Recuerdo
que de niño
me
gustaba cazar
saltamontes,
gusanos, lagartijas,
ranas,
grillos, arañas,
y
los descuartizaba
sin
ningún miramiento,
amparado
en la dulce ingenuidad
del
niño que no tiene
ni
moral ni conciencia, y que no sabe
que
la vida es un don irrepetible
dondequiera
que esté.
Abandoné
la infancia
dejando
a mis espaldas un reguero
de
alas y de patas, de ojos y de antenas,
de
artrópodos y anfibios destripados.
Y
me hice mayor, crucé la adolescencia.
El
alcohol, los primeros cigarrillos,
la
novia y el servicio militar
eran
el prólogo de un libro
que
me estaba esperando:
el
mundo sin color de los adultos.
Hace
años pasé la cincuentena.
Me
casé, tengo hijos, el trabajo
apenas
me permite contemplar
el
paso sigiloso de la vida.
Soy
un hombre sencillo. Escribo versos,
me
gusta pasear sin prisa por el campo,
cuidar
de mi jardín o jugar con mis gatas.
Se
podría decir
que
yo soy incapaz de matar una mosca.
Y
es cierto. Me pregunto en qué momento
de
mi vida empecé a sentir compasión
por
esos animales
que
comparten conmigo el existir,
y
a entender que el afán
por
matar, la crueldad y la barbarie
de
quienes sacrifican vidas inocentes
de
toros, de caballos, de gatos o de perros,
de
gallos o de cabras
por
placer, por estética, acaso porque sí,
tan
solo porque sí
conducen
al dolor
y
a la infelicidad.
Escribo
este poema
a
la luz macilenta del recuerdo
para
pedir perdón a tantos saltamontes,
gusanos,
lagartijas, escarabajos, ranas,
hormigas,
renacuajos, arañas o libélulas
a
los que asesiné cuando era niño.
Apiadaos
de mí, hermanos míos,
desde
el confín azul en el que descansáis.
No
puedo devolveros la existencia
pero
en mi corazón seguís viviendo
como
una espina dolorosa
que
nunca deja de dolerme.
Juan Ramón Barat.Animales entre animales. Raspabook Ed. 2014
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