Después
la realidad es ese cuerpo
que amaste y sin
embargo
como en un rompecabezas
cuyo dibujo final es el
sentido
del abstracto,
la cabeza no cuadra.
El mismo cuerpo blando,
como una línea
divisoria en la cabeza
está la muerte,
la sangre derramada
a través de los oídos,
ojos de vidrio
abiertos,
un títere arrumbado.
No era un juego
aparecer y desaparecer,
se juega fuerte por
estar
ahí
como si fuera imposible
perder
como si hubiera nada
que ganar.
Después la realidad
es ese cuerpo que falta
en movimiento
coincidente con el
tuyo.
El tacto
del amor
no su sentido.
Si ibas venía,
trepaba sobre vos,
miraba si mirabas,
no era un vidrio.
Canicas transparentes
que tiraste a la vereda
como un bolsa de
basura,
cruzaste la calle
con ese cuerpo a
rastras,
cruzaste una línea para
siempre.
Tener o no tener
no son palabras,
estaba
al despertar,
al dormir
estaba ahí.
Tirada
en las baldosas
la cabeza
cayó en tu propio juego
de pensar
y no pensar el vacío
real y el desamparo
sin línea divisoria.
No hay salvación ahora
para el cuerpo,
no hay modo de salvarte
del dolor,
no hay modo de saber
lo que se sabe después
que ha sucedido.
Afuera
no es adentro,
hay un borde de abismo
en el amor que se
descuida,
se pierde lo perdido,
no cobija
quien recuerda la casa
por el frío.
Das vueltas, vueltas
y no hay forma
de volver atrás.
Se juega con la
ausencia,
se juega a dejar ir
para que vuelva,
para saber qué se
desea,
armar un cuerpo en la
memoria,
una cabeza que coincida
con nuestra idea del
amor.
Y está en los ojos,
se cree ver la propia
soledad
en un abismo
real,
se cae en la
inconciencia
del peligro,
el vértigo que se
imagina
asciende como náuseas.
Después
la realidad conjura ese
temor
con lo temido.
Después se vuelve al
punto
de partida,
la misma ventana,
el mismo paso como si
nada
dependiera del propio
movimiento
sino de quien debiera
sostener.
Pero no estabas,
dejaste tu veneno
y ni siquiera en ese
acto
hubo intención.
Se juega a proteger
del propio amor,
del propio ahogo se
ampara
con vacío,
se cree ver la propia
fuga
en la mirada sin
retorno.
Un vidrio frágil
separa de la muerte,
una muñeca rota
de pupilas tiesas
te deja ver ahora que
el lenguaje
eran sus ojos.
Amar también es
entender
que hay una línea
divisoria,
un reino animal que
llega hasta nosotros
con su manera silenciosa
de amar estando
ahí.
Y si no está
mejor es que no exista.
Dejamos caer como nos
dejan
los dioses frente al
cielo.
Aparecer y desaparecer
de uno en uno
mismo,
estás ante la puerta
esperando
escuchar ese sonido,
ver la forma,
sentir lo que no hay
modo
de volver a sentir.
Perder lo que se tuvo
no es lo que se imagina
haber perdido
y no se tuvo nunca.
Como en un juego de
errores
la diferencia es en el
fondo
la inversión de la
escena,
la línea divisoria de
ese espejo
es nuestra forma,
después
la realidad es el
abismo
de una ausencia
real.
Se cae en la cuenta,
la ausencia presentida
es el reverso
del acecho
o viceversa,
quien espera no ve
los cuerpos cuando
están
ahí.
Una cornisa
al borde de la casa.
Fotografía de Juan Sánchez Amorós.
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