Me exige la ciudad un poema urgente.
Me enseñó a vivir,
a cabalgar erguido sobre el magma
transparente de sus cabellos, y a hacerme invisible
bajo la densa luz
de sus farolas:
era urgente la deuda contraída.
Para María Guiomar
Ella ordena los juguetes
como
un dios que domina
el
universo.
Los
amontona en grupos
de
enanos con gigantes
en
los que nunca falta
una
princesa.
La
hilera de muñecas,
la
fila de muñecos
cada
uno con sus dones
plenos
de diferencias
en
el mundo infantil
de
los iguales.
CIUDAD
JUAREZ. -JUARITOS-
Gracias a Judith Torreo
Sentado en la cocina de la casa,
agotado ya el día,
leo el blog de Judith.
Es en la larga noche
y mi alma se estremece,
se duele, se desgarra .
Afuera cae la lluvia,
un aire de violín
resuena por las piezas.
No se escuchan disparos
en la ciudad tranquila.
Leo el Blog de Judith.
En la cocina de la casa
centellean los rostros de las niñas.
Pequeñas rosas verdes de la angustia
despojadas por esbirros de la infamia.
Ciudad Juarez
-Juaritos-
corazón doliente
del mundo en que habitamos.
Lugar en el que viven libres
sólo las almas que se evaden
de las fosas clandestinas.
La mañana alumbra
calles sucias de sangre
vertida entre torturas.
Flanqueadas por las muertas
de las pasadas horas.
Los ojos de las niñas y los niños
cegados por el sol y tanta muerte,
discurren con sus juegos necesarios
e iluminan la vida cada tarde.
CUANTO
DARÍA POR UN VERSO ALEGRE
Aquella
noche la televisión advirtió
que
no viéramos las imágenes.
Las niñas colgaban de una
hermosa acacia
como bolas de navidad teñidas
de sangre.
Intocables de la India, de la India inmensa,
de la India de colores de
miasmas y azafrán.
En la India de intocables
que tocaron
y dejaron en las sogas,
rotas y violadas, en aquel
hermoso árbol de colores
tristes,
desde aquel atardecer.
Desde
aquel terrible atardecer
de la India inmensa, de las niñas que tendían
de
aquel
árbol, como la ropa más íntima que cuelgas
desde
un dolor lejano.
Las niñas colgaban de una hermosa
acacia
como bolas de navidad teñidas de sangre.
POR LA FUERZA NADA MÁS
A los desahuciados, viudas, pensionistas y
parados.
Y a los que no les llega para el pan ni
trabajando.
Despertó la ciudad.
El tiempo acecha sobre
los tejados,
somete transeúntes
y esperanzas gastadas.
En esta hora
la calle se
revuelve,
espera aquellas gentes
que van a la llamada
para saber del otro y
defenderse.
El cielo se ha poblado
de gaviotas.
Sus lacayos controlan compañeros,
sellan zonas de marchas,
el miedo se establece
y están duras las
calles.
Un poeta
declama algún poema.
Un orador
pregona la primavera naciente
y los nuevos hermanos
proletarios
atraviesan el aire con sus gritos.
Despertó la ciudad.
En esta hora,
la calle se revuelve,
los hombres y mujeres,
puño en alto, cubren las aceras
sin dar un paso atrás.
Caminan sin retorno
hacia el pan o la muerte.
EL EMBARGO
Señol jues, pasi usté
más alanti
y que entrin tos esos,
no le dé a usté ansia
no le dé a usté mieo…
Gabriel y Galán
Nos estamos quedando
sin café
y con la poca leche que
aún tenemos
hay tan sólo
para desayunar
este día.
Queda alcohol
para encender un rato
el hornillo,
calentaremos agua
de la fuente,
de ese parque
donde juegan los niños.
Tengo frío
-la estufa está apagada,
cortaron la corriente-.
El vaho de nuestro
aliento,
breve niebla
que separa los besos,
disipa algún rubor en tu
mirada.
Me gusta ver tus ojos
con la luz de la vela.
-relumbran diferentes,
se acentúa
el dulzor amarillo de la
llama-.
No dormiremos más
en este dormitorio
ya vacío,
tampoco en esta casa.
Se quedarán en ella
los abrazos, los llantos
y las risas.
No volveremos más.
Nos lanzarán mañana
a la calle y al miedo,
al espanto y al horror.
Javier Arnaíz. La voluntad quebrada. Ed. Amargord, 2016
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