Yo soy mi memoria, viene a decirme el tiempo;
y la vida es un barco donde los monos husmean
si va quedando cerca la costa de la muerte.
Echo el ancla al olvido como una sondaleza
que lanzo hacia los años que llaman de la infancia,
algún lugar al sur con olor a jazmines.
Los trenes de la noche, los cines de verano,
el incienso aventaba templos y conciencias,
sobre un mar de bares y de motocarros.
El amor vino luego, como una niña menuda.
La quise largamente y aunque no la recuerdo
aquel primer beso no se repitió nunca.
Una foto antigua me trae la marea:
son mis padres, pienso, e incluso yo mismo.
Mas no me reconozco mirándome al espejo.
La juventud parecía que no pensaba en irse.
Se tendió en mi cama exhausta de emociones.
Cuando tuve un hijo, le miré como a un testigo.
Más temprano que tarde, andaba yo seguro,
sacaría del océano su propia remembranza
y quizás me viera entonces como yo me veo:
Un viejo loco que viene de otro siglo,
con demasiado entusiasmo por los efectos del ron
y muy exigua esperanza en el género humano.
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