El mirlo con su mantra de silbidos
imparte una clase magistral.
Pero yo me distraigo.
Sólo la gata mirando al mirlo
responde al reto del trance.
Estoy en primero de mística.
Buda diría que aún los quiero demasiado.
Cristo,
que demasiado poco todavía.
***
I.
Me tumbo en la hamaca.
Puntual y fiel
me esperaba el cielo.
II.
Desde la hamaca
escucho mirlos,
gorriones, canarios
palomos, urracas
y mi respiración.
Hago
recuento de efectivos.
***
Cada nuevo poema es un recién nacido
al que hay que hacer lugar.
Darle un nombre, leche, calor, paciencia.
Ahí fuera hay caballos que tiritan
teleoperadores con sueño
marineros sin rostro.
Yo estoy en casa amamantando al poema.
Una vez más, madre primeriza.
Al poema le hablo de praderas
de tormentas en alta mar
de la luz de los fluorescentes.
Lo quiero un poema de bien.
Que sepa que su abrazo
no abarca el mundo; pero no por ello
ha de negar lo que no ha visto.
Quizá un día un hombre triste
le pida que le hable de su madre.
Eso sabrá hacerlo.
Mientras ese hombre llega
siempre puede alabar
las ondas sobre la piel del caballo
la blancura de las manos sobre los teclados
un reflejo en los ojos del pez
recién subido a bordo.
Ana Pérez Cañamares. Economía de guerra. Ed. yalodijocasimiroparker. 2020
Fotografía de Juan Sanchez Amorós
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