Llueve. Y la lluvia deletrea el epitafio de una raza antigua,
¿la oyes? ¿Me oyes caer?
«Oigo un oleaje de murmullos embestir sin tregua las ri-
beras espumosas de mi cuerpo.
Mi carne se estremece y adivino tu regreso a través
de una frase que se curva como yedra en mi deseo,
una frase que resbala por mi piel y me desnuda de mí
misma
y me vuelve cáliz de silencio».
Una serpiente asfixia el corazón y caigo dentro de ti, pero
nada me sostiene.
Y como esa llama que brota del agua subterránea al
canto azul de hierofantas,
una mujer sin ojos viene desde el fondo de mi sueño
con un cántaro al hombro
y lo rompe a mis pies y al recogerlo me entrega una
espiga de sol.
Me dice que el epitafio del poeta es su poesía.
«Hoy mi cuerpo hecho lluvia se diluye en la arena de tu
cuerpo,
y desclavas tus ojos del infinito que no hallaste dentro
de mis ojos.
Pero yo desperté una mañana de ojos limpios,
y seguí muerta. Muerta. ¿Me oyes?»:
«Soy lenguaje de astros y en ellos me pronuncio. Si
los digo,
mi voz me dice: ellos son mi vida y mi cuerpo su
escritura.
Al arrancarme de mí, a mí misma me devuelven.
Soy esa palabra donde se nombra la escritura
y al nombrarse contempla su silencio»:
Pero ni Tauro surca el equinoccio, ni Venus hoy
recoge narcisos en la casa del otoño.
«Abandonarse al buey celeste era llover en el templo
de la lluvia
y a mí me excitaba su blancura de signo vuelto
página, su espejo
mirado espejo al mirarse en la palabra que me
nombra. Su cruel
musculatura vibraba entre mis piernas,
ya trémulas de espuma,
y su jadeo pulsaba aun las cuerdas
rotas de la memoria»
Esta noche, sin embargo, poseída por la llama del
unicornio pitagórico,
la arena gira sedienta de mar
en los laberintos de un tiempo sin salida,
y el verbo se anuda en la página
como un exorcizado a punto del orgasmo:
¿La palabra del poeta es hoy un teorema del hastío?
¿Un espejo apenas en la curva del naufragio?
¿Hay astros que dictan frases blancas?
¿Hay escrituras que al morderse la cola
nos vuelven garabato, nos abisman
a una cifra de grietas en un muro?
¿La luz hace del cosmos un dédalo
de espejos y saberlo nos vuelve minotauros?
Pero, ¿qué lenguaje descifra la llamada de la arena,
esa disolución de dos cuerpos divididos por su
muro?
¿Somos frases paralelas en el libro del tiempo
y no hay nadie que nos lea?
¿O somos bisagras donde el muro
nos abre siempre al muro
y no a las conjunciones del deseo
ni a las palabras que revelan la palabra?
¿Seremos acaso un engranaje de otra maquinaria,
sin saberlo?
David Bobis. Frontera. Ed. Amargord, 2021
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