2012, p. 113.
[11] Norman Birnbaum, “Una
larga lucha por delante”, El País, 25
de abril de 2011.
[12] Entrevista con Naomi
Klein (“Cambiar o desaparecer: el nuevo combate de Naomi Klein”) en Sin Permiso, 5 de abril de 2015.
[13] Eric Holthaus, “The point of no return: climate change
nightmares are already here”, Rolling
Stone, 5 de agosto de 2015 (http://www.rollingstone.com/politics/news/the-point-of-no-return-climate-change-nightmares-are-already-here-20150805)
[14] Veerabhadran Ramanathan,
entrevista en ABC el 26 de junio de 2016; http://www.abc.es/sociedad/abci-verdadera-tragedia-cambio-climatico-tiene-solucion-201606251622_noticia.html
[15] El texto puede
consultarse en http://www.infovaticana.com/2015/06/18/laudato-sii-en-espanol/
Jorge Riechmann. Ética extramuros. UAM Ediciones, 2017
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