Los
problemas exigen soluciones sólo cuando se presentan como amenazas, sugiere
Harald Welzer en ese libro imprescindible que es Guerras climáticas.[1] Y
aunque “en las próximas décadas muchas sociedades entrarán en un colapso
determinado por el clima”, el psicólogo social alemán advierte también que
“nadie cree realmente que eso vaya a suceder”.[2] De
alguna manera, no nos creemos lo que
sabemos. ¿De dónde tanta ceguera? Creo que una explicación adecuada
–necesariamente multicausal— debe discurrir en tres planos:
A)
Dinámicas estructurales. La dependencia estructural de todo el orden
socioeconómico presente con respecto al crecimiento económico condiciona
gravosamente las alternativas. A la postre, es la dinámica capitalista de
acumulación de capital y valorización del valor, junto con la idoneidad de la
matriz energética fosilista para esos fines, lo que explica el abismo climático
ante el cual la humanidad se halla situada en el siglo XXI (el Siglo de la Gran
Prueba).[3]
B)
Intereses creados. Existen poderosos grupos de interés –comenzando por las grandes
compañías energéticas y automovilísticas-- que luchan por mantener a toda costa
el statu quo –para lo cual no dudan un instante en desacreditar a
la ciencia y difundir desinformación de forma masiva. La coordinada actuación
de los lobbies capitalistas nos ha
hecho perder tres preciosas décadas en la lucha contra el cambio climático.[4] Aquí
hay que mencionar también la externalización y alejamiento de muchos síntomas
de la degradación (con todo un conjunto de estrategias de “barrer debajo de la
alfombra” que ponen en práctica los poderes dominantes).
C)
Dificultades psicológicas. Así, por ejemplo, la dificultad de reaccionar
adecuadamente ante procesos graduales (esto remite a los fenómenos de la “rana
dentro de la olla” que se va calentando despacito, y a los “puntos de
referencia cambiantes”). El psicólogo de Harvard Daniel Gilbert identifica
cuatro grandes dificultades psicológicas que explican parcialmente la pasividad
e inacción con que (no) abordamos el calentamiento climático –y, más por
extenso, la crisis socioecológica mundial--.
[1] Harald Welzer, Guerras
climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI, Katz,
Buenos Aires/ Madrid 2011.
[2] Harald Welzer entrevistado
por José Andrés Rojo: “Tenemos una responsabilidad ineludible: desarrollar otra
manera de vivir”, Barcelona Metrópolis 83,
verano de 2011.
[3] Daniel Tanuro lo ha
explicado con acierto en varios textos, y de forma sintética en ese estupendo
librito que es Cambio climático y
alternativa ecosocialista (Editorial Sylone, Barcelona 2015).
[4] Buen análisis al respecto
en Naomi Klein en Esto lo cambia todo –El
capitalismo contra el clima, Paidos, Barcelona 2015.
OJALÁ
QUE EL SEXO GAY CAUSARA EL CALENTAMIENTO CLIMÁTICO
¿Por qué estamos
menos preocupados por el desastre más probable? Debido a que el cerebro humano
ha evolucionado para responder a las amenazas que tienen cuatro características
- características que el terrorismo tiene y que el calentamiento global no
tiene.
En primer lugar, el calentamiento global no tiene
bigote.
¡No es broma! Somos mamíferos sociales cuyos cerebros están altamente
especializados en pensar en los demás congéneres. La comprensión de aquello en
lo que están los otros -lo que saben y quieren, lo que están haciendo y
planificando- ha sido tan crucial para la supervivencia de nuestra especie que
nuestros cerebros han desarrollado una obsesión con todas las cosas humanas.
Pensamos en las personas y sus intenciones; hablamos sobre ellos; los buscamos
y los recordamos.
Por eso es por lo
que en EEUU nos preocupa más el ántrax (con un número de muertes anuales de
aproximadamente cero) que la gripe (con un número de muertes anuales que oscila
entre un cuarto de millón y medio millón de personas). La gripe es un accidente
natural, y el ántrax es una acción intencional humana, y la más pequeña acción
capta nuestra atención de una manera en que el mayor accidente no lo hace. Si
dos aviones hubieran sido alcanzados por un rayo y se hubiesen estrellado
contra un rascacielos de Nueva York, pocos de nosotros lograríamos nombrar la
fecha en que ocurrió.
El calentamiento
global no está tratando de matarnos, ¡qué vergüenza! Si el cambio climático
hubiese sido encaminado hacia nosotros por un dictador brutal o un Imperio del
Mal, la guerra contra el calentamiento sería la máxima prioridad de esta
nación.
La segunda razón por la que el calentamiento global
no pone el cerebro en alerta naranja es que no viola nuestra sensibilidad moral. No hace que nos
hierva la sangre (al menos no en sentido figurado) porque no nos obliga a considerar
pensamientos que nos parezcan indecentes, impíos o o repulsivos. Cuando las
personas se sienten insultadas o disgustadas, generalmente hacen algo al
respecto, tal como golpearse las cabezas mutuamente, o votar. Las emociones
morales son los llamamientos del cerebro a la acción.
