Hasta aquí hemos llegado.
Estamos en la última frontera.
En el último confín.
El camino ha desaparecido.
Se ha diluido el horizonte.
No es que hayamos llegado al mar,
es que la tierra se ha acabado.
Estamos en el último estadio,
en la extrema orilla,
en el espacio limítrofe
con los aledaños de la nada.
No hay más puntos suspensivos
sobre los que seguir navegando.
El límite existe.
Y hemos llegado a él:
para siempre.
Porque el fin es eterno y,
por lo tanto, ilimitado.
Hay que dejarlo,
ya no hay por donde continuar.
Hasta aquí podíamos llegar,
ha llegado la hora.
Se alargó quizá
hasta donde se pudo,
más o menos.
Pero ya no va más.
Ya no da de sí.
Ya no.
Puede que la muerte
no sea el fin.
Pero esto sí lo es.
No podemos confirmar tampoco
que esto deje de ser la muerte.
La oscuridad y la página en blanco
encienden sus luces,
finalmente,
terminando,
en suma,
en definitiva
y en conclusión,
por fin,
al final
y por el final.
No habrá un nuevo amanecer.
Se había perdido el rumbo,
el fin.
Provocado, inducido, natural, asistido.
Rotundo, paulatino, inesperado, previsible.
El único amigo, el fin.
Que se funde con la inexistencia.
Que se mimetiza con la inoperancia.
Que se abraza a la desmemoria.
Que comulga con el olvido.
Que se parte de un golpe seco
y deja ser
al ser
que deja de ser
para convertirse en nada
y no ser nada.
De ese modo muta
y deja de mutar.
Así es el fin.
La etimología del concepto
no concibe seguir recordando.
Ni soñando.
No al futuro.
No más futuro.
No más recaídas.
No más nostalgia.
No más resentimiento.
No más vivir en el pasado.
Ni en el presente.
Ya no podremos hablar
de lo que existe,
sino del más allá,
que es nada,
es decir,
de nada.
Ya no queda nada.
Es demasiado tarde.
Con calma y serenidad,
el único motivo
para la desesperanza
es que
ya nada se espera.
Motivo también de descanso.
El eje de la cronología
cae
como una frecuencia cardiaca.
Ya no es necesario trajinar
ni almacenar para
por si acaso.
¿El apocalipsis era esto?
¿Qué importa el dibujo
cuando se sale de la hoja?
Ponemos fin
a la repetición industriosa
de las comas.
No a los puntos y aparte.
No al hasta mañana temprano.
Todo queda atrás.
Todo es anterior.
Nada permanece.
Todo es terminal, final, postrero.
Es el final.
Pero el final-final.
Un final sin medias tintas.
Un final sin retorno, dudas ni remordimientos.
Un final sin tonterías.
Un final serio.
Un final sin buenas formas
pero diplomático, al fin.
Un final sin recaídas.
Un final que no se arrepiente
ni deja a medias.
Un final sin hasta luego.
Un final sin ya nos veremos.
Un final con todas las letras.
No como causa, sino como fin.
Como desenlace y solución final,
aunque rotundo y sin redundancias.
Pero, en fin:
FIN.
Ya no más.
Hasta aquí.
Hasta aquí hemos llegado.
Paren las rotativas.
No me alargo más,
no me extiendo.
Que ya lo tengo decidido.
No prolonguemos ya más la despedida:
Adiós / Adiosmuybuenas / Agur / Hasta nunca / Hasta la no vista / A menos ver /
/ Ciao / Chaochao / Bye /
Saludo final.
Telón.
Aplausos.
Última voluntad,
ni si quiera epitafio,
ni si quiera esquela,
ni siquiera posdata,
hemos concluido.
Esta ha sido nuestra conclusión,
nuestro acabamiento,
nuestro desenlace,
el término, el remate, el final,
la finalización,
el confín de todo,
el punto más lejano,
lo opuesto al principio.
Este es el final,
el final con finalidad o no,
el objetivo que cumplir o no,
la meta por alcanzar o no,
el borde sobrepasado,
la orilla frente a tus pies,
el punto álgido sin retorno
y la geografía elemental
de extremo a extremo.
La punta de todo y punto.
Punto final
por el que se deja
de apuntar.
Acabemos de empezar por un principio
sin acabar de finalizar en su preámbulo.
Esto no es el final del principio,
es el principio del fin.
Esto es el final,
dejemos de empezar a morir.
Completemos un círculo
que ya no ruede.
.
Rematemos todo esto,
apurando, agotando, gastando, consumiendo
hasta la última gota
de una existencia que ya no.
Hemos sido completados.
Despachemos todo esto.
Se levanta la sesión.
Todo ha quedado zanjado.
Finiquitado.
Se ha consumado
lo que se ofrecía.
Todo ha prescrito.
La llama se ha extinguido.
Se ha consumido
y ya transcurrió su tiempo.
Muerta, muerta
y rematada queda la faena
en su fecha de caducidad.
Adiós, adiós, adiós.
Este es mi testamento.
Adiós, adiós, adiós.
Estas son mis últimas palabras,
perdidas para unos oídos que ya no existirán.
No te besé en mi llegada
y no lo haré en mi despedida.
Si esto fue corto o largo
lo dejamos a juicio del olvido.
No pienses ya más en mí, que ya no existo,
que a la ausencia no la anule ya el recuerdo.
Este final parece no tener final,
porque quizás no quieras verlo.
No nos digamos más.
No hay vuelta atrás.
No hay recaídas.
No hay sorpresa final.
¡Adiós para siempre!
¡adiós, adiós, adiós!
En el adiós, en principio,
no está la bienvenida.
Ocurrió hasta aquí.
Ya no se estará en ningún sitio,
partimos para no reencontrar,
para no remendar,
no más palabras
que no deben ser dichas.
Es la hora,
lo que importa es lo que pasó.
Pero no me des las gracias
para no tenerme presente.
El último adiós,
ahora sí,
ahora sí que sí,
voy a ir haciendo marcha,
no voy a alargarlo más.
Me voy a ir yendo.
Las peores despedidas son esas
que no se dijeron.
Me despido
para llevarme los recuerdos.
El cuentakilómetros, el cuentagotas, el reloj de arena,
todos se detienen ya.
La aguja del cronómetro se detiene en el cero.
El final tiene sentido
cuando todo se alarga más de la cuenta.
Fin.
Es el fin.
El fin,
el final,
al final.
El fin al fin.
El fin por fin.
El fin sin fin.
Hasta aquí hemos llegado,
tenemos que dejarlo,
hay que saber poner punto final
El silencio del origen contiene el estruendo final.
ResponderEliminarEl estruendo final da paso al silencio del origen.
Cuándo se disipa por completo el estruendo
es algo que sólo nos puede ser revelado
en y por el silencio.
El silencio no muere, soporta el estruendo final de la vida en la tierra, más allá nos espera un nuevo amanecer lleno de amor.
ResponderEliminarSaludos