documentos de pensamiento radical

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jueves, 11 de julio de 2019

7 poemas de OBSOLESCENCIA PROGRAMADA de VÍCTOR PEÑA DACOSTA





Alzado de la rutina

Tiene siete notificaciones nuevas.
Madres solteras, padres ausentes
y niños con llave. Altazor
es una línea de bajo coste.

Ariadna ha publicado un nuevo hilo en Twitter.

El desafío soberanista,
la reforma constitucional,
tribulaciones de la clase media.
Pequeñas mentiras en el Big Data.

Meninas haciéndose un selfie
en los baños del instituto.
El amor es un estado de Facebook.

El deseo viaja por webcam.
A veces la conexión falla.

Banco de recuerdos virtuales.
La amistad es un algoritmo.

Cambios en la política de privacidad.





Windows

Abro y cierro la vida en las ventanas.






Autorretrato

Tengo 1400 seguidores
en Instagram, 1214
en Twitter, 3813
amigos en Facebook y nadie
que me acompañe esta madrugada
a lanzar ebrio por las calles
absurdas proclamas trasnochadas
o a gritar que todavía te quiero.





Himno generacional

Se nos rompían enseguida los chándals
y nuestros padres, que no reparaban
en gastos, compraban ordenadores
carísimos que quedaban obsoletos
en dos años. Poco sacrificio
en esos años de burbuja inmobiliaria.

Todas las fiestas eran de disfraces.

Cambiábamos de todo a la mínima.

Muchos cambiamos incluso de equipo
de fútbol, de ciudad, de trabajo
o de bebida preferida. Seguimos
adelante sin mirarnos y acabamos
buscando la sombra en cubículos para fieras.

Acabamos pasándonos al diésel,
al pádel y a las drogas de diseño.

Encontramos vuelos baratos
y ofertas de telefonía móvil.
Abandonamos las llamadas para siempre
y compramos el último CD.

Nosotros inventamos las series de culto.

Nos fuimos a vivir al extrarradio
olvidando que hace falta un refugio
mejor para escapar de uno mismo.

Nos llevamos siglos de ventaja.





Posverdad
Toda la información estará en Internet y sólo cabrán dos posturas: los escépticos, que no creerán en nada, y los fanáticos, que elegirán una opción y la convertirán en la verdad.
Alvin Toffler
Todos los años mueren treinta hombres
asesinados por sus mujeres.
Pero eso no se cuenta, claro.
Porque no interesa.

Miles de judíos no fueron
a trabajar el 11-S.

Las farmacéuticas frenan
la distribución de curas y vacunas
para enfermedades varias.

El descubridor del TDAH
confesó en su lecho de muerte
que, en realidad, esa enfermedad
no existía.

Algún día se sabrá quién estuvo
detrás de los atentados de Atocha
y la verdad no va a gustar a nadie.

Las vacunas pueden provocar autismo.

La familia Clinton participa
en rituales satánicos que incluyen
sacrificios humanos y pederastia.

El caso Alcásser fue solo la punta
del iceberg de una trama de sadismo
dirigida por altas esferas políticas.

Todo esto es falso salvo alguna cosa.





La felicidad paradójica

Sherezade trabaja en un locutorio
mientras encuentra algo de lo suyo.

Cree en el feminismo y le gusta
que la dominen en la cama.

Lee sobre todo biografías
y catálogos de decoración.
Escribe poemas que luego rompe.

En ocasiones,
queda con alguno por Tinder,
ve telebasura o se masturba
meticulosamente.

Una vez se enamoró de un chico
hasta que descubrió que era igual
de gilipollas que el resto.
Ahora su estado sentimental
“es complicado”.

A veces piensa en hacerse lesbiana
solo por ver la cara de su padre.

Pero termina por abrirse un vino
y mirar fotos de gatitos.

No recuerda cuándo fue la última
vez que tuvo una conversación
privada por teléfono, pero
cuando va sola por la calle
lleva siempre los cascos puestos.

En varios tests de internet le ha salido
que es moderadamente feliz.

Tampoco le pide más a la vida.





Ni al odio ni a la enseñanza

Llegó a donde no se regresa
y volvió porque no tenían piscina
comunitaria. Ganó la guerra psicológica
y arrastró los trienios que le deben
a vivir a un extrarradio alienante,
con su novia y un montón de libros.

Pronto se casaron y divorciaron.

No se dedicó al odio ni a la enseñanza
más allá de lo debido. Castigó
su hígado y sus neuronas,
disfrutó su trabajo con mesura.

Conoció y olvidó buenas personas
y otras que no lo fueron tanto.
Probablemente se quedó más de lo debido.

Ahora pasea por el barrio, es quien espía
los carros de la compra, vive solo,
como debiera hacerlo un fantasma
con smart TV y fibra óptica.

Los antiguos alumnos fingen cariño
al saludarle. A veces les aburre
con viejas anécdotas de discreta
fiablidad. No sabe qué hace
aquí ni por qué hay un plato
que gira dentro del microondas.


Víctor Peña Dacosta. Obsolescencia programada. Aerea, 2019

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