Hace casi veinticinco años fui a Punta del Moral, con
mi mehari verde y el bóxer Rokydor con sus orejas al viento, para cerrar la
edición de mi primer libro de poemas en la editorial Crecida que, aquella tarde,tenía
por sede el salón de la casa de Antonio Miravent, una casa hermosa y fresca que
estaba en un calle de arena de playa, y que a mí me pareció el mágico lugar
ideal para que mi libro se hiciera realidad. Me esperaban también Mada Alderete
y Diego Mesa. Nos hicimos una foto de recuerdo, aún la conservo. Éramos tan
jóvenes, hay tanta ilusión en esos rostros de hace veinticinco años... pero falta
en la foto Eladio Orta, en aquella época era aún más cangrejo violinista que
ahora, gozaba del respeto y admiración de sus iguales y eso le proporcionaba
ciertos privilegios, entre ellos, el de desembarazarse del engorroso trámite y
papeleo que suponía la edición de un libro de poemas. Él ya había leído el
manuscrito, le había gustado, o como dirá dos años después en su libro Encuentro en H, había olfateado al perro
de Antonio Orihuela, había dado su visto bueno, y ahí terminaba su tarea,
porque Eladio siempre fue poco amigo de las recepciones del embajador, del muac
muac y de todo lo que de protocolario y artificial hay en las relaciones
humanas.
Así que, Eladio, aquella tarde luminosa de finales de
verano, siguió con su siesta en la casa de las retamas un par de años más, sin
que yo lo llegara a conocer; continuó haciéndole versos a su azadón, a su
bicicleta libertaria y psicodélica, conjurando a las entidades perturbadoras
que ya se avizoraban en el horizonte especulativo de la costa de Canela, y en
fin, que siguió a la suyo, rompiendo versos, escribiendo mal, a conciencia,
porque bien ya lo hacían otros y no había pasado nada, mucho menos en la poesía
que se promocionaba a principios de los noventa, concebida ella misma para que
no pasara nada, y comenzando también a buscar respuestas, salidas, adhesiones, resistencias
con que frenar la destrucción urbanística de lo que había sido, hasta entonces,
su paraíso.
El recuerdo más antiguo que tengo de Eladio es en una
especie de albergue para ejercicios espirituales y contactos poltergeits en
Fuenteheridos, en un encuentro provincial de escritores que Uberto le había
arrancado a la diputación de Huelva. Más bien es un recuerdo suyo que mío, pero
sí, tal vez fuera yo quien ante la bronca salvaje de los que entendían que
aquella noche había que quemar el recinto, les dije, cuando estaban a punto de
derribar la puerta de la habitación de Eladio, aquello de “dejen dormir al
chavalito…”, aunque el chavalito de santo no tenía nada, y a esas horas, el
crucifijo de la habitación ya dormía en el contenedor verde que había a las
afueras de aquella residencia sacada de Cuarto Milenio.
¿Pero quién era, a aquellas alturas de 1994, Eladio
Orta? En primer lugar, un poeta que lejos de levantar admiraciones tenía
acojonados a todos los intelectuales orgánicos de la provincia con su verso
suelto, soez y libertario… También un luchador empeñado en vivir de pie, un
ecologista de bicicleta, burro y cabra, más cerca de la patera del tío Enrique
Rutina que de los viajes a la luna, un tipo extraño al que le había tocado la
lotería y, lejos de ir a cobrar, se había interpuesto entre el desarrollismo
especulativo y sus excavadoras al punto de joderles la operación de encementado
total de Isla Canela y terminar en un calabozo de Lepe con el delegado del
gobierno al otro lado del aparato telefónico, policial y ladrillero.
Fueron aquellos los años más duros, los que forjaron
el mito del poeta resistente, empecinado y procesado, como diría Uberto
Stabile, disidente, tierno, corrosivo, incorrecto y fraterno. No era para menos,
Eladio quería preservar el mundo mágico que lo había engendrado del imaginario
capitalista de los clubs náuticos, los campos de golf y los apartamentos en
primera línea de playa que están degollando nuestras costas en nombre de la
producción positiva.
