El
padre
Tengo
una foto con el padre.
Está
borroso y con ceniza
como
una antorcha que se extingue.
Lleva
gafas de sol y traje oscuro.
No
le conozco los ojos al padre,
ni
la espalda ni el puerto natural
donde
anclan las caídas de los niños.
Pero
me abraza y finge ser un padre.
Es
domingo en la foto. Venía de visita
con
las hermanas, internas tristes
de
un colegio de huérfanos.
Me
envidiaban la risa, los juguetes,
el
globo azul colgado en la ventana.
Y
mi estuche de lápices sin punta.
El
padre se sentaba en el salón
a
discutir con mi padre adoptivo
la
casa en construcción de mi futuro,
mi
vida en obras, mis papeles.
El
hombre se bajaba del andamio,
le
faltaban ladrillos, la mezcla se espesaba.
Volcaba
sus disculpas como piedras.
Su
silencio era simple material de derribo.
Dejé
de verlo a los siete años.
Lo
esperaba una tarde con el vestido nuevo
manchado
de canela y tinte azul,
pero
se hizo de noche y ya no vino.
Lo
recuerdo entre el polvo de la calle,
con
la mirada fósil
de
lo que ya no se recuerda.
No
sé si vive todavía,
pero hace mucho tiempo que está muerto.
Revolución
Compañera,
sábana tendida al sol:
El porvenir será refugiarme en
tus labios.
El porvenir es perder la
memoria.
Con feroces pancartas creímos en
la industria,
las consignas a gritos, subidas
salariales
que llevaban carcoma y
concesiones
al acero de nuestros sindicatos.
Hicimos muchos planes,
profecías,
estudios de dialéctica
sobre aquella república
marxista,
promesas de un elástico futuro
de reparto, cultura y amor
libre.
Todos iguales en derechos,
para todos caviar y frutas
tropicales.
Pero ahora las calles son
nostalgia,
cementerios de smoking y sexo
telefónico,
látigos y silicios de diseño
en bellas pasarelas parisinas.
Y un comercio de putas
caribeñas.
Me acuerdo de otras calles.
Lisboa, terra da fraternidade.
En la boca de los fusiles
la gente plantaba claveles.
El día 3 de noviembre de 1992, Bill Clinton llega
al poder en EEUU, metrópoli de su imperio.
Un mar en remolino
Para la niña Julia
Alberca Monzón
Nunca
te entregues ni te apartes
junto
al camino nunca digas
no
puedo más y aquí me quedo.
José Agustín Goytisolo. Palabras para Julia
Surges con la niñez intacta todavía:
la risa más perenne cada tarde,
en las manos algún trozo de bosque
y un montón de preguntas sobre el mundo reciente.
Tú no lo sabes, Julia, pero el mundo
tiene un sabio asignado a cada niño,
un sabio que se enferma y tose en ti.
Le gusta destaparse en sueños
para que tú lo cubras
o vigiles su fiebre y el calibre del frío.
Maestro con temor de esclavo
que, a punto de ser libre, se intuye solo y frágil
y busca un amo para siempre.
He visto que crecían tus ojos en tres años
como dos faros fijos en la costa,
dos señales simétricas de esperanza y refugio
dando entrada a las naves extranjeras.
En ellos resucito y leo como en libro cifrado
en clave de futuro misterioso.
Adivino una historia, el alimento
que das a un caracol,
los amores de paso que vendrán
a enseñarte distancias, besos, dudas, andenes
donde decir adiós. Y noches en las que no decir.
Pero no quiero hablar de cosas venideras,
pues se han roto las bolas de cristal
y ya no, no hay profetas ni verdades
que resistan enteras la explosión
de un misil enemigo en su tejado.
Te escribo porque pienso en las cosas que ignoras.
Y siempre que apareces frente a mí
me acuerdo de la forma en que crecemos
y dejamos la infancia abandonada
en baúles sin llave, con todos los vestidos
que no supieron ajustarse
al crecimiento, a las edades,
al destino del cuerpo.
Yo sé que tú no sabes, niña,
que alguna vez la vida es un tiovivo
con los caballos muertos a pedradas,
que nos suben a dar vueltas y vueltas
de frenético espanto y resistencia.
Los humanos entonces, desde islotes
cercados por un mar en remolino,
observamos que un mundo afuera gira
ajeno a nuestro giro.
No siempre se parecen los días a los días,
como una lata idéntica a otra lata
de pescado en conserva.
De pronto un viento malo y corrosivo
derrite los metales, y de las latas salen
los peores microbios para infectar lo fresco.
Y una misma palabra casi nunca es lo mismo.
Por ejemplo, conoces la palabra gusano:
gusanitos de seda o comestibles.
Pero a veces gusano se refiere
a un miembro de tu especie, a cualquier hombre
que practica el oficio canalla de no serlo.
Porque hay personas asombrosas
que se comen las frutas podridas y renacen.
Pero yo, cuando miro la belleza en tu rostro,
y noto que a cada centímetro
te haces dueña del tiempo y de sus trampas,
quisiera poseer la magia de los cuentos,
tener todas las fórmulas
para que tú nunca sufrieras,
para que encuentres al instante
un resquicio de huida si un puño te acorrala,
para que nadie te obligue a buscar
las piezas que no encajan en el puzle
que construyen tus manos impacientes,
con los ojos y algún trozo de bosque.
Si pudiera dejarte un manual de uso,
una guarida en medio de la nieve.
Si tal vez aprendiera a convertirme
en el vigía de los niños
como el guardián
entre el centeno.
Así que estoy pensando en algo grande:
dar un tiro de gracia a la injusticia.
Pero no acertaré, seguramente.
Verás que los adultos se repiten
incansables en cárceles y muerte,
en errores iguales y en luchas desiguales,
en amores sin causa y violencia entre hermanos.
Se desorientan en la incertidumbre
de los años sin norte, como en un laberinto,
los adultos, yo misma.
Hoy te escribo para mañana,
para que puedas perdonarnos
la inercia de ir muriendo sin darte explicaciones,
Por las respuestas torpes, por la herencia maltrecha.
Cuando el dolor te lance sus cuchillos
y sientas que un amigo te ha fallado;
cuando adviertas en sombra una alambrada
que tienes que saltar pues te persiguen,
acepta lo difícil como un guante
que te arroja la vida, un desafío.
Que jamás el cansancio te sorprenda sin fuerzas.
Nunca digas qué largo es el camino,
no puedo más
y aquí me quedo.
Frontera del
cielo
Me dicen que ya no ves el telediario, que no admites
el rostro nuevo de la política
y la cotidiana sucesión de asesinatos;
que confundes la tarde y la mañana, me dicen,
y que el tiempo es un niño travieso que te esconde
las horas en los desvanes altos de la casa.
Y a veces no recuerdas aquel cortejo de novias
que aguardaban en las verbenas
a que llegaras con tu uniforme de soldado republicano.
Pierdes la orientación y los residuos del frío
empañan tus manos;
ya no sales a pasear por as calles de Córdoba, al
acecho
del latido de las piedras,
y dialogas con el silencio
en el idioma mudo del olvido.
Me dicen, en fin, que vaya preparándome
para el final: desciendes despacio
por la escalera del sueño, dejando un rastro
de ataduras y de aquellos ramos secos de margaritas
que yo recogía en nuestras excursiones al campo.
¿Recuerdas, padre?: en la carreras, siempre te ganaba.
Pueblo
nómada
El que pasa por mi piel y no se queda.
El éxodo:
la evasión de divisas extranjeras que el hombre
guardaba en la caja fuerte de mis venas
durante las noches de deseo,
la humedad que depositan los amantes
antes de vestirse y abrir la puerta de la calle
para no volver nunca.
Cuando sería tan fácil que la ducha
se llevase los restos del traslado.
Isabel Pérez Montalbán. El frío proletario . Ed. Visor, 2019
Antonio, me podrías poner en contacto con ella para que participe en nuestro blog??? Soy Antonio Martín, claro: el pesado.
ResponderEliminarEs un placer leerte, tus poemas son trozos de la historia de tantas mujeres que dimos libertad a la ilusión, corrimos como gacelas delante de los grises que reían como hienas al vernos correr delante de ellos. felicidades poeta, un abrazo y con ganas de volver a verte.
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