SER PALABRA
Lo que diga en
el papel
cambiará mi
vida para siempre.
Decir y
construir lo que se vive.
Soy estas
palabras
ordenadas en
poemas.
Una vida de
papel.
Una hoja que
respira.
EL DILUVIO
Cuatro años de
aguacero intenso
calando ánimo
y cimientos.
Se han
hinchado las maderas,
el moho invade
el paladar,
difuminado
queda el tiempo.
Lo que
construimos con esfuerzo
tesón, esmero
y alegría
se pudre en el
olvido del diluvio.
Los charcos de
tristezas y de escombros,
de hirvientes
y de efímeras burbujas,
ahogan su
porción de cielo herido.
Dibujan la
riada y la tormenta
un mundo a la
deriva y sin contornos.
Ayer llegó la
lluvia al dormitorio.
El barro y el
verdín al corazón.
EN QUÉ MOMENTO
Las cartas del Tarot sobre la mesa.
Sabes lo que me deparará el pasado.
Lee con calma lo perdido,
interpreta lo acabado.
Dime cuándo me morí.
Dime cuándo me olvidaron.
LA LECTURA DEL MUNDO
Aprendamos a leer en el silencio
el sendero irrepetible de la vida.
Los valles, los riachuelos, las cantinas,
los ojos de un amor irreparable,
el irnos por los sueños y perderlos,
el mar, la nieve, la nostalgia,
el humo de los cuerpos olvidados,
la fe en el más acá,
tus manos, la poesía,
el tú dentro del nuestro en el nosotros.
En los mapas de la muerte, abigarrados,
las palabras son confusas,
son tan gélidos los nexos,
tan sola la oración copulativa.
Aquí y ahora, nuestra vida
está llena de versos transparentes.
Me lees tras ellos sonriente.
Tras ellos te releo, iluminada.
TEMPUS FUGIT
Cuando
revienta la tarde
se esconde la
lluvia
en los cajones
de la memoria.
Pequeños
charcos en sus esquinas,
papelillos
derretidos,
oxidados
llaveros
con los que
sujetaba tu tiempo.
Todo se
escribe con agua:
la búsqueda,
tus ojos,
el malestar de
los relámpagos.
Tu ausencia
fluye en los cristales
deshechos del
invierno.
LO IRRECUPERABLE
Cuando se
ponga el sol
recordará la
piel que en los castaños
quedó el
tiempo dormido para siempre.
Éramos
jóvenes.
Éramos el
aroma de la vida.
LA FUNDACIÓN
La fundación de la ciudad
ya casi se ha olvidado.
Sólo algunos riscos temerarios,
algunas sirenas afónicas y viejas
de tanta canción y luna llena,
quizá la negra luz del mar,
recuerden el momento.
Barcos fondeados,
botes de
infelices
cargados de armas y penurias,
pisadas que se hundían
en la orilla cenagosa
de una madrugada perdida.
Rompían la oscuridad
débiles antorchas, oscuras
como la soledad de las cavernas,
de las grutas y los pasadizos
de la fortaleza de cartón,
a punto de venirse abajo.
Ladraban los perros a las sombras
llegadas de la playa,
intuyendo la negrura del exilio
derramada en la mirada.
Qué oscuridad la de los cielos,
qué lejanía, qué condena.
Ya nadie recuerda los orígenes,
el sufrimiento de la piedra,
los pasillos helados de nostalgias heladas,
los niños moribundos.
Quedan mariposas amarillas
en las viejas canciones del otoño,
epidemias de insomnio, diluvios universales,
historias de amor entre fantasmas,
extrañas luces en
alcobas,
sueños con colas de animales.
Hemos olvidado tantas cosas,
las palabras que fundaron las palabras,
los rostros del humo y la misericordia,
los gritos del amor y de la guerra.
El olvido es el futuro de la raza.
Vagar por los pantanos conocidos
con la luz de la ignorancia en las pupilas.
Entonces las murallas son hermosas,
la historia, tan sólo una materia;
las crónicas, papel amarillento
e inservible testigo de lo ignoto.
Hemos olvidado nuestro ayer,
las manos que surcaron los caminos,
las bocas que comieron de la tierra
lo poco que llegaba de los cielos.
Es esta la ciudad, tan bella hoy,
tan llena de colores, de perdones,
de banderas.
Los dioses bajan cada poco
a aprender de la mentira,
del sarcasmo, de la pose milenaria
del cobarde y
el ladrón,
y vuelven a sus nubes henchidos de esperanza
mientras el hombre compra tiempo
y vende tiempo,
compra al hombre y vende al hombre.
Son las sirenas viejas y borrachas,
casi mudas de cantarle a los galápagos,
las que saben cómo fue
la fundación
y ríen escamosas y arrugadas,
sabias y vencidas:
Tan larga la noche, tan corta la vida…
Engulle la niebla lo que la luz olvida.
ESTIRPE CONDENADA
Cuando dejaste
atadas
mis palabras
al castaño,
supe que no
tendríamos
otra
oportunidad sobre la tierra.
Todo cuanto
dije
se tornó en
delirio,
en un hilo de
sangre huracanado.
En el olvido.
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