¿Acabamos
de matar a un niño?
Sí,
supongo que era un niño.
¿Era un
niño?
No, era
un perro.
¿Un perro
con dos piernas?
Me sentía como Dios lanzando rayos desde lejos.
Tuve mi primer hijo trabajando allí,
estaba embarazada de nueve meses
y aún permanecía sentada en el compartimento de
pilotaje,
con el estómago haciendo presión contra el teclado.
Me sentía como Dios lanzando rayos desde lejos.
Se trataba de un enemigo, de una persona hostil,
de un objetivo legal que merecía la muerte,
no me importaba disparar.
Me sentía como Dios lanzando rayos desde lejos.
Después del trabajo me voy de compras,
vuelvo a
casa por la autopista 85 hasta Las Vegas,
escuchando
música country y pasando, sin siquiera mirarlos,
ante activistas
por la paz.
Me sentía como Dios lanzando rayos desde lejos.
Cuando
llego a casa me pongo el pijama
y veo
dibujos animados en la televisión
o juego
con mis hijos.
Rara vez
pienso en lo que ocurre,
sólo
espero mejorar mi rendimiento,
hacer un
buen trabajo.
Me sentía como Dios lanzando rayos desde lejos.
Antonio Orihuela. El amor en los tiempos del despido libre. Ed. Amargord, 2014
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
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