No pilla de camino esta
hija sin importancia.
Esta hija
pilla a desmano.
Papá no quiere desviarse
de la vía a lo que de verdad importa:
la familia
a la que no pertenezco.
Es curioso:
A nadie
la manera en la que callo
no parece extraña.
le parece importante que
te guarde
en mi discurso:
no existes
en las fotos de familia
no apareces.
Se cuela la imagen de una infancia lejana
de una vida
muy lejana.
De un tiempo en el que no me reconozco.
Soy más joven ahora que hace veinte años.
Soy mayor que tú hace treinta años.
Papá bebé. Papá niño.
Te robé la juventud y te la has cobrado así:
apenas me diste un poco de tu tiempo durante la
mía.
No sabes
lo que han sido para mí los veinte años.
No has vivido mis veinte años.
Cómo habría de interesarte a mis treinta.
Papá niño.
Papá bebé.
Qué poca gracia tienen
los niños cuando se hacen mayores y siguen comportándose como críos.
Qué poca gracia tienes,
papá niño.
Papá niño no entiende.
Papá niño no comprende
las palabras de los mayores.
Papá niño no entiende
como yo entiendo el significado de algunas palabras que apenas aparecen en los
diarios deportivos o en las comidas familiares:
papá niño no habla de distancia y desapego,
no habla de abandono, apenas habla.
Papá niño no entiende lo que es perder a un padre por el camino
o que el padre te deje fuera de la hoja de ruta.
No entiende, papá niño
qué es el rechazo. No lo acepta para sí. No lo
reconoce.
Pero yo sí lo conozco,
papá. Yo sí he regresado sola a casa
muchas veces. Yo sí
he regresado a casas sin nadie dentro que me
esperara
sin nadie dentro,
sin nadie esperándome.
Yo sí he regresado al
camino que marca la sangre,
pero al final siempre han vuelto las mismas
palabras que se le dicen
a un bebé en tono quejumbroso,
infantil, impostado.
Y mientras las palabras
se repetían y perdían su significado, se desdibujaba el camino que me llevaba a
ti: se borraban las líneas de la carretera, las señales; y volvía a crecer la
hierba en la tierra que alguna vez pisé para acercarme a ti y se hizo camino.
Pero qué lejos queda todo, por dios. Qué lejos.
Quién podría entender que
yo tampoco me reconozca en otra vida, que yo tampoco reconozca a mi padre como
un padre. Apenas un pariente lejano que una vez vivió cerca y aparece en las
fotos de mi infancia.
Quién podría entender
esto, papá niño.
Te arrebaté la juventud y
decidiste no darme un minuto de tu tiempo durante la mía. Te arrebaté la
juventud y decidiste.
Envejecemos, papá, en
carreteras contrarias. Absolutos
desconocidos
***
Si pudiera hablar esta noche
si pudiera
escribir esta noche
escribiría sobre una vida que se me ha terminado
sin apenas darme cuenta.
Hablaría del lugar en el que estoy
del lugar del que me fui
y en el
que no se me recuerda.
Hablaría
de lo poco que se espera de mí
y de lo que debería estar haciendo.
Tal vez:
no escribir
tener un hijo
limpiar la casa
y mantenerla siempre así
ordenada,
como yo,
que
también debería estar en orden
con el
pelo recogido
o bien
dispuesto sobre la cabeza
bien dispuesta
la cabeza.
Y debería comprar ropa nueva
ropa de
mujer de treinta años
ropa seria
ropa
elegante ropa de señora.
Hacerme respetar y respetar la edad en la que
vivo.
Si pudiera escribir esta noche, escribiría
sobre un lugar donde escribir
sobre un lugar donde quedarme.
Si pudiera escribir esta noche,
escribiría
todas las noches, escribiría.
El patio del colegio no
termina en la parte de atrás:
recuerdo la entrada
principal ajardinada como un paraíso prohibido.
En mi sueño,
un niño mata caracoles en
el patio de recreo.
Los lanza en llamas
contra
los profesores y los
demás niños.
Todos aplauden.
Todos se los comen.
La textura es blanda y
pegajosa.
No recuerdo haberme
metido ninguno en la boca,
pero siento la textura en mis encías y entre mis dientes.
Me despego el cadáver.
Con asco, con una infinita tristeza.
Recuerdo también el juego
cruel de una niña de mi infancia,
y no es un sueño:
lo recuerdo.
Y recuerdo la manera de
contármelo, con tanta alegría y tanta crueldad.
Cogía una lagartija con
sus manos pequeñas
y acercaba un mechero encendido a su cabeza.
Solo para verla arder.
Lo recuerdo,
con tanto asco. Con una
infinita tristeza.
En mi sueño,
recojo los caracoles en
una bolsa,
recojo muchísimas
lagartijas en otra, y corro
y me escondo del resto de
los niños en la entrada principal:
paraíso salvaje,
prohibido.
Busco la sombra para los
caracoles.
Busco el sol para las lagartijas.
Pero cuando busco la
sombra, el suelo está lleno de tierra y espinas.
Cuando busco el sol, la
luz se desvanece.
Veo una lagartija muerta
en la bolsa.
Me invade una tristeza infinita.
No soy capaz de salvar a
todos.
No soy capaz de salvar a todos.
No soy capaz de
esconderme.
Me precipito a una
decisión arriesgada y los libero a la vez.
La imagen me fascina:
una multitud de
lagartijas corre.
Una multitud multiplicada
en tamaño y número,
como una manada
prehistórica, corren
a ras del suelo, enormes,
por todo el patio del
colegio.
Los caracoles también se
deslizan rápido,
pero tan pequeños,
tan frágiles.
Y no sé qué siento
entonces.
Pero sé qué siento ahora.
Sé qué sentí cuando era
niña.
Siento miedo:
a la crueldad de los niños. A la crueldad que se esconde en la inocencia.
Tengo miedo. A no poder salvarte de la crueldad del patio del colegio. A no
poder salvarte. Tengo miedo. A no poder ser madre con este temor, a no poder
enfrentar tu sensibilidad y tu curiosidad, a no poder enseñarte a no ser cruel,
a no poder enseñarte a ser bueno. Tengo miedo.
Adriana Bañares. Recaya. Ed. Páramo. 2019
Adriana Bañares Camacho (Logroño, 1988).
Estudió Filosofía en las
universidades de Valladolid y Bayreuth (Alemania), formó parte del colectivo
literario COLMO, organizador del Festival de la Palabra Versátil.es, dirige y
edita con Patricia Maestro la publicación independiente La Fanzine, y es fundadora y directora de la editorial Aloha.
Condujo un programa sobre literatura underground y publicaciones alternativas, Fosfatina, en la radio online CCK, y
administró la antología virtual de cultura erótica Erosionados, que se creó de manera paralela a la antología de
poesía del mismo nombre que coordinó para la editorial Origami en 2013.
Es autora del libro-blog La niña de las naranjas (Ediciones
Emilianenses, 2010; X Beca de Jóvenes Artistas “Con Proyección”), y de los
poemarios La involución cítrica
(Origami, 2011), Engaño progresivo
(Fundación Jorge Guillén, 2012), Ánima
esquiva (Origami, 2013; Excodra, 2014), Ave
que no vuela muere (Oblicuas, 2015), la plaquette A la memoria de los peces, con Ediciones Deliciosas en 2015, y Recaya
(Páramo, 2019).
También ha participado en varias
antologías, como Viscerales
(Ediciones del Viento, 2011), Strigoi
(Ediciones del 4 de Agosto, 2012), y El
descrédito. Viajes narrativos en torno a Louis Ferdinand Céline
(Lupercalia, 2013).
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