Es la verdad que no se acaba nunca,
el vendaval que acaso oculta sus fronteras
y en la emboscada viva de las sombras
luce para mentir el sueño de otro tiempo
mejor, su precipicio:
el áspero compás
que al levantar la niebla nos rescata
y envuelve, ya canción, entre las ramas.
Es la verdad del castaño en sus erizos,
la piel que nace lenta y portentosa
desde atrás, siglos que fueron
constantes sucesiones de otra vida,
la brisa lenta que en su fruto se amodorra
y esconde la crueldad de un mundo estrecho.
En entredicho el tronco seco de su honor,
página al fin, poeta, abierta entre tus manos.
Escribe entonces multitud, no ocultes nada
y corre como si tu pluma ya atrapase
el perezoso vuelo de los buitres, la discordia
tan audaz de un halcón peregrino, sus ráfagas
de vida o muerte, esqueleto posible
de otro animal que tuvo corazón, delicia
al transpirar el aire, su salada quietud
cuando se nubla el cielo y todo este brote,
su ardor en calma, hace que la piel
bajo la piel se empeñe y busque,
definitiva canción de los mortales,
una curva incandescente que a tu mirada
inspira, poeta ya del tiempo en que el papel
se pliega como esa rosa oscura que ya nutre
a la tierra sin paz que nos acoge.
Rotúrala y descansa.
J.J. Díaz Trillo
Llanos de la belleza
–Planeta Clandestino 198–
No hay comentarios:
Publicar un comentario