A pesar de que
todas las sociedades humanas tienen reglas morales acerca de la comida y el
sexo, ninguna tiene una regla moral sobre la química atmosférica. Y así, nos
indigna cualquier violación de protocolo excepto la del Protocolo de Kyoto. Sí,
el calentamiento global es malo, pero no nos hace sentir náuseas o enfado o
desgracia, y por lo tanto no nos sentimos obligados a embestir contra él como
sí que lo hacemos contra otras amenazas trascendentales para nuestra especie,
como la quema de banderas nacionales. El hecho es que si el cambio climático lo
causaran las relaciones homosexuales, o la práctica de comer gatitos, millones
de manifestantes estarían concentrándose masivamente en las calles.
La tercera razón por la que el calentamiento global
no desencadena nuestra preocupación es que lo vemos como una amenaza para
nuestro futuro - no para nuestra sobremesa. Como todos los animales, los humanos somos
rápidos en responder a peligros evidentes y presentes, por lo que nos lleva
sólo unas milésimas de segundo agacharnos cuando una pelota de béisbol díscola
viene a toda velocidad hacia nuestros ojos.
El cerebro es una
máquina “aparta-del-camino” magníficamente diseñada que constantemente está
inspeccionando el medio ambiente para identificar las cosas fuera de cuyo
camino hay que apartarse justo ahora. Eso es lo que hicieron los cerebros
durante varios cientos de millones de años - y a continuación, hace tan sólo
unos pocos millones de años, el cerebro mamífero aprendió un nuevo truco:
predecir el momento y el lugar de ciertos peligros antes de que realmente
sucedieran.
Nuestra capacidad
para esquivar lo que todavía no está sucediendo es una de las innovaciones más
impresionantes del cerebro, y sin ella no tendríamos hilo dental o planes de
jubilación 401(k). Pero esta innovación está en las primeras etapas de su
desarrollo. El dispositivo que nos permite hacer frente a pelotas de béisbol
visibles es antiguo y seguro, pero el complemento técnico que nos permite
responder a amenazas que se ciernen en un invisible futuro todavía está en fase
de pruebas.
No hemos progresado
lo suficiente en el truco de tratar el futuro como el presente en que pronto se
convertirá porque sólo hemos estado practicando durante unos pocos millones de
años. Si el calentamiento global le sacara de vez en cuando un ojo a alguien,
la OSHA (Occupational Safety & Health Administration) lo aniquilaría por
vía legal.
Hay una cuarta razón por la que parece que
no podemos ponernos nerviosos por el calentamiento global. El cerebro humano es
extremadamente sensible a los cambios de luz, sonido, temperatura, presión,
tamaño, peso y casi todo lo demás. Pero si
la tasa de cambio es lo suficientemente lenta, ese cambio va a pasar
desapercibido. Si la intensidad del zumbido de un refrigerador fuera
aumentando poquito a poco a lo largo de varias semanas, el aparato podría estar
cantando como una soprano a fin de mes y nadie se daría cuenta.
Debido a que apenas
se notan los cambios que se producen gradualmente, aceptamos cambios graduales
que rechazaríamos si llegasen de repente. La densidad de tráfico de Los Ángeles
ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas, y los ciudadanos lo han
tolerado sin más que con los gruñidos de rigor. Si el cambio hubiese ocurrido
en un solo día del verano pasado, los angelinos habrían cerrado la ciudad,
llamado a la Guardia Nacional y linchado a todos los políticos que pudieran
caer en sus manos.
Los ecologistas se
desesperan por la velocidad con que está avanzando el calentamiento global. De
hecho, no está ocurriendo lo suficientemente rápido. Si el presidente Bush
pudiera meterse en una máquina del tiempo y experimentar un solo día del año
2056, volvería al presente conmocionado y espantado, dispuesto a hacer todo lo
necesario para resolver el problema.
El cerebro humano
es un notable dispositivo diseñado para estar a la altura de las ocasiones
especiales. Descendemos de cazadores-recolectores cuyas vidas fueron breves,
para quienes la mayor amenaza era un hombre armado con un palo. Cuando los
terroristas atacan, respondemos con fuerza aplastante y resolución firme, igual
que lo harían nuestros antepasados. El calentamiento global es una amenaza
mortal precisamente porque no hace que se dispare la alarma del cerebro, lo
cual nos deja profundamente dormidos en una cama que está ardiendo.
Aún está por ver si
logramos aprender a estar a la altura de nuevas ocasiones.
Daniel
Gilbert, “If only gay sex caused global warming”, Los Angeles Times, 2 de julio de 2006 (traducción de Jorge
Riechmann). DG es profesor de psicología en la Universidad de Harvard. Su
artículo puede consultarse en http://articles.latimes.com/2006/jul/02/opinion/op-gilbert2
Amb cara i ulls,[1] dice una importante expresión en catalán que
deberíamos conocer –pues a los seres humanos nos cuesta prestar atención a lo
que no tiene cara y ojos. Nuestra naturaleza de simios supersociales nos lleva
a magnificar las interacciones y conflictos personales –y tendemos a ignorar lo
demás. Pero el calentamiento climático no tiene cara y ojos, la acumulación de
capital no tiene cara y ojos, la maquinización del mundo no tiene cara y ojos…
Nos cuesta Dios y ayuda hacernos cargo de las dinámicas sistémicas, y de los aspectos
estructurales de la realidad.
[1] En castellano viene a
significar “como debe ser”, “como mandan los cánones”, “como Dios manda”.
Jorge Riechmann. Ética extramuros. UAM Ediciones, 2017
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