¿Y si se
nos desgarrase el grito?
¿Y si la boca enmudeciese,
cercada
por la caries, por la niebla de abismo?
Ondean
sus sonrisas los fascistas.
Estrechan
sus manos, agujereadas
con
alfileres, adorablemente llenas de úlceras.
Doblan los espejos, se retuercen
hasta
plegar la cabeza entre las piernas
y
orientan el horizonte en las huellas.
Se estremecen las abejas
ante el
presagio de las líneas verticales,
del
ruido helado del cerrojo.
Y el
viento, repleto de gargantas roídas
con los
minutos astillados por
máquinas
de oxígeno y medicamentos racionados,
agita el
vientre de una sequía
que no
llega a los pulmones.
Los
caminantes bailan en círculos
sin
poder mirar las nubes.
Usan sus
dedos como llaves para pelar el trigo,
pero son
jeringuillas de gusanos
que
pudren la primavera.
Abren
los ojos con fuerza,
ignoran
el polvo de sus muelas,
entornan
los omóplatos y peinan su sombra.
Esperanza,
esperanza,
aún
palpitas entre nuestras manos
porque
no sabemos pronunciar las ataduras
de la
palabra “resignación”.
Porque
el presente requiere de todo nuestro oxígeno.
Ay, cómo
titubeas ante el vértigo,
con
temblor de manantial intacto.
Pero,
¿acaso tenemos otra opción
que no
sea hacer de ti nuestro aliento,
que no
sea mantenerte
como
luciérnaga ante nuestros pasos?
(Alberto
García-Teresa)
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