documentos de pensamiento radical

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domingo, 20 de agosto de 2017

Voces del Extremo (I): en Huelva

El encuentro poético Voces del Extremo, al que me han invitado por primera vez, está tan concurrido que, a menos que hayas reservado habitación con meses de adelanto, resulta muy difícil encontrar un alojamiento cómodo en el propio Moguer, donde se celebra. Nosotros hemos encontrado posada en un modesto hostal de San Juan del Puerto, a pocos kilómetros. Cuando llegamos, es ya casi de noche. Paseamos por el centro del pueblo, en el que hay dos plazas unidas por una calle. La calle se llama Dos Plazas. Nuestra incipiente sospecha de que sea una localidad que depare escasas sorpresas se desvanece cuando vemos que las sedes del PSOE y el PP locales son vecinas. Al enemigo, mejor tenerlo cerca, deben de pensar ambos. La calle Dos Plazas lleva desde la plaza de España, presidida por el elegante y centenario edificio del ayuntamiento, a la que aloja la iglesia parroquial de San Juan Bautista, grande, blanca, de  hechuras neoclásicas, levantada en el s. XVI y vuelta a levantar en el XVIII, tras el devastador terremoto de Lisboa, que golpeó con fuerza todo el oeste español. Una placa junto a la entrada nos informa de lo siguiente: "Henchida de orgullo, se alza sobre su casería, vigilando la apacible vida de este pueblo". La información se hace luego general: "¡Qué bonitas son las iglesias de los pueblos de Huelva!". No es la única leyenda que nos suscita algún asombro. En la misma fachada en la que el anónimo informador se ha extasiado con esta y las demás iglesias de los pueblos onubenses, vemos otra placa en homenaje a Juan de Robles, "gloria de las letras del Siglo de Oro". Comprendemos –y aplaudimos– que un escritor oriundo del pueblo merezca el recuerdo de sus paisanos, pero lo de "gloria de las letras del Siglo de Oro", aplicado a un mediano retórico, ortógrafo y recopilador de facecias y cuentecillos populares, del que solo han sobrevivido dos obras, parece excesivo. Quizá en el futuro haya también una placa dedicada a otra hija ilustre de San Juan del Puerto, Fátima Báñez, la actual ministra de Trabajo, esa que opinaba, en lo peor de la crisis, que los jóvenes que tenían que emigrar porque en España no encontraban trabajo, no lo hacían por necesidad, sino por "movilidad exterior", y quizá esa placa también considere a la brillante funcionaria "una gloria del s. XXI". Volvemos por la calle Dos Plazas hasta la de España, y disfrutamos de una bonita sucesión de fachadas azulejeadas y balcones historiados. La gente, sentada a la puerta de las casas, toma el fresco y charla. No es extraño: el calor diario es asfixiante. Nos sentamos a cenar algo en la terraza de El Rincón de Ericka, junto al ayuntamiento. Nos atiende Ericka, una cubana o dominicana que también ha tenido que practicar la movilidad exterior. Damos pronta cuenta de una ensalada de remolacha y un pincho de pollo, y nos entretenemos observando a una pareja que está en la mesa vecina. Ella, una joven muy parecida a Natalie Portman, es de una belleza descomunal, aunque mancillada por todos los atavíos de la vulgaridad: tatuajes,shorts tejanos (de esos que te hacen sufrir por que le corten la circulación de la femoral y tengamos un problema) y unos modales en los que brilla con luz propia una enojosa propensión a comer con la boca abierta. A su lado, un niño muy pequeño no para de incordiar –obviamente, es su hijo, que debió de tener siendo adolescente; de hecho, aún lo es– y, enfrente, el que conjeturamos su marido, cuya belleza dista mucho de la de su cónyuge, juguetea con el móvil, despreocupado de mujer e hijo, bebe cerveza a gollete y compite con ella en comer enseñando todo lo que come; y gana él. Pero estamos cansados y el entretenimiento que nos proporciona la rústica pareja es limitado. Nos acostamos pronto, pues, aunque el lecho no nos augura una noche feliz: es poco más que una cama