La mejora de la eficiencia y el aumento de la productividad laboral que tanto celebran los economistas se han convertido en un mecanismo de transferencia desde la clase pobre y la clase media a los dueños del capital. Los asalariados trabajan más a cambio de menos; los inversores cosechan los beneficios.
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Los trabajadores pagan los intereses generados por su deuda con salarios congelados, transfiriendo más dinero aún desde las clases pobres y trabajadoras a los ricos.
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Pero si no entendemos las reglas, resulta imposible cambiarlas. Y con ello no me refiero tanto a las crueldades del capitalismo como a los sentimientos que lo disfrazan de sentido común.
Adam Haslett, en el prólogo al libro de James Agee: ALGODONEROS: Tres familias de arrendatarios. Ed. Capitán Swing. 2014. Fotografía de Walker Evans.
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