Unidos por la poesía, por los afectos, por la
solidaridad entretejida de verdadera hermandad, por las esporádicas visitas de
Eladio a Extremadura, a las voces extremadas de aquí y de allá, se nos han
pasado veinticinco años como si nos hubiéramos acabado de levantar de la
siesta. La crisis económica le dio un respiro a la isla y una bombona de
oxigeno a Eladio. En esas anda, aunque sabe que tiene que dormir con un ojo
abierto, porque con los lobizomes olisqueadores de humedales, dunas y
billetitos nunca se sabe.
Eladio va a cumplir sesenta años… me da escalofríos
pensarlo, esto ha ido demasiado deprisa, hermano, aunque tal vez era el precio
que había que pagar para ir dejando por el camino a Lenin en calzoncillos y a
Mao en barrilete, para huir de los santones de las letras y de políticos de
escaparate, y para comprobar cómo, a pesar de nuestras luchas, las palabra paz,
la palabra austeridad, la palabra decrecimiento, siguen sabiendo a pastilla de
jabón, y hoy tenemos una sociedad de consumidores ávidos y despolitizados que
defienden su derecho al papel higiénico de diamantes, a la gasolina abundante y
barata, al chuletón de Ávila, a los árboles degollados por navidad y a que
mantengan lejos a la chusma que nos amenaza con pedir un trozo del pastel desde
el otro lado del Estrecho.
Ahora solo faltaría, para rematar el desastre, que
aquel poema, tan lúcido como cachondo que le escribió Daniel Macías se hiciera
realidad, y los políticos de izquierda lo buscaran para hacerse fotos con él y
le ofrecieran sus suelos de mármol cateto para presentar sus libros o, que un día lejano, los promotores
inmobiliarios conviertan su rancho retamero en un centro de interpretación
antropológica de antiguos estilos de vida costeros y Eladio Orta sea entonces
un libro de tapa dura, un centro de salud, una barriada y una estatua en la que
se caguen los pájaros. Pero como el horizonte apocalíptico queda lejos, querido
Eladio, sigamos rebuznando, porque un día despertaremos de este sueño en otro
sueño, y de lo que iba este era de estar juntos, tomar conciencia de que todos
respiramos por una misma nariz, de que todo lo que le hagamos a la tierra nos
lo hacemos a nosotros mismos y que, por todo eso, sin doblar las rodillas ante
el capitalismo, qué suerte hemos tenido los que hemos compartido viaje contigo,
pues tu vida sigue siendo la vida que muchos, si hubiéramos sido un poco menos
cobardes, hubiéramos querido, y que al vivirla tú, nos ha parecido también a
nosotros que la vivíamos contigo, así que no cejes en seguir zarandeándonos
para ese despertar, hecho de vida sencilla y suficiente, la misma que canta el
mirlo en el retamar.
Antonio Orihuela. En: El poeta que detestaba los cumpleaños. Ed. Wanceulen, 2017
Fotografía de Juan Sánchez Amorós.
... Si hubiéramos sido un poco menos cobardes...
ResponderEliminarHecho de vida sencilla y suficiente
como el mirlo que canta en el retamar.
¡Bordado!
Gracias Rafa, hermoso también tu texto!!!
ResponderEliminarEstupendo Antonio, sigamos rebuznando y respirando por la misma nariz. Esa narizota nuestra que crece hacia adentro, hacia el corazón. Eladio estará contento, seguro. Salud y risas!!
ResponderEliminarGracias Luis, todos a la república anarcopoética animalista de Rute!! A aprender del hermano asno y el hermano mirlo!! Abrazos!!
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMaravilloso. Felicidades a Eladio. Yo me felicito por conoceros. Abrazos.
ResponderEliminarFelicidad mutua querida Ana muchas gracias por el día de Cudillero
EliminarPunta del Moral es ahora un horroroso horror.
ResponderEliminarAsí es Fernando pero al horroroso horror se le puede combatir o se le puede ayudar comprando ladrillos
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