individual grande, manifiestamente insuficiente para dos personas, sobre todo cuando una de ellas tiene el tamaño de un oso pardo, y, peor aún, es muellera. Y, en efecto, dormimos mal, aunque, cuando llega el día, hacemos lo posible por despojarnos de esa sensación lisérgica que da la falta de sueño y el descanso poco reparador y visitar Huelva, la capital, con entereza e ilusión. Entramos en la ciudad por la Avenida de Andalucía y luego por la calles San Sebastián y Pablo Rada, en las que se suceden los bustos y estatuas. Si los monumentos públicos son reveladores de los intereses de quienes los erigen, estos no dejan lugar a dudas sobre los espectáculos preferidos de los onubenses: contabilizo la efigie de un cantaor, un homenaje al fútbol (así, en general) y otro a la dinastía de los Litri; de hecho, la plaza cuyo centro ocupa esta última se llama así: Plaza de la dinastía de los Litri. Otra plaza, la de las Monjas –bautizada de este modo por adyacer al convento mudéjar de las agustinas–, se suma a esta nómina de ocupaciones tradicionales. También contiene un monumento a Colón. A la casa asimismo llamada Colón (Huelva es un lugar muy colombino) se llega por la avenida Martín Alonso Pinzón, a la que da el ayuntamiento de la ciudad, cuya arquitectura nos recuerda mucho a la del Madrid de los Austrias. La Casa Colón, airosa, atlántica, colonial, hoy ocupada por dependencias públicas, forma parte del legado inglés de Huelva: los ingleses explotaron muchos años las minas de la provincia, e inevitablemente dejaron un rastro propio en los edificios e infraestructuras (y en el deporte: no en vano el Recreativo de Huelva es el club de fútbol decano de España; los ingleses se llevaron el cobre, pero trajeron el football). En los agradables y geométricos jardines de la Casa Colón, lo único visitable del conjunto, se alzan otras dos estatuas: a Platero, el burro cantado por Juan Ramón Jiménez, y al inca Garcilaso de la Vega. Y en una de sus paredes se reproduce el soneto de José Manuel de Lara (el poeta, no el editor) "Nací en Andalucía un martes triste / del otoño del año veintinueve. / Hoy es martes también y también llueve...", que me suena vagamente vallejiano. Celebro que ambos sean personajes literarios. Siempre me congratulo de que la literatura ocupe los espacios públicos, aunque sea bajo la especie petrificada de bustos, rótulos y efigies: es importante mantener el valor simbólico de las artes para que las artes sigan siendo apreciadas. A la salida de la Casa Colón, en cambio, nos asalta un grupo escultórico que exalta los más rancios valores culturales patrios: varias figuras sostienen una imagen de la Virgen, en un escorzo, esforzado y entusiasta, que me recuerda al de los marinesestadounidenses levantando la bandera americana en Guadalcanal. El legado inglés de Huelva, actualizado por el masivo turismo británico de nuestros días, se continúa observando en los muchospubs taverns que jalonan nuestro recorrido, y culmina en el Barrio Reina Victoria, una ciudad jardín construida en los años 20 del siglo pasado por la Río Tinto Company para alojar a sus trabajadores y, así, tenerlos controlados: había que ofrecerles algún comodidad para quitarles las ganas de protestar y evitar que acabaran colectivizando los medios de producción. Lo mismo sigue pasando hoy: el precario bienestar de que disfrutamos nos ha hecho olvidar la necesidad de asaltar el Palacio de Invierno. Paseamos demoradamente, a pesar del calor, por las callecillas del Barrio. Reconocemos los rasgos del urbanismo inglés, pero también los estilos andaluz, neomudéjar y colonial que convierten el conjunto en una bizarro pupurrí de cubiertas a dos aguas de teja plana y chimenea, y fachadas encaladas, con azulejos, ladrillos vistos y verjas también de ladrillo. Algunas casas se mantienen sobrias y septentrionales; otras lucen tiestos con flores en las fachadas; las menos despliegan toda la cutrez posible en los patios o jardines: sacos terreros, parapetos de plástico verde, infames sucedáneos de brezo, huesos secos de jamón. Ah, la capacidad hispana para ensuciar, o el arraigado mal gusto de nuestros compatriotas, cuánto daño han hecho siempre. Pensando ya en comer, volvemos al centro por la ominosa Cuesta de las Tres Caídas, que da a la entrada del parque Alonso Sánchez, en la que un considerado grafitero ha pintado un gigantesco falo eyaculando. Como para compensar, leemos en los bordillos mensajes edificantes, no sabemos si obra del ayuntamiento: "A mal tiempo, buenas tapas" o "Amojámate en el Atlántico". Desde las alturas del parque, acompañados por su pene jubiloso, admiramos el paisaje de Huelva, hecho de una amalgama de casas blancas y bajas y edificios, aquí y allá, de muchas plantas, por lo general feos. Nos dirigimos al restaurante El Comercial, del que tenemos buenas referencias. Pasamos por delante de la casa natal de Rogelio Buendía, aquel ultraísta que ha pasado a la historia de la literatura por haber escrito una de las pocas obras valiosas del ultraísmo, La rueda de color, y, sobre todo, por haber sido el primer traductor de Pessoa al español. A no mucha distancia, vemos también una frutería que ha colgado un cartel que dice: "Cierre la puerta antes de salir", lo que me suena muy ultraísta. Cerca de El Comercial está la hermosa iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, otro templo dañado por el terremoto de Lisboa, pero también por seísmos posteriores y por la Guerra Civil, quizá el mayor de todos. Una placa, precisamente, recuerda el "sacrílego incendio perpetrado por la barbarie impía marxista del 20 de julio de 1936". La prosa, ahora crítica, es tan virulenta como entusiasta era la que cantaba la hermosura de las iglesias de los pueblos de Huelva en San Juan del Puerto: las placas informativas en Huelva no conocen el término medio. En cualquier caso, puedo entender, aunque nunca justificar, que la "barbarie impía marxista", es decir, grupos de peones o jornaleros explotados y desposeídos de todo desde siempre, expresaran su ira contra los símbolos principales de los espadones que se habían rebelado solo dos días antes contra el gobierno legítimo. El Comercial cumple las expectativas: rodeados por paneles que reproducen escenas de la Capilla Sixtina o El nacimiento de Venus, de Botticelli, mezclados con largos estantes en los que polícromas botellas de espirituosos se alinean con aire marcial, comemos bien, aunque tarden en servirnos. Estiramos la sobremesa, porque el calor, fuera, es disuasorio. Cuando nos atrevemos a salir, optamos por dirigirnos al muelle, donde confiamos en que las brisas del Odiel nos ayuden a sobrevivir. Y así es: paseamos por el Muelle Cargadero de Mineral de Río Tinto–así se llama un largo y curvo pier que se adentra en el río, y en el cual se abastecían antiguamente los barcos del mineral que habían de transportar a Inglaterra– y gozamos de un viento fresco, que riza las aguas verdes –de un verde militar– del Odiel, grande aquí como un mar, mientras la vista se pierde en los juncales y cañizares de la orilla opuesta. En el muelle se disponen los pescadores, que, una vez tirada la caña, se apoyan en los pretiles metálicos, con la vista perdida en las ondulaciones del río o las lejanías azules del cielo, o se sientan en sillitas de playa, y fuman. Pescar siempre me ha parecido una actividad melancólica, no apta para hiperactivos. Cuando dejamos el muelle, aunque estamos cansados, decidimos visitar Punta Umbría: no queremos pasar por Huelva sin conocer alguna de sus playas más famosas. "No tengáis miedo: abrid las puertas a Cristo", leo escrito en la fachada de una iglesia que nos pilla de camino al coche. Es una frase de Juan Pablo II. Ay, a mí el que me daba miedo era Juan Pablo II, a quien Dios tenga en su gloria.

Eduardo Moga. Corónicas de Espania

En: https://eduardomoga1.blogspot.com.es/2017/08/voces-del-extremo-i-en-huelva.html

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