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viernes, 23 de agosto de 2019

5 poemas de EL CIELO Y LA NADA de TONI QUERO





Primero tomaremos las plazas,
extendidos sobre adoquines y losetas,
media luna las armas de su frente,
brotarán constelaciones, extraños círculos de luz,
copos oscuros que morirán tras el parpadeo.
Tal vez sople un poco de viento,
se abra un claro de nubes púrpura
y las raíces y los insectos germinen entre nosotros.

Después lo tomaremos todo.
Avanzando por avenidas y veredas
ahogaremos el clamor de las sirenas.
Construiremos nuevas utopías,
cada corazón es una célula revolucionaria,
y no habrá más renuncia ni frontera
que las cercas de madreselva entre los pastos:
o repartimos la riqueza o compartimos el sufrimiento.

(Los indignados)



***


La joven que duerme junto a mí
tiene dos pequeñas punzadas,
una paz iconográfica bajo el cuello
y una luna creciente sobre su hombro.

Puedo afirmar que no esconde ninguna otra
y que al dormir jadea débilmente:
cuando un haz de luz llamea sobre la noche
no hay necesidad de avivarlo.

Ahora está desnuda, vosotros me entenderéis,
pero a menudo viste faldas vaporosas
y su pelo es una maraña de mirlos
aleteando antes de emprender el vuelo.

Y sé aún muchas otras cosas,
pero ésas no las puedo compartir,
no quiero que desaparezcan al nombrarlas,
ya es muy duro saber que algún día
sólo serán palabras.


(Tatuaje)


***


 He hundido mis manos en el barro del Moldava,
igual que el rabino arañó el légamo para moldear al Golem.

Caminar sobre el lecho era hundirse entre esponjas
y su fondo es oscuro como una noche cerrada.

Más tarde, la criatura perdió el juicio y le arrebató el talismán,
yo también malogré el mío y enloquecí después.

Despertó en soledad y descubrió no ser más que una bestia,
quién teme no serlo alguna vez al caer el día.

Ahora trato de construir algo con esta materia,
pero aún no sé cómo evitar que se desmorone.

(Praga)


***


Mi ciudad no es tan sólo un puñado de telares abandonados, ciegas esquinas y rodillas encarnadas tras un balón prestado.

Es una tarde de domingo, consignas emborronadas y un copo de metal y nieve por un puñado de plata.

Mi ciudad son las mujeres que contemplo desde mi adolescencia sabiendo que nunca serán mías.

Figuras anónimas que me afrontan al cruzar la vía, cuyo código es una mirada sostenida tambaleándose entre la pasión y el desprecio.

Fragmentos de vida que acuden desordenados, como autobuses urbanos enloquecidos, los mismos que delimitaban nuestro mundo.

Antiguos amores, tan lejanos, que soy incapaz de reconstruir sus cuerpos, aunque aquéllos ya no son los nuestros.

A todas ellas va dedicado este poema. El deseo es un caballo vencido por la doma.

Mi ciudad es una herida abierta en el costado, el último rescoldo de mi infancia y un pedazo de tierra que ya no puede contenerme.

(Mi ciudad)



***

Al atardecer contemplamos juntos el mar,
un barco de galeotes griegos,
una vieja galera que zarpa hacia las Cruzadas,
y enraizamos los pies en el agua
como si nos hubieran arrancado al nacer
y sólo ahora fuéramos completos.

Un diminuto cangrejo cruza azorado la toalla.
Ella se desprende coqueta del bikini.

Porque este mar un día nos tragará a nosotros
y ésta será también una ciudad sumergida
y vendrán otros, mucho tiempo después,
a contemplar una vez más la puesta
y a sumergir temblando, por un instante,
los cuerpos y el tiempo en la orilla.

(Ciudad sumergida)



Toni Quero. El cielo y la nada. Ed. Castalia, 2019



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