Me decías que las astillas había que sacarlas enseguida, porque si no se metían dentro del
cuerpo, remontaban las venas e iban directas al corazón.
Una pinza.
La piel abriéndose.
Luego me dabas un beso en la yema del dedo.
La tabla de multiplicar no explicaba que tú no estarías siempre.
Hay mañanas en las que me levanto con un dolor en el pecho.
Imagino que alguna, tantos años después, ha llegado por fin a su destino.
José María Cumbreño
Curso práctico de invisibilidad
(Poesía 1998-2012)
–Planeta Clandestino 125–
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