Me atraen a
ti los girasoles
y el
trigo recogido.
Paseos
de la mano
a
veces discutidos
los
más tú y yo mirándonos los ojos.
Se
van secando los carrizales,
es
más fácil que veamos yerba,
colorea
el camino y
crece
en la carretera abandonada.
Crea
espacio a rosas silvestres,
el
espino albar que te saluda,
amapolas
y cardos.
Sabor
de manzanillas,
romeros
y lavandas,
almendros
entre encinas y nogales,
añosos
álamos
recorriendo
del río sus laderas.
A
veces nos recuerdo sonrientes
por
las hayas de rocas descansadas
con
el sol compañero de la fronda.
Erandio
Caminito de Erandio
carbón y pena madre…
Imanol Larzabal
La
fábrica respira.
El
ventanal insiste en ver la fábrica,
mirar
como respira y observar
el
pesado aroma de la ría.
Su
neblina retrata
una
especie de lienzo de van Gogh
en
que traza hornos de su rivera izquierda,
al
humito amarillo que vuela
calcinando
nylon
y
ropita colgada,
la
estela que abandona el gasolíno
y al
viejo marinero que pilota
su
travesía eterna:
“caminito
de Erandio”
hasta
el Alto Horno en Baracaldo.
Madrugadas
de invierno,
decenas
de paraguas goteantes
sostenidos
por brazos proletarios
bajo
aguadutxus o aguaceros
en
el cajón del bote
que
atraviesa la ría. Día a día.
DESDE URKIOLA
Un
grito de amnistía
florece
en la ladera rota
de
una montaña hecha gravilla.
El
valle ampara
sus
grandes crestas,
Alluitz,
Untzillaitz
leyendas
de otra era.
Mitos
inaccesibles
dominan
la vaguada.
Sobre
la niebla herida
caen
lágrimas de piedra,
inconsolable
Dama de Amboto
para
esta era.
En
la distancia Udalaitz,
recuerda
su futuro
inmóvil
contra el viento